La historia real de los niños que inspiraron la película 'Menudas piezas': "Los más inteligentes abandonan el ajedrez"
El film, que se estrena este viernes, está basado en la hazaña del Marcos Frechín, un modesto colegio de barrio de Zaragoza que ganó el campeonato de España

Nacho García Velilla estrena este viernes su última película, 'Menudas piezas': la historia de un grupo de adolescentes, "perdedores por los que nadie da un duro", que logran reconducir su incierto futuro gracias al ajedrez. Una comedia con cierto tinte social, cuyo guion se inspira en una gesta real: en mayo de 2018 un grupo de niños y niñas del colegio Marcos Frechín, centro público del barrio de Las Fuentes en Zaragoza, se proclamaron contra todo pronóstico campeones de España de ajedrez escolar.
Conviene aclarar de partida el contexto y la relación exacta entre la narración cinematográfica y la hazaña de los frechines, como se conoce a todos los jóvenes ajedrecistas del club. El núcleo del relato es el mismo, pero las adaptaciones incorporadas en el guion alejan la versión en la pantalla de la realidad tal y como fue. Un proceso lógico al trasladar la historia a la ficción. Así lo entiende Enrique Sánchez, maestro que impregnó de ajedrez las aulas del colegio y dirigió a su equipo al triunfo: "Una cosa es que algo 'se base en' y otra distinta que 'se inspire'. La película está muy bien y es muy divertida, transmite valores y puede despertar curiosidad por la historia verdadera y por el ajedrez… aunque no se parezca en casi nada a la realidad".
Alexandra Jiménez -actriz zaragozana, como el propio director- asume el papel principal. Ella es Candela, el don Enrique de la película, y enseña a jugar al ajedrez a la pandilla interpretada por Rocío Velayos, Pablo Louazel, Verónica Senra, Kiko Bena y Tuoxin Qiu. Todos debutan en esta cinta, asumiendo el papel de adolescentes problemáticos, con familias desestructuradas y complejos problemas socio-económicos, muy actuales y tratados con magnífico pulso. Candela domestica a ese grupo medio salvaje con el ajedrez, les ofrece dignidad y autoestima hasta hacerlos campeones. Pero nada en la caracterización de los protagonistas se parece a la realidad personal, familiar y social de los cinco niños del colegio Marcos Frechín: Leo Giménez, Anahí Ignacio, Alberto Rosu, Catalin Conon y África Aguilar eran buenos alumnos, educados en un entorno familiar de personas trabajadoras y alejados de cualquier conflictividad. Hoy son jóvenes enfocados hacia un próximo mundo universitario y aún relacionados, aunque no todos, con el ajedrez.

Anahí llegó a Zaragoza desde Bolivia a los seis años, con su familia. Los padres de Catalin y Alberto proceden de Rumanía. La madre de Leo, el primer tablero de aquel equipo, ya asistió al mismo colegio. Junto con África, eran los dos zaragozanos en el combo. Los entrenaba Enrique Sánchez, maestro jubilado que en sus últimos años de actividad había dejado las aulas para impulsar el programa Ajedrez en la Escuela del Gobierno de Aragón. Su papel lo borda Alexandra Jiménez, aunque en circunstancias muy diferentes: ella regresa a su barrio de origen y al colegio por necesidad, tras una delirante separación matrimonial. Enrique se hizo maestro por vocación: "De niño pasaba miedo en el colegio: te caían golpes y castigos incluso portándote bien. Por eso a los 12 años tuve claro que quería ser profesor, con un objetivo: que mis alumnos nunca pasaran miedo".
Las Fuentes es uno de los barrios más tradicionales de Zaragoza, conformado por familias de trabajadores llegados a la capital aragonesa en los años 60 del siglo pasado, en medio de un masivo éxodo rural. "En aquellos tiempos estaba lleno de gente de los pueblos: familias con dos hijos como mínimo, muchas de ellas numerosas". Después, su evolución ha seguido las tendencias poblacionales de las últimas décadas: "Han quedado los abuelos que viven allí desde siempre, pocas familias jóvenes y una mayoría de personas llegadas de otros países. Ha cambiado, pero no es una zona conflictiva ni peligrosa".
