AUX STEP FOR JS
La bendición de un cura y una ola impredecible que convierte un acantilado de Cantabria en un estadio para 12.000 personas: "Me alegro de estar viva"
Los mejores 'riders' de olas grandes del mundo peregrinan a Cueto (Santander) para montarse en olas de más de siete metros.
"El estrés es durante todo el año, mañana ya solo queda disfrutar. No hay más que esperar la ola y rezar para que no nos hayamos equivocado con las predicciones", dice, con ilusión y nervios, Pedro García, organizador de La Vaca Gigante, prueba cántabra de olas grandes. Así es como se aguarda, entre la certeza y la fe, un fenómeno meteorológico que convierte los acantilados de esta localidad de 9.635 habitantes en un estadio por el que pasan más de 12.000 personas en siete horas.
En Cueto (Santander), la gente tiene por costumbre muchas cosas y todas ellas de lo más rutinarias. Salen a comprar, van al trabajo, bajan a Santander a cenar, cuidan de sus animales ―hay fincas con vacas y caballos allá donde alcanza la mirada― y pasean, sobre todo pasean. Eso mismo debieron pensar cuando se toparon con aquella ola Luis García y Óscar Gómez, los descubridores de La Vaca y los primeros en surfearla. Entonces no había todo este despliegue que tienen ahora los competidores de La Vaca Gigante, competición de surf de olas grandes y actual Campeonato de España. Cuando Luis y Óscar se metieron al agua a por aquella derecha, no sabían que era una ola capaz de duplicar su tamaño si se producían las condiciones idóneas, no tenían moto de agua para remarla y no se desplegaban médicos, ambulancias y barcos medicalizados a su alrededor.
Es lo cotidiano, aquello que dos personas hacían cada día, lo que llevó a Cueto, un pueblo tranquilo, a convertirse en el centro de atención de cada rider de olas grandes del mundo durante todo un año. Uno puede pensar que es exagerado imaginar a un deportista de élite esperando la llamada para un torneo durante un año. Hay miles de olas en el mundo, hay millones de surfistas repartidos por las playas del planeta. Sí, las dos afirmaciones son correctas, pero también lo es que solo una ola aparece de la nada. La suya, la de Cueto.

"Para mí, venir aquí es un orgullo. Es una ola complicadísima, los locales comen mucha agua cuando la intentan coger", afirma Shannon Marie Quirk, una de las mejores surfistas de olas grandes del mundo. "Solo espero disfrutar. Estoy rezando mucho para que todo salga bien", continúa. Lo dice rodeada de gente variopinta: hay un niño de ocho años, de quien cuelgan unos prismáticos negros que le llegan casi a la cintura, para ver la ola; un señor que pregunta: "Esto es lo de la vaca esa, ¿no?"; está también el actual campeón de olas grandes de Nazaré (Portugal), Clement Roseyro; una chica que pasea a caballo y mucha, mucha gente con nevera y silla. Porque no es verano, pero a la playa se va preparado.
Resulta curioso pensar en esas personas, muchas librando, y cómo contrastan con la propia identidad del evento. Familias, amigos, parejas, grupos, individuos, mascotas, niños. Algunos con bocadillos, otros cerveza en mano, llevándose los prismáticos a los ojos… Una cantidad de elementos que poco tienen que ver con lo inmediato. Reunir gente conlleva tiempo, comprar algo, además, desplazarse y ausentarse en el trabajo o el colegio, un aviso. Todo lo que no tienen ninguno de los riders que se dan cita en esa ola. Quien quiera surfearla, que no espere antelación, que no pida tener un plan de entrenamiento específico para esa ola y que no sueñe con estar dos días seguidos surfeándola.

