Edurne Pasaban recuerda la depresión que casi acaba con ella dos veces: "No encajaba con lo que la sociedad me pedía"
La primera mujer en ascender los 14 ochomiles atiende a Relevo para repasar una trayectoria legendaria marcada por los baches mentales.

Cuando cierra los ojos, Edurne Pasaban viaja a un campo base, en la montaña. Allí contempla el atardecer en silencio, sentada sobre una roca. Y allí, sola ante semejante espectáculo de colores, encuentra la paz absoluta; la felicidad plena. Es la primera confesión de quien esconde sus conquistas en una personalidad seria y reflexiva, de sonrisa tímida. Ninguna mujer ascendió antes que ella los 14 ochomiles, algo que, además, consiguió tras superar una cima mucho más elevada: una depresión que le llevó a ingresar en un centro psiquiátrico tras dos intentos de suicidio. Ahora, muchos años después, con 50, y madre desde hace seis del pequeño Max, la alpinista tolosarra atiende a Relevo antes de viajar a Madrid, donde acude este martes como una de las tres ponentes del congreso de la 'Fundación Lo que de verdad importa'.
¿Hace cuánto no subes un ochomil?
Uf, muchísimo. Intentarlo, por lo menos, desde el año 2011. Ya hace bastante, sí.
¿Lo echas de menos?
Sí, un poco. Sobre todo el equipo y la actividad que tenía en las expediciones, no tanto el ochomilismo como tal, porque en estos diez años ha cambiado mucho todo en la manera de hacer. Esas expediciones comerciales, esa masificación que estamos viendo no me atrae nada. Pero nada, nada. De hecho, ahora mismo iría antes a un seismil o a un sietemil en el Himalaya que a un pico de 8.000 metros.
¿Por qué?
El ochomilismo se ha convertido en un producto en el que solo importa conseguir la chapa de haber hecho un ochomil. Se ha masificado y se ha devaluado un montón. No es lo que los alpinistas hacíamos ni soñábamos.
¿Por qué Edurne Pasaban se enamora de todo esto?
Yo soy del País Vasco, un lugar en el que las montañas son parte de nuestro entorno. Desde muy pequeños, por tradición, nuestros padres nos han llevado al monte a caminar, a hacer trekking y estas cosas. En mi familia no éramos alpinistas, pero a los 14 años me apunté a un club de montaña en mi pueblo, Tolosa, y empecé a escalar en roca con gente que me enseñaba, que me respetaba y que me valoraba por lo que hacía.
Y te enganchas.
Eso es. Empiezo primero en los Pirineos, de ahí doy paso a los Alpes, donde a los 16 años escalo montañas como el Mont Blanc o el Cervino. A los 18 me voy a Sudamérica a hacer montañas de 6.000 metros como el Cotopaxi o el Chimborazo [ambos en Ecuador]; y de allí, el paso al Himalaya ya era un poco natural.
¿Cómo fue ese salto?
A ver, es un progreso. Es cierto que entonces, en los años 90, se hacían muchas expediciones al Himalaya desde el País Vasco, Cataluña o Valencia. A mí, en el 98, con 24 años, me plantean ser miembro de una expedición para subir un 'ochomil'. Claro, por aquel entonces aquello era una conquista de verdad. No era el himalayismo de ahora. Estamos hablando de los 80 y los 90, cuando montañas como el Dhaulagiri [8.167 m] o el K2 [8.611 m] estaban vacías. No iba nadie. Apenas habrían subido 15 personas en toda la historia del alpinismo. Era toda una aventura. A eso, además, le sumabas que en mi pueblo siempre había existido ese deseo de tener un ochomilista. Tenía que haber uno en Tolosa; por costumbre, por tradición y por todo lo que significaba.
Y de ahí a los 14 ochomiles.