Enrique llegó al colegio Marcos Frechín, en el corazón del barrio, en el curso 1982/83, con otros 18 nuevos profesores: "Cuando vi el colegio pensé que no me quedaría mucho". El reparto de clases le deparó una misión de apariencia peliaguda: "Me tocó dar Matemáticas a los de 8º B: en el claustro los conocían, por el año anterior, como El Séptimo de Caballería. Pero resultó ser una de las mejores clases de mi vida". Entonces el centro reunía a más de 1.000 alumnos, con clases de entre 30 y 40 alumnos. Enrique vio un filón en esa densidad, propia de los años 80: "No existían las extraescolares. No había nada, ni fútbol. Y empezamos a hacer ajedrez: teníamos alrededor de 200 alumnos, una barbaridad. Era gratis, unos traían a otros, hermanos, amigos… y al final jugábamos al fútbol".
La pasión por el ajedrez le había nacido a Enrique en su casa, de modo poco convencional: "Mi padre era muy buena persona, pero tenía dos problemas: se fiaba demasiado de la gente y a veces bebía. Se arruinó en varias ocasiones y, para salir adelante, mis padres alquilaban habitaciones a estudiantes". Los Sánchez vivían cerca de la Universidad de Zaragoza. Los jóvenes se alojaban en su domicilio y, mientras cumplían los años de carrera, el pequeño Enrique se relacionaba con ellos "como con hermanos mayores". A menudo, con un tablero de damas de los Juegos Reunidos por el medio: "Jugábamos a salidas, así que para seguir tenías que ganar. Ellos eran más mayores. Yo me espabilé".
Esa destreza competitiva lo hizo imbatible para el resto de niños de su edad. Cuando había campeonatos en el colegio La Salle, siempre ganaba, y le insistieron para dar el salto al ajedrez. Enrique se resistía: "No entendía ni el movimiento del caballo ni el enroque, pero me sentaba a mirar a otros jugar. Y fui aprendiendo". Hasta el día en que uno de los huéspedes en su casa le propuso una partida: "Y se me dio bien". Con el veneno ya en el cuerpo, pasó del colegio a la Agrupación Artística Aragonesa, uno de los clubes históricos de Zaragoza. Progresó rápido. Ramón Rey Ardid, campeón de España en los años 30 y 40, le ganó una partida, pero advirtió su creatividad en el tablero. "Ese verano cayó en mis manos un libro de Alexander Alekhine. Y eso ya fue decisivo".
El ajedrez como estilo de vida
Enrique ya nunca salió del ajedrez. Ni el ajedrez de él. Sólo lo dejó a un lado cuando se volcó sin descanso en los estudios de Magisterio, con el fin de lograr una nota de acceso directo, sin oposiciones. Para alcanzar el 8 de media necesitaba un 10 en las prácticas. El día en que el evaluador asistió a sus clases, pronto le anunció: "No te preocupes, lo tienes". ¿Y eso?, se sorprendió Enrique. "Si no le pone usted un 10 a don Enrique, le rajamos las cuatro ruedas y no sale de aquí", le había dicho uno de los alumnos al director de Magisterio, que reconoció: "Alguien capaz de lograr ese compromiso de sus alumnos se merece un 10, sin duda".
Para lograr esa simbiosis Enrique siempre se valió del deporte. El intelectual, con el tablero de 64 escaques, pero también el físico: equipos de fútbol, de baloncesto... Daba igual, los alumnos respondían. Le llamaban Donen, apócope revelador de una familiaridad de ida y vuelta. Aún es capaz de contar innumerables historias de apellidos, partidas, encuentros y trayectorias vitales. "Siempre he creído mucho en mis estudiantes: pienso que son buenos y que están ahí para que yo les aporte algo. Y normalmente funcionamos muy bien". Lo mismo sucedió en el Marcos Frechín. "Empezamos a entrenar al ajedrez muy poquito a poco, en 1984. Con el tiempo, el nivel creció. Tuve generaciones y equipos mejores que los que ganaron: fueron años y años de evolución, de construir una tradición de ajedrez hasta llegar a donde llegamos". La hazaña en la ficción de 'Menudas piezas' -de no saber mover un peón a ganar el torneo en pocos meses- resulta impensable en la realidad: "En un curso no llegas a ese nivel desde cero, es imposible. Y si empiezas mal un torneo, no remontas, como en la película. Puede que los milagros existan, pero algunos no", aclara Enrique.
