Aquellos bienpensantes del dopaje: cuando el tenis no se tomaba muy en serio las trampas
Un viaje a los años 90, el tiempo en el que Nacho Truyol dio el primer positivo en el tenis, cuando los controles eran escasos y las sanciones evitables.

Había una guerra espantosa en los Balcanes, sí, pero comparado con el de 2024, el mundo de mediados de los '90 era aburrido y optimista, un mundo de bienpensantes que también impregnaba al deporte. Si la historia se había acabado, a decir de Francis Fukuyama, mejor concentrarse en ser buenos, en ser justos. Ya no había grandes gestas, el grueso de los deberes de la humanidad estaba encaminado. Cazar deportistas dopados era, así, un chute de endorfinas y de buena conciencia para aficionados y periodistas imposibilitados de mayor heroísmo.
Aquel 14 de enero de 1997, cuando se conoció el primer caso de dopaje, el nombre de Ignacio Truyol no le sonaba prácticamente a ningún periodista en el mundo, salvo a unos pocos españoles: eran muchos los jugadores de que ocuparse a la hora de enfocarse en el tenis español, desde Sergi Bruguera a los hermanos Sánchez Vicario, pasando por Conchita Martínez o estrellas inminentes como Carlos Moyá y Alex Corretja.
Pero de un día para el otro, Truyol se hizo famoso: su nombre estaba en los titulares de absolutamente todo el mundo, replicado una y otra vez gracias a las agencias de noticias internacionales, cables que a su vez repercutían en el gran servicio de información televisiva de aquellos años, la CNN, y en los telediarios de cada país.
¡Hay doping en el tenis! Todo aquello que se sospechaba, que se comentaba por lo bajo, que se esperaba que alguna vez sucediera, estaba por fin ahí. Y era un español, dato que encajaba a la perfección con los prejuicios (y necesidades) del mundo anglosajón y francés, el poder político eterno en el tenis más allá de los resultados que tengan o no sus jugadores.
El boletín urgente de grandes agencias como la estadounidense AP, la británica Reuters, la francesa AFP o la alemana dpa decía, palabras más, palabras menos, lo siguiente: "El español Ignacio Truyol se convirtió en el primer tenista suspendido por consumo de drogas al dar positivo por un esteroide anabolizante y un estimulante. Truyol, de 23 años y número 127 del ranking, niega haber abusado de las sustancias prohibidas, que según él le recetó un médico español para tratar una lesión de espalda. Los fármacos eran nandrolona, un esteroide anabolizante, y pemolina, un estimulante".
Un mundo nuevo de términos entre sugerentes y desconocidos se abría, y ya nunca más se cerraría: sustancias prohibidas, médico, fármacos, nandrolona, esteroide anabolizante, pemolina, estimulante.
A cualquier aficionado al deporte debía sonarle familiar ese mundo, los más memoriosos y precisos podían incluso escribir sin errores la palabra "estanozolol" y recordar a Ben Johnson, aquel de la imagen soberbia, del girar el cuello antes de cruzar la meta para celebrar en el rostro de Carl Lewis un oro olímpico que duraría poco.
Aquello había sido en 1988 en Seúl, 15 meses antes de la caída del Muro de Berlín: Johnson representaba la última gran manifestación, en este caso canadiense, de una escuela, la del dopaje, en la que eran especialistas casi todos los países tras el Telón de Acero. Pero aquello era en atletismo, en gimnasia, en lucha, en halterofilia, en natación. ¡No en el tenis! No en ese deporte abonado a la elegancia y la caballerosidad en el que, casualmente o no, la Unión Soviética había tenido bastante poco que decir en sus 71 años de existencia.
La cuestión era que Truyol había dado positivo, y aquella noticia estallaba en un tenis muy diferente al de los casos que lo sacuden hoy, los de Jannik Sinner e Iga Swiatek.
El jefe del circuito de la ATP era Mark Miles, un afable estadounidense de Indianápolis que estuvo en el cargo por 15 años, entre 1990, año de nacimiento del ATP Tour, y 2005.
Con Miles podía uno cruzarse en los pasillos y conversar sin mayor problema. Miles disfrutaba del contacto con periodistas y lo cultivaba en cada torneo, tan diferente a lo que sucede hoy con Andrea Gaudenzi, el italiano parapetado tras múltiples barreras. Todo era tanto más natural en aquel entonces.
Lo que no significaba que Miles, hoy consejero delegado del IndyCar, fuera un santo. En la aguda entrevista que le hace Nacho Encabo en Relevo, Truyol dice algo clave: que la ATP le propuso ocultar su positivo, hacer de cuenta que no existió.
"Una sanción encubierta en la cual pierdes el ranking, tú dices que estás lesionado y no pasaría absolutamente nada", explicó.
En ese mismo 1997 en que se conocía el positivo de Truyol, Andre Agassi se aficionaba a la metanfetamina, el "crystal meth". Cuando dio positivo se sentó a escribir una carta a la ATP. Una carta "llena de mentiras intercaladas con pedazos de verdades", según el propio Agassi. Entre las mentiras, una que volvería al primer plano ocho años después: la de que había bebido accidentalmente un refresco con "crystal meth" que pertenecía a su ayudante, conocido como Slim, que tomaba drogas.
A esa historia, la del vaso contaminado cuyo contenido se toma por accidente, apeló también en 2005 el argentino Mariano Puerta tras el positivo derivado de la final de Roland Garros 2005 ante Rafael Nadal.
Un Nadal que en 2009 estaba furioso con la confesión de Agassi. Lo que había revelado el estadounidense le caía "fatal", era una "falta de respeto" y hacía "daño al deporte".
Un análisis discutible el del mallorquín, sintetizado en esta frase: "Para qué viene ahora a decir eso porque está retirado y es una forma de hacer daño al deporte sin ningún sentido".
Lo cierto es que Agassi engañó a la ATP, pero más cierto aún es que la ATP se dejó engañar. Con gusto, abriendo los brazos y casi pidiendo ayuda para ocultar la historia. La ATP no quería, por nada del mundo, dar a conocer el positivo de Agassi. Y lo logró, hasta que el ya exjugador aprovechó la historia para sumar más millones de dólares a su cuenta convirtiendo el relato del "crystal meth" en uno de los ejes de "Open", su autobiografía.
Truyol dice que él no se sorprendió con el caso de Agassi. "Básicamente ya lo sabíamos", dice, en una frase un tanto difusa y de interpretación abierta. Y añade: "Aquello funcionaba de la manera que si querían te sancionaban y si no querían no te sancionaban".
Eso es cierto, como cierto es que casi todos buscaban engañar. Los jugadores a la ATP y la ATP al público y sus patrocinadores. Basta, si no, con prestar atención a esta pregunta de Encabo y la respuesta de Truyol.
- ¿Tú eras consciente de que podías dar positivo?
- No, yo no tenía ni idea. No hubiera ido al torneo. Básicamente, se me puso eso, no se me comunicó y fuimos al torneo y di positivo. Pero ya te digo, todos sabíamos que en ese torneo había controles antidoping, con lo cual, si yo lo hubiera sabido, obviamente no hubiera ido.
Y si no iba, no había positivo, porque en la mayor parte del circuito no se hacían controles. Así, el control antidopaje era más una lotería que un sistema. Hoy ya no es así, y el tenis español se profesionalizó para evitar lo que le sucedió en los 2000 al argentino, una sucesión de casos de dopaje. No hubiera sido posible sin el doctor Ángel Ruiz Cotorro.
Pero la lotería del dopaje sigue funcionando en el tenis. ¿Cómo sacar el número ganador? Asegurándose un buen abogado, eso que los Truyol de este mundo en general no tienen, pero los Sinner y Swiatek sí.