Yo cuando voy esa primera vez al Himalaya, con 24 años, lo de los 14 ochomiles era algo que ni siquiera tenía en la cabeza. Solo quería conocer el Himalaya y subir una de esas montañas. Aquella primera vez no salió, pero el mundo del himalayismo es muy pequeño y empecé a hacer relaciones, a hacer planes con gente de otros países. Empecé a escalar con un grupo de italianos que era muy potente y cuando yo me sumé a esa ola, ellos ya llevaban cuatro o cinco ochomiles. Fue la pera. Empecé a coger toda esa experiencia de ellos y a escalar montañas de 8.000 metros hasta que en el año 2003 me llamó 'Al filo de lo imposible', el programa de Televisión Española que era referencia en documentales de aventura.
Y pegas el petardazo.
Bueno, no tanto. Cuando entré en el programa yo ya había escalado cuatro ochomiles por mi cuenta y en el programa el objetivo era realmente el mismo, seguir sumando cimas. El proyecto de los 14 llegó realmente en 2007, cuando ya tenía nueve ochomiles a mis espaldas y me planteé por primera vez ser la primera mujer en subir los 14 ochomiles.
¿Es más fácil conseguirlo ahora que entonces?
A ver, aunque haya cuerda, ochenta sherpas y botellas de oxígeno, algo que nosotros no utilizábamos, una montaña de 8.000 metros siempre es difícil. Tiene sus retos y su peligro. Era una aventura desde que salías de casa. Para que te hagas una idea, en el 98 tú mandabas un fax y tenías que tener la confianza de que alguien iba a recibir aquello para darte un permiso para ir a Nepal a escalar una montaña. Si tenías suerte, alguien contestaba en un mes y podías empezar a pensar en viajar. Ahora, en cambio, coges el teléfono y mientras hablamos, entras en una de las agencias comerciales y puedes comprarte un full-equip al Everest, al Kanchenjunga o al K2. Las cosas han cambiado muchísimo. Yo cuando fui al Kanchenjunga [8.586 m] creo que lo habían subido 12 personas en toda la historia. Todo hombres, además, salvo una mujer que logró subir pero que falleció en la bajada. Es que tú ibas al Annapurna [8091 m] y estabas solo. Y solo es solo. Aquello era una aventura. Ahora es un reto de tiempos y récords en el que no hay límites. Parece que si tienes la pasta, puedes ir a donde quieras y ya luego es el monte el que te tiene que poner en tu sitio.
¿Te llegó a obsesionar eso de los 14 ochomiles?
Qué va. Yo desde el 98, que hice el primero, hasta 2010, que subí el último, nunca perdí la ilusión. Siempre tenía a mi madre al lado, preparándome el jamón envasado al vacío y la ilusión se mantenía intacta. Sí es verdad que tenía más presión y la mochila pesaba más, porque nos hicimos más mediáticos. Al final, éramos profesionales, teníamos sponsors y ya casi vivía de aquello, porque antes me pagaba yo las expediciones y si algún periódico publicaba algo, pues mira. Aunque normalmente eso solo pasaba si triunfábamos o si teníamos algún accidente.
Y cuando acabas los 14 ochomiles, ese 17 de mayo de 2010 en el Shisha Pangma, ¿qué?
Uf [piensa unos segundos] Lo primero, sientes la satisfacción de terminarlo. Lo vives, te acuerdas de todo, de lo que has dejado y de la gente que has perdido por el camino, pero también tienes algo dentro de ti que te dice: ¿y ahora qué? ¿Qué vas a hacer? Tenías una lista con 14 nombres y eso ya se ha terminado... Sientes un vacío y un miedo a ese vacío. Has dedicado mucho tiempo de tu vida, personal y profesional, a esa causa y no es fácil dejarlo atrás.
En 2006, cuando llevabas ocho de los 14 ochomiles, caíste en depresión. ¿Qué pasó?
Yo tenía 31 años y no me dedicaba profesionalmente a esto. O sea, tú te dedicas profesionalmente a algo cuando te ganas la vida con ello, ¿no? Pues yo de aquellas, cuando no estaba escalando en el Himalaya, mi familia tenía una casa rural y trabajaba en la hostelería. Hacía camas y servía platos. Entonces llegas a una edad, los 31, en la que tu entorno, la sociedad en general, te pide otra cosa. Está todo un poco pautado. Estudias, haces una carrera, encuentras un trabajo, formas una familia, compras una casa… Es un poco pa-pa-pa [gesticula]. Yo no encajaba con eso. Era un esquema en el que no me veía.