A día de hoy, el Marcos Frechín mantiene un club de ajedrez con cerca de 120 jugadores y dos equipos en la División de Honor de Aragón, algo nada fácil. Pero como actividad extraescolar en el colegio ha decaído mucho: "Cuando ganamos ya sólo teníamos a los cinco jugadores que fueron al torneo: dos niños de 4º curso, una niña de 5º y otro niño y otra niña de 6º; más algunos niños de 2º que no podían competir. Habíamos ido cuatro veces a jugar el campeonato de España y siempre llegábamos a la ronda final. Ganamos el último, el más duro de todos".
La modestia de los recursos del colegio y sus familias aún hacía más exigente cualquier aspiración. El equipo se quedó sin viajar al campeonato el primer año por no poder asumir el coste. Este detalle aparece en la película, aunque el guion resuelve la búsqueda del dinero necesario de forma tan graciosa como distinta de la verdad. El equipo de la ficción se aloja en un camping: ahí sí está más cerca de la versión real: "Nosotros nos quedábamos en una casa rural a las afueras de Madrid, en lugar de hacerlo en el colegio donde se celebraba el campeonato. Nos llevábamos la comida de casa, cocinaban los padres… Así ahorrábamos gastos a las familias". Ese hándicap condujo a un error fatal en la última jornada del campeonato de 2017: "El séptimo puesto fue culpa mía: pensaba que el domingo se empezaba a las 10 de la mañana, como el resto de jornadas, y era a las 9:30". Llegaron con el reloj de las partidas ya vaciándose y tensión añadida fatal. Aun así el envite se resolvió sólo en el último duelo. Quedó la espina clavada.
Al año siguiente el padre de Leo Giménez decidió que el equipo se alojaría en el escenario del torneo, para competir en igualdad de condiciones. "No éramos los mejores, pero creíamos mucho en nuestro conjunto -recuerda Donen-. Antes de salir de Zaragoza, les dije: puede que los demás tengan mejores jugadores, pero será difícil que hayan reunido un equipo tan compacto como el nuestro. Leo era subcampeón de Aragón, Anahí era campeona alevín, Catalin había sido campeón benjamín… Habíamos jugado campeonatos muy duros". En el fondo de esa actitud, un lema que Enrique expresaría más tarde en una entrevista y que aparece en la película: "Delante del tablero, todos somos iguales".
Era mayo de 2018. Pese a su acreditado carácter competitivo, los frechines no figuraban como candidatos entre los 38 participantes en el torneo celebrado en el colegio Gredos San Diego: "Había una decena de equipos con mucho potencial, chicos de 6º curso, con la máxima edad y experiencia. El nuestro era mixto: siempre he pensado que los equipos mixtos funcionan mejor", revela Enrique Sánchez. Aún ahora, hila sin vacilaciones un relato pormenorizado del torneo.
Recuerda en especial dos momentos clave. "En la tercera ronda, contra un equipo cántabro, Catalin jugaba frente a un chico con muy buena trayectoria, de los mejores de su equipo. Le dije que llevara la partida como fuera a un final de torres, porque estaba seguro de que su rival no tendría experiencia en ese tipo de desenlace". Mientras, el resto de encuentros se desarrollaron con suerte dispar: "Leo Giménez tenía ventaja, pero se confió. Su contrincante le pidió tablas y las tablas se consultan siempre con el entrenador". Era un momento clave, de mucha tensión". Enrique miró la decisiva partida de Catalin para decidir: había cumplido las instrucciones y sobre su tablero se escenificaba un duelo final de torres. Lo ganó.