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"Cuando eres surfista de olas grandes vives así, no tienes tiempo de hacer la maleta. Muchas veces te dejas mil cosas por el camino y psicológicamente es una locura. No te da tiempo a pensar cómo quieres enfocar la competición. A veces, no sabes ni la tabla con la que te vas a tirar al agua", explica Laura Coviella, la primera española en surfear una ola en Nazaré. Ella vive pendiente del teléfono. Cuando La Vaca activa la alerta roja ya sabe que cualquier día pueden darse las condiciones para tener que volar desde Lanzarote, con el tiempo justo para llegar a Cueto y montarse en esa ola de más de siete metros.
Sin embargo, pese a que La Vaca no avisa y nunca da más de una semana de margen desde que amenaza en los radares con aparecer, el compromiso de La Vaca Gigante y del pueblo con el evento es contundente. "Mil veces hemos querido tirar la toalla. Es frustrante, pero llevamos once años. Hemos visto crecer a un niño, no lo vamos a dejar morir ahora", se sincera Pedro García.
Sobre el cerro de los acantilados de Cueto, entre fincas que parecen no tener linde entre sí, emergen cuatro carpas que se ven desde lo lejos. El pueblo se moviliza ante el sonido de metales al límite de los acantilados. Hierros, motores, camiones, drones, cámaras. Elementos que, para el que disfruta de la tranquilidad cada mañana, no son más que una alerta de lo que viene: una Vaca Gigante de un tamaño incalculable que solo en el último momento decidirá cuánto ruge. Una oleada no solo en el mar, sino en los caminos, que se embarran de las pisadas de miles de personas, muchas de ellas venidas de otras partes del mundo como Chile, Francia, Perú, Brasil o Hawái. Allí, en lo más alto de la ladera, esperan, donde mejor se ven las olas y bajo un cielo que amenaza con hacer más épica la contienda, una decena de motoristas preparados para recoger a los surfistas, cuatro socorristas especializados en salvamento de mar y montaña, un equipo de operaciones que coordina cada entrada y salida del agua de los riders y 27 de los mejores surfistas del mundo. Pero toda precaución es poca y la prueba se encomienda también a la fe: un cura bendice la prueba minutos antes de que dé comienzo. "Sinceramente, te pido que me des fortaleza, protección y guía, mientras voy a través de las olas de la vida. Que el agua os recuerde al bautismo y que el agua nos purifique", sentencia.
"Nosotros sabemos que ellos están ahí. Si pasa algo, van a estar ahí. Será antes o después, pero si tengo un problema sé que al levantar la cabeza va a venir una moto a por mí y si no la veo, respiro y la espero, pero van a aparecer". Esa es la presión o la confianza (para cada una de las partes será una cosa) que le da Nico Gómez, hijo del primer rider de La Vaca Gigante y actual surfer de olas grandes, a los responsables de conducir las motos de agua. Una fe ciega. Lo dice sonriendo, apartando la mirada justo en ese momento y dirigiéndola hacia el mar. Parece imaginar dónde podría darse esa situación.

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Como la aparición de la ola, parte de probabilidad, parte de suerte, cuando metes diez motos de agua a rescatar surfistas de entre las espumas que generan olas de siete metros corres el riesgo de que algo salga mal. Y salió mal. La Vaca Gigante tiene la peculiaridad de que te avisa, aunque sea con poco tiempo, de que va a salir. Lo que no te avisa es del tiempo que se va a mantener estable. Cuando la gente empezaba a abrir las neveras, los bocadillos estaban medio mordidos y cada uno de los 12.000 que habían ido se había buscado un sitio para verlo desde la mejor perspectiva, el viento se puso del norte (mala señal, por lo que la gente gritaba en los prados), la ola empezó a perder estabilidad y Tim, fotógrafo de 66 años, y el motorista que le llevaba golpearon contra las rocas. No hace falta decir que pasar seis horas en el agua es agotador, los reflejos bajan, las fuerzas flaquean y el mar, por desgracia, no perdona. La Vaca metió dos cornadas antes de desaparecer. Primero, la de Tim, que dejaba en el agua su equipo de más de 15.000 euros para intentar salvar su vida, y después la de Xabi, que mientras el equipo médico trataba de socorrer a la primera moto caída sufrió un golpe en la cabeza con la moto de agua que le tenía que remontar a él.
El centro de control se vuelve una sala de reuniones de emergencia. Las señales entre los socorristas, los motoristas y el barco médico se solapan. "¡Que vengan los riders!". "¿Pero cómo no vamos a disputar la final internacional?". "Aguantamos, a ver si la ola se estabiliza". "Mira al horizonte, no viene nada bueno". "Pensad en los chicos". "Yo no me quiero meter ahí, mira cómo está el agua. No quiero surfear". La Vaca ha conseguido casi todo lo que quería: que la estuvieran esperando impacientes y que la intentaran remar sin éxito. El certamen se cancela y se salda sin campeón internacional ni vencedor absoluto de la prueba general. Un año más, un año menos.
Equipo de trabajo
- Redacción: Álex Corral
- Vídeo: Álex Corral
- Desarrollo: Rodrigo Oyanadel
- Producto: Clara Pardo, Itziar López-Cerón, Guillermo Lozano, Cristina Pérez-Gandaras y Marina de Castro
- Producción, edición y montaje: Darío Ojeda y Marta Caparrós