ATLETISMO

La gran rival de Ana Peleteiro que convertía los libros en pizzas para dar de cenar a sus padres

La campeona olímpica Thea Lafond se ha convertido en la gran sensación del triple salto y, por sorpresa, se enfrentará a la española en el Mundial indoor de Nanjing.

Thea Lafond señala Dominica, su país de nacimiento./ADIDAS
Thea Lafond señala Dominica, su país de nacimiento. ADIDAS
José M. Amorós

José M. Amorós

"Por favor, mira tus mensajes privados y llámame", le escribía en público Thea Lafond (Roseau, Dominica, 1994) a las cuentas de redes sociales del técnico principal de saltos de Islas Vírgenes Estadounidenses el 22