El equipo siguió avanzando y, en la quinta ronda, llegó otro momento crítico. "A nuestro rival lo dirigía Jesús María de la Villa, Gran Maestro Internacional y un entrenador fabuloso". El cruce fue una montaña rusa de emociones: "Anahí había jugado de maravilla todo el torneo, pero se despistó en una apertura rusa y perdió una pieza. Catalin ganó, como Alberto Rosu. Pero Leo perdió. Así que todo dependía de Anahí: y con esa pieza menos, sacó tablas en una partida que estaba para perderla. Ese medio punto nos dio la victoria".
En la final la estrategia recayó en Leo. "Le dije que su partida debía ser muy, muy lenta. Que jugara despacio, machacando el reloj: 'Te puede ganar, pero le tiene que costar mucho rato para que les podamos comer la moral en el resto de partidas". El chico demoró cada movimiento, cumpliendo el plan al milímetro. No hizo falta: "Ganaron Rosu, Catalin y Anahí. La partida de Leo seguía y ya éramos campeones". En el cierre, el Frechín dejó un rasgo de caballerosidad: "El contrincante de Leo había llegado a la final ganando sus cinco partidas. Leo tenía un peón de ventaja y el rival le pidió tablas. Me miró. Él quería seguir y ganar, pero acordamos: concédele las tablas, que tenga el honor de irse imbatido".
El Marcos Frechín se había proclamado campeón de España. El triunfo no tuvo el impacto presumible: "Hubo una nota de la federación, pero fuera de ese entorno nadie se enteró. Todo cambió cuando El Mundo publicó un reportaje. A partir de ahí salimos en todas partes. Llamaron hasta de Argentina". Ahora, con la película, el Marcos Frechín ha visto renacer la popularidad de su triunfo. 'Menudas piezas' tuvo un preestreno el pasado 2 de abril en Zaragoza. Asistieron Nacho García Velilla, Alexandra Jiménez y los actores que dan vida a los trasuntos de África, Anahí, Leo, Catalin y Alberto. La imagen de conflictividad del filme ha generado inquietud en el colegio: "No creo que vaya a quedar eso, la verdad: el público distingue bien entre la ficción y la realidad", opina Enrique Sánchez.
Él también aparece en un breve cameo, durante el torneo final. En el rodaje asesoró técnicamente al director y su equipo: "En Madrid había una persona, María Rodrigo, y ella les enseñó a mover y hacer gestos con las piezas como jugadores experimentados, para que tuvieran frescura y fueran creíbles". El trabajo técnico fue muy preciso: "Todos los movimientos están sacados de partidas muy bien seleccionadas. Yo cuidaba para que después de cada toma las piezas volvieran a su sitio y todo tuviera coherencia".
En suma, Nacho García Velilla le ha regalado al ajedrez una estupenda película: "Es divertida, tiene momentos emotivos y la canción de Amaral me pareció preciosa", apunta Enrique. Más allá del efímero momento de victoria, el profesor reivindica la idea expresada por Bertolt Brecht en su poema Los que luchan: Hay hombres que luchan un día y son buenos. / Hay otros que luchan un año y son mejores. / Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. / Pero hay los que luchan toda la vida. / Esos son los imprescindibles. "Para mí lo importante no es haber sido campeones de España, sino el trabajo de toda la vida. El mío y el de muchísimos docentes". 'Menudas piezas' celebra el poder inspirador del maestro. Y en eso es plenamente fiel a la realidad.
Los títulos de crédito incluyen un homenaje a los pequeños héroes del Marcos Frechín. Varios aún juegan a buen nivel. Otros lo dejaron para asegurar un futuro menos incierto: "El ajedrez requiere una dedicación absoluta y no te asegura una vida estable. Los más inteligentes lo dejan", advierte con rotundidad Enrique. Ellos escribieron sobre el tablero una historia que ahora ya es inolvidable: "De esta entrevista no se acordará nadie, ni de las cosas que se escriban. Pero de la película, sí. De algún modo, nos inmortaliza".