10 años sin la leyenda Yago Lamela: "Cuando dices su nombre, hay que ponerse de pie"
El saltador de longitud asturiano falleció un 8 de mayo de 2014, a los 36 años, tras firmar alguna de las gestas más sonadas del atletismo español.

El 8 de mayo de 2014, una noticia estremecía a España. El saltador de longitud Yago Lamela aparecía muerto en su casa a los 36 años a causa de un infarto, como confirmaría la autopsia unas horas después. El salto de longitud español quedaba huérfano. Las alas de este avilesino, noble e introvertido y poco dado a las estridencias, se hacían eternas y propulsaban al genio a la categoría de leyenda.
Una década después, todo el atletismo español sigue recordándole como algo sobrenatural. "Un hombre disciplinado, con gran voluntad, con unas condiciones físicas portentosas, un monstruo... Ha sido un honor entrenar con él", relata Juan Azpeitia, quien fuera su entrenador en los mejores momentos de su carrera deportiva.
Para la historia estará grabado a fuego su salto a la fama, un vuelo hacia los 8.56 metros en el Mundial en pista cubierta de Maebashi 1999, que cumplió 25 años hace tan solo unas semanas. Una imagen que quedará para siempre en la retina de la afición al atletismo y que obligó a ser mejor al mejor de la historia, el cubano Iván Pedroso, en la lucha por la corona mundial en la última ronda de intentos. "Me preguntaba '¿Quien es este chaval que está saltando tanto?'. Fue la competición más difícil que tuve", confesaba el saltamontes de Cuba en declaraciones a Informe Robinson.
"Si me hubieses preguntado antes del salto, te hubiera dicho que imposible, pero él era un gran campeón", recuerda ahora su entonces entrenador Juanjo Azpeitia. Sin embargo, quien lo vio desde meses antes fue plusmarquista español Antonio Corgos, que ya había avisado a varios entrenadores de atletismo que, en un encuentro con Yago, notó cómo "el récord se fue por el brazo hacia a él al saludarle".
El lanzador de peso Manolo Martínez, compañero en aquella cita mundialista, rememora cómo ambos tuvieron que buscar un gimnasio privado en la ciudad japonesa para un último entrenamiento a pocas horas de la competición: "Recuerdo las caras de los del gimnasio cuando vieron a Yago levantar 245 kilos en sentadilla profunda. Era un animal, una potencia de la naturaleza". Lamela era un elegido, como bien saben los protagonistas de aquella época dorada. "Yo decía: 'si intento hacer eso, yo me muero y me tienen que recoger del subsuelo", apostilla a Relevo el también saltador Joan Lino, quien fuera su último gran rival en España.
En la misma línea, Niurka Montalvo, quien compartía pasillo de saltos en el grupo de entrenamiento de Rafa Blanquer en Valencia, echa la vista atrás para recuperar imágenes del mito: "Estaba un punto por encima del resto: en pesas, en quíntuples sin carrera [tipo de entrenamiento], en la velocidad con la que entraba a la tabla... era normal que saltara lo que saltaba".
"Rompió todos los esquemas"
Medallista olímpico en salto de longitudCon aquel mítico 8,56, Lamela borró los últimos complejos de inferioridad del atletismo español. En aquellos tiempos y con un dominio arrollador de Pedroso en el pasillo de saltos, un blanco asturiano demostró que no había color en la capacidad de volar. "Rompió todos los esquemas", señala quien fuera su último gran rival en territorio nacional, Joan Lino Martínez. "Cuando dices su nombre en el salto de longitud, hay que ponerse de pie".
Aquella gesta convirtió a Lamela en un fenómeno pop que le llevó a la fama más allá del atletismo, siendo capaz de recibir las ovaciones de El Molinón y el Carlos Tartiere, estadios del Sporting de Gijón y el Real Oviedo, con igual respeto y admiración. O a llenar La Cartuja de Sevilla, donde tuvo que llegar escoltado por la policía, para verle de nuevo como subcampeón mundial. "En ningún momento quería todo esto; yo solo quería ser bueno en lo mío", expresaba el propio Yago en aquellos tiempos en varias entrevistas.
Eran las primeras luces de que subir a lo más alto y de manera tan extrema, a veces es un arma de doble filo. El primer golpe duro llegó en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000, donde no logró llegar a los ocho metros. Eso le hizo buscar nuevos métodos de entrenamiento, alejándose de sus orígenes, primero en Madrid, a las órdenes de Juan Carlos Álvarez, y después en Valencia, con Rafa Blanquer. Es en la ciudad del Turia donde se reencontró con su nivel en un entorno más tranquilo tras bajar el suflé de la expectación. Volvió a volar en 8,50, se colgó el oro europeo y una nueva plata mundial. A partir de ahí, vinieron los problemas.
El mazazo de Atenas
Unas molestias en los tendones de Aquiles le comenzaron a generar miedo a la hora de saltar y le hizo sufrir un nuevo golpe en los Juegos de Atenas, una segunda oportunidad olímpica perdida en la carrera del asturiano, que terminó con una operación para olvidar los dolores. Una lesión temida por cualquier deportista de su disciplina. El principio del fin del gran Lamela.
Las ganas de volver se convertían en su peor enemigo. Empezó un largo periodo de sufrimiento interno que terminó en una fuerte medicación que le impedía saltar y le arrebataba cualquier viso de volver a la gloria pasada. Ni su vuelta a Asturias con Azpeitia fue la solución y la luz del gran saltador que enloqueció al mundo se fue apagando.
La figura de Yago Lamela ha trascendido al tiempo, a las modas y a los récords que todavía conserva, como consagra quien fuera su compañero de habitación en algunos grandes campeonatos y hoy presidente de la Real Federación Española de Atletismo, Raúl Chapado: "Nos dejó su legado, su talento y nos maravilló con esa melena que soltaba al viento. Era un genio".