¿Por qué?
Porque a los 31 años estaba seis meses en el Himalaya. Tenía parejas, pues bueno, esporádicas. Me empecé a hacer preguntas para las que no encontraba respuesta. Por eso caí en la depresión. No encajaba en lo que la sociedad me pedía ser.
¿Como mujer?
Como persona en general y como mujer en particular, sí. Piensa que a los 31 años, cuando empecé a hacerme esas preguntas, mis amigas empezaban a tener hijos. Pero es que la gente que escalaba conmigo, que eran chicos, ya tenían hijos o muchos de ellos se iban a las expediciones dejando a sus mujeres embarazadas en casa. Eso también me hizo replantearme muchas cosas. Son preguntas que los hombres, o la mayoría de hombres, no se hacían. Y me hicieron caer en ese agujero oscuro.
¿Qué es realmente atravesar una depresión?
Es no querer vivir. No tener ganas de hacer nada. Una persona tan activa como yo, que iba al monte, que se pasaba los días escalando, solo tenía ganas de estar en la cama y no levantarse. Ahora por lo menos le ponemos nombre a ese sentimiento o a la salud mental. En el año 2006 no existía eso. O sea, una persona con problemas de salud mental estaba triste y punto. Mis propios padres no eran capaces de identificar que aquello era una depresión y que podía llevarme a un intento de suicidio. Sientes una especie de tristeza y una ansiedad aquí dentro, en el pecho, que dices… [Piensa] Yo llegué a decirle a mis padres: 'Por favor, llevadme a algún sitio a que me quiten esto que tengo aquí adentro'. Es una angustia y un dolor que no es como cuando te abres una brecha o te haces una herida. Sientes un dolor del alma difícil de explicar. Te afecta y piensas: yo no quiero estar aquí.
Tú te intentaste quitar la vida.
Un par de veces, sí.
¿Llegaste a saber cómo?
Bueno, sí. Al final creo que todos sabemos. Llega un momento en el que una persona está tan enferma y tiene tanto dolor dentro, que no tiene control de todas las cosas que hace. No lo tiene. Yo siempre digo que una persona que ha intentado suicidarse o que se suicida, nunca ha querido hacerlo. Lo que pasa es que tú tienes un dolor que nadie sabe entenderte ni nadie sabe quitártelo. Y piensas que solo lo tienes tú. Por eso es tan importante que se hable de la salud mental, como pasa ahora. Es la manera de que las personas que están a tu lado puedan interpretarlo todo mejor. Hechos, respuestas, actuaciones. Todo. Solo así podrán entender e identificar que realmente quien está a su lado se encuentra en el límite de hacer algo como el suicidio.
¿Cómo saliste de ahí?
Pidiendo ayuda. Para mí, la clave está ahí, y por eso todos los que hemos pasado por ello contamos nuestra experiencia. Yo pedí ayuda a mis padres, que siempre habían tenido a una persona que ya no está con nosotros pero que era médico de familia. Lo fue con ellos, con mis abuelos, con todos. Un día de Navidades, en 2006, le llamaron por teléfono y este señor vino a mi casa. Me vio y dijo: "Vamos a ingresar a Edurne". Mis padres, que confiaban ciegamente en él, le escucharon e hicieron caso. Imagínate lo que es que les dijeran que su hija tenía que entrar a un psiquiátrico.
¿Fue ese el punto más bajo con tu familia?
Sí, y el más duro. Dejar a mi familia, que dijeran que sí… O sea, mi hermano y mis padres me llevaron al hospital y de vuelta a casa, mi hermano les decía, dad la vuelta que no vamos a dejar a Edurne en un psiquiátrico. ¿Cómo vamos a dejarla allí? ¡Si Edurne no está loca! No, es que perdona, no hay locos en un psiquiátrico. Hay personas con enfermedades mentales que hace que, bueno, pues hacen que algunas personas de nuestra sociedad no los entiendan. Pero la depresión es una enfermedad más.
