Ducati roza su sueño tras temer una pesadilla

El entrenamiento oficial del Gran Premio de Malasia de MotoGP había dejado una situación anómala, en un día complicado para los tres que tenían que pelear por el título. En realidad, olvidando colores de banderas, dos: Pecco Bagnaia y Fabio Quartararo. Porque el tercero, Aleix Espargaró, llevaba unos fines de semana agarrándose con una uña a esa posibilidad. Bagnaia salía noveno, Quartararo duodécimo y Espargaró décimo. Este último se quedó más o menos donde estaba, llegando a perder incluso varias posiciones, mientras que los otros dos brillaron y permitieron que la carrera tomase el color de esas en las que se mascan los triunfos y las tragedias.

Si Bagnaia ganaba y Quartararo no subía al podio, listo, la moto italiana por antonomasia iba a tener por fin a su campeón italiano. Algo que no se ha visto en MotoGP y que obliga a remontarse 50 años atrás si revisamos la historia de la clase reina: con MV Agusta y Giacomo Agostini en 1972 en 500cc. El primero lideraba, el segundo marchaba tercero pero con Marco Bezzecchi acechándole. Bezzecchi, compañero de Bagnaia en la academia de Valentino Rossi, y amigo. Pero el francés supo contenerle. Y la tragedia pudo venir delante, de la pelea entre el líder del Mundial y el que será su compañero en 2023: Enea Bastianini. Porque le adelantó, lideró la carrera, y cuando perdió ese puesto, aguantó a rueda de la moto roja dejando la sensación de poder atacarle en cualquier momento. Mientras que en el muro de Ducati los máximos responsables de la marca mostraban un gran nerviosismo, asustados porque algo terminase pasando, algo que les llevase de la gloria al ridículo. Por suerte para ellos, y para Bagnaia, todo quedó en nada. Ahora pueden mirar con mucha tranquilidad al último fin de semana de Valencia.

¿Qué narices estaba pasando en el muro de Ducati? Gigi Dall'Igna, el mánager general y cerebro técnico, Paolo Ciabatti, el director deportivo, y Davide Tardozzi, el team manager, no paraban de hablar entre ellos mientras Bagnaia y Bastianini elevaban la tensión. El primero ya había dicho el sábado que era el momento de las órdenes internas, el segundo no suele hacer mucho caso a esto, también espoleado por una jugosa prima por terminar tercero del campeonato. ¿Se iban a dar órdenes de equipo desde el muro? Lo cierto es que lo sucedido fue más bien un extraño número, probablemente para llamar la atención de los miembros del equipo de Bastianini, el Gresini Racing, por si querían 'intervenir' de alguna manera. Porque plantear este tipo de estrategias delante de las cámaras y con cuchicheos, cuando se puede usar las líneas de comunicación internas, no tiene mucho sentido… Al final las aguas no salieron de su cauce y todo terminó como podían desearlo, y no como aquella escena que aún tienen en su memoria de Argentina en 2016: allí Andrea Iannone tiró a Andrea Dovizioso entrando ya en meta y cuando peleaban por un segundo puesto. Un ridículo que nunca olvidarán.

Entiendo que estés decepcionado, que las últimas carreras te hayan dejado frustrado. El error de uno de tus ingenieros en Motegi que te hizo salir desde el pit lane en Japón, los problemas con el control de tracción en Australia, o la moto con la que te has tenido que enfrentar a este Gran Premio de Malasia, que se parecía como un huevo a una castaña a la del test de pretemporada en este mismo escenario, donde volaste. Pero debes levantar la cabeza y mirar cómo ha sido este año. ¿Qué ibas a estar luchando por un Mundial de MotoGP con una Aprilia? Eso no se lo habría creído nadie antes de que arrancase la temporada, y has conseguido mantener tus esperanzas hasta la penúltima prueba de la temporada. Increíble.

Este sábado reconoció que estaba nervioso, algo muy humano y poco habitual en el mundo del deporte de élite. Un mal sábado le hizo salir noveno, una posición muy incómoda, un hándicap que solventó en un abrir y cerrar de ojos. La primera vuelta ya la terminó segundo, y después no se cebó con el ritmo de Jorge Martín y se quedó con el liderato cuando el madrileño se fue al suelo. Después, soportó la presión de la 'mosca cojonera' Enea Bastianini, que no se rinde nunca. Y eso en un día que podía ser el más importante de su vida. El resultado: su séptima victoria del año, continuar con la cabalgada que empezó después de Alemania (de allí salió a 91 puntos de Quartararo y ahora navega con 23 de ventaja) y llegar a Valencia con tres cuartos de título en el bolsillo. Más no se le podía pedir.

Estaba seguro de que Marc Márquez iba de farol cuando ayer decía eso de que, sí, iba a salir desde la primera línea de la parrilla de salida, pero que su realidad era otra y que no le iba a permitir aspirar a nada más allá de una posición entre el séptimo y el décimo, a no ser que sucediese algo gordo. Y como nada raro ocurrió, Márquez, efectivamente, terminó séptimo, lo que confirma que lo suyo no era una trola y que de verdad esta Honda no le podía permitir hacer mucho más que lo que terminó haciendo este domingo. Y da más mérito a sus dos súper vueltas del sábado.

Al salir de la rueda de prensa oficial post carrera, Fabio Quartararo se encontraba con Cal Crutchlow, el experimentado piloto de pruebas de Yamaha que se disponía a cumplir con sus quehaceres con la prensa. Y Crutchlow, poco dado a efusividades, le propinó un cariñoso abrazo, felicitándole por su carrera. Porque ya lo había dicho el británico: no entendía cómo el francés había sido capaz de llegar hasta donde ha llegado este año con esta moto, y en Sepang volvió a dar muestras de su clase. Gran salida, gran carrera y brillante podio, con un dedo de su mano fracturado. Casi seguro que no podrá revalidar el título, pero no será porque no ha puesto todo de su parte.