"Dick Fosbury cambió el salto de altura para siempre"
Luis María Garriga y Arturo Ortiz, leyendas del salto de altura en España, recuerdan al atleta norteamericano, fallecido este domingo a los 76 años.

En Borja, municipio escarpado entre Zaragoza y Soria, Luis María Garriga sigue siendo feliz. Educado, siempre con una buena palabra en la boca, el exsaltador, primer español en superar la barrera de los dos metros en la altura, presume de una localidad que, para muchos, saltó a la fama por un estropicio pictórico: la restauración fallida del Ecce Homo. Lejos, muy lejos de allí, a 9.000 kilómetros de distancia, y 44 años antes, Garriga sintió que presenciaba algo histórico, aunque de otra forma muy diferente: "En los Juegos Olímpicos de México fui finalista junto a Dick Fosbury, el hombre que rompió para siempre los esquemas del salto de altura".
Garriga, que fue testigo del momento que cambió su disciplina, solo tiene palabras de admiración para el de Portland, fallecido este domingo. "Fue un momento único en la historia del atletismo", asegura por teléfono desde Zaragoza. "En el momento, hubo controversia porque no se sabía si los jueces iban a homologar o no el salto, pero cuando lo dieron por válido me sentí un afortunado. Me hice una fotografía con él al concluir y la guardo con gran afecto".
Fosbury, un pobre saltador con las técnicas anteriores, innovó para dar un giro a su trayectoria, muy alejada de los grandes focos y, por supuesto, de cualquier medalla. Tal es así que, de adolescente, el norteamericano era incapaz de conseguir las mínimas para formar parte del equipo de su instituto.
Entonces, su cabeza hizo clic. "Antes de los Juegos, a nosotros nos había llegado algo. Se comentaba que había por ahí un saltador con una técnica nueva, nunca antes vista", recuerda Garriga desde Zaragoza. "Ese día se llevó la medalla de oro con 2,24 metros, pero no saltó 2,29 de milagro. Se concentraba de una forma muy peculiar, con un balanceo continuado sobre el pie derecho antes de comenzar la carrera. Desde el graderío, los mexicanos le gritaban: 'Ándale, gringo! ¡Ándale!".
El salto de Fosbury fue copiado por todos
Tras el vuelo de Fosbury, hacia atrás, atacando con el brazo, con la cabeza por delante, la espalda contorsionada y los pies serpenteando para esquivar el listón, muchos, muchos atletas —pronto fueron todos—, copiaron su técnica.
No fue una excepción Arturo Ortiz, plusmarquista español todavía hoy —saltó 2,34 en Montjuic, en 1991— e hijo de la corriente iniciada por el norteamericano. "Yo empecé a saltar en 1977, con tan solo once años. Fosbury ha sido mi padre, ficticio si quieres, sí, pero mi padre al fin y al cabo. Se va alguien que me ha hecho ser quien soy. Gracias a él, he saltado lo que he saltado. Ni más ni menos".
Aun así, Ortiz recuerda que, durante su infancia, al igual que en los años posteriores al hito de Fosbury, todavía existían dudas: "Como en cualquier nueva corriente, la gente no lo tenía claro. Sin ir más lejos, en los Juegos posteriores, en Múnich 1972, volvió a ganar un saltador, Yuri Tarmak, con la técnica de rodillo".
Sin embargo, la eficiencia, esa que el propio Fosbury reconoció buscar con su invento, se acabó imponiendo. "Él encontró esa solución porque tenía unos déficits de fuerza que el salto de rodillo requería", explica Ortiz. Los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, en 1984, fueron los últimos en los que al menos un atleta empleó la técnica del rodillo para saltar el listón.
"Siempre que hay un pionero le sacas defectos, pero es que Fosbury lo hacía todo bien. Tenía una técnica pura, limpia y deliciosa. ¡Sus saltos eran preciosos!", declara Ortiz, retirado en 2002. "Más allá del estilo en general, todavía hoy se siguen utilizando una serie de patrones idénticos a los que creó Fosbury, sobre todo la velocidad de los últimos apoyos antes del salto".

Al otro lado del teléfono, Garriga, un año mayor que Fosbury, reconoce que no cambió de técnica pese a la tendencia general tras México '68: "Tuve varias lesiones importantes y no pude ir a Múnich, los que habrían sido mis mejores Juegos. Un año después, en 1973, me rompí el escafoides y el astrágalo. Cerca de la treintena, y con las instalaciones que teníamos entonces, mucho peores que las de ahora, decidí que ya no tenía la edad adecuada para pasarme al Fosbury. Lo que quería era ganar, era lo único que me importaba, y si quería cambiar de técnica, era demasiado tarde para intentarlo".
Con su salto, Fosbury estableció el récord del mundo en 2,24 metros, una marca que hoy, más de medio siglo después, con su técnica siempre por delante, ha ascendido cerca de un palmo —Javier Sotomayor posee el récord desde 1993, cuando superó el listón de 2,45 metros en Salamanca—.
"Yo no tuve el placer de conocerlo en persona", dice Ortiz. "Pero todo lo que me ha llegado de él es que era una persona afable y muy cariñosa. Me consta que respondía por correo a cualquier aficionado que le enviaba unas palabras".
"Tengo un recuerdo entrañable de Dick Fosbury", admite Garriga, incapaz de separar nombre y apellido de un ídolo con quien compartió momentos imborrables. "Era un poquito más joven que yo, y un tipo bastante peculiar, pero tenía una conducta y una naturalidad envidiables. Su mérito, por encima de cualquier cosa, fue simplificar algo que nadie había descifrado antes. Y a la vista está el resultado. Cambió el salto de altura para siempre".