¿Qué sientes cuando miras atrás y ves todas aquellas imágenes en tu cabeza?
Pienso en lo mal que podría estar entonces, pero también disfruto mucho del ahora, de lo bien que estoy. Por eso me gusta decir que hay luz ahí fuera. Aunque pienses que no, claro que la hay. Igual algunas personas la ven más cerca, otras más lejos, pero prometo que la hay, pero tenemos que encontrar quién nos va a acompañar en ese camino. Porque insisto, esto da igual que te llames Pepe, Juan, Edurne Pasaban o Andrés Iniesta. Da igual quién seas. Le puede pasar a cualquiera, haga lo que haga, escale montañas de 8.000 metros o haga un trabajo de oficina. Todos somos iguales y es una enfermedad más. Tenemos que entenderla como tal.
¿Se siente más miedo en la montaña que en ningún otro lugar?
Creo que siempre he sabido gestionar bastante bien el miedo. He sabido escucharlo cuando tocaba y nunca he tenido vergüenza de darme la vuelta ante situaciones peligrosas o de avalancha. Cuando he visto que una montaña estaba por encima de mis capacidades, he sentido miedo, claro, y creo que gracias a ello estoy hoy aquí.
¿La montaña te habla?
Sí, si sabes escucharla, sí. Y dice muchas cosas. De cómo está ella, de cómo estás tú… Claro que habla. Solo hay que estar abierto a escucharla.
¿Qué te dijo después de aquel 2006?
Me explicó que yo no tenía que dejar de hacer lo que hacía. Que aquello era lo que sentía de verdad. Era mi vida. Me costó, y de hecho rechacé algunas cosas de inicio, pero estuve dispuesta a escuchar y terminé volviendo.
Tú has visto morir a amigos en la montaña.
Sí, por desgracia sí.
¿Estamos hechos para enfrentarnos a algo así?
No, no lo creo, pero sí tenemos un instinto de supervivencia que desconocemos hasta que nos toca vivir una situación así. Nadie quiere tener un accidente, ni en la montaña, ni en el coche ni en ningún lado. Es decir, nadie empieza una expedición y piensa: "Vamos a subir cinco ahí arriba y vamos a volver dos". Nadie. Y me ha pasado. Pero cuando llega el momento, te prometo que todos tenemos un instinto de supervivencia que te hace tirar hacia adelante. Tu mente te lleva a ello. Porque todos queremos seguir viviendo. Y es algo que tenemos ahí arriba, aquí abajo y en cualquier lugar. Te lo aseguro.
Por el camino también perdiste un par de falanges del pie debido a las congelaciones.
Sí, pero es parte de mi oficio. No le doy mucha importancia. De hecho, me hace gracia para vacilar a mi hijo, pero nada más. Le digo que me ha comido el pie un cocodrilo o historias así [sonríe]. Al final, lo tomo como parte de mi trabajo.
¿Le hablas a Max de la montaña?
Sí, sí le hablo. Y él también me pregunta, ¿eh? Me pregunta muchas veces. Sobre la montaña, sobre los picos que he subido y sobre todas las cosas que escucha. Al final, con seis años ya va entendiendo muchas cosas.
¿Le gusta eso del alpinismo?
Sí, le llama la atención, pero él ha salido más de adrenalina [ríe]. Le encanta la bicicleta de descenso y el esquí. De hecho, dice que quiere ser freerider y le ha pedido a Papá Noel una foto firmada por Aymar Navarro. Veremos si se ha portado bien.
¿Cuál es el legado que quieres dejarle?
Sería un mensaje muy amplio, pero se podría resumir en que cada uno ha de encontrar el camino que quiere recorrer en esta vida. Que seamos nosotros los que escribimos nuestra propia historia. Eso sí, sabiendo que ese camino, aunque lo elijas tú, no va a ser fácil. Nada fácil. Siempre te vas a encontrar dificultades. En tu entorno y también a nivel personal. Pero si te rodeas de buenas personas, todo va a ser más fácil.