TENIS

El 'odio' entre Rafa Nadal y Robin Soderling prendió con un chispazo sobre la hierba de Wimbledon: "Es un chico extraño"

Al manacorí nunca le importó reconocer su enemistad con el tenista sueco, el primero que le tumbó en la arcilla de Roland Garros.

Nadal y Soderling, en Wimbledon 2007./RELEVO
Nadal y Soderling, en Wimbledon 2007. RELEVO
Daniel Arribas

Daniel Arribas

Poca gente lo recuerda, pero el primer choque entre Rafael Nadal y Robin Soderling ocurrió en 2006, un año antes de que la rivalidad entre ambos saltara por los aires. De aquellas, Nadal defendía por primera vez su corona en Roland Garros, título que había conquistado por primera vez el curso anterior. El manacorí solventó la primera ronda sin complicaciones (6-2, 7-5, 6-1) y, con 54, superó el récord de victorias consecutivas sobre tierra batida, en poder hasta ese momento del argentino Guillermo Vilas.

Un año después, ya con Nadal tricampeón en París, todo estalló en Wimbledon, donde ambos, español y sueco, se vieron las caras en tercera ronda. Con más de tres horas sobre la hierba, y con el encuentro igualado a dos sets, Soderling interrumpió un saque del español para imitar en tono burlón su clásico reajuste del calzoncillo. Aquello desató las risas del All England Tennis Club y se quedó grabado a fuego en la retina del manacorí.

"Soderling es un chico extraño", aseguró Nadal tras un choque que se acabó llevando en el quinto y definitivo set. "Yo le he saludado a lo mejor siete veces desde que llegué al circuito y no me ha contestado nunca. Luego hoy, me caigo y ni viene a preguntar, se toca el culito, cuando termina el partido, me da la mano casi sin mirarme… Cosas que no vienen a cuento si un jugador es profesional y buena gente. Peor imposible".

Así se fraguó la enemistad entre Nadal y Soderling, en Wimbledon 2007.

Solo unos instantes después, Soderling se sentó delante del mismo micrófono. Y no se quedó corto. "¿Que Nadal ha dicho qué?", exclamó, perplejo. "Yo nunca he dicho esas cosas de él. Nunca lo diría de nadie en rueda de prensa, y podría hablar mucha mierda de mucha gente, créeme. No sé, debe tener un día quejica. Si mi rival tiene suerte en un golpe y no pide perdón, a mí no me importa. ¿Por qué debería hacerlo si es el momento más feliz de su vida? Vaya gilipollez".

Ese mismo año, Nadal, consagrado ya como una estrella mundial de la raqueta, concedió una entrevista en el programa 'La Boîte A Questions', en Canal+ Francia. En él, el manacorí leía y contestaba las preguntas que habían enviado los seguidores del espacio. Un formato clásico. Entre diversas cuestiones, llegó la bomba. ¿Con quién no harías nunca pareja de dobles? Y Nadal no dudó: "Con Soderling".

Entrevista de Nadal en La Boîte A Questions, programa de Canal+ Francia, en el año 2007.

El destino no quiso volver a juntarlos hasta dos años después, en 2009. Primero se vieron las caras en Roma, donde Nadal aplastó sin miramientos a su rival (6-1, 6-0), el primero hacia el que había reconocido abiertamente un sentimiento cercano al odio. Tres semanas después, en París, llegó la hecatombe.

Sobre la arcilla de la Philippe Chatrier, esa que se había convertido en el jardín de juegos del manacorí —imbatido desde 2005, esto es, 31 duelos consecutivos sellados con victoria en Roland Garros—, Soderling tumbó a Nadal en una de las mayores sorpresas que se recuerdan en la historia del tenis (6-4, 6-4, 6-7(7), 4-6, 7-5).

"Terremoto en la tierra", tituló la mañana siguiente a toda página el diario L'Equipe. "La eliminación de Nadal abre ahora inesperados horizontes a todos sus rivales". Dicho y hecho. Aquel torneo, coto privado de Nadal desde 2005, conoció un nuevo campeón: Roger Federer, que se deshizo en la final, precisamente, de Robin Soderling.

Un año después, en 2010, llegó la redención de Nadal. Después de no ceder un solo set en todo el torneo, el español tumbó al sueco en la final de Roland Garros. "No lo he sentido como una venganza", sentenció el español. "Después de Wimbledon 2007 no he tenido problemas con él". Cierto o no, aquella fatídica derrota de 2009 fue la única mancha en casi nueve años de dominio absoluto, es decir, el único rojo entre una serie de más de 65 casillas verdes consecutivas en Roland Garros. El resto, que lo hay, vaya si lo hay, ya es historia del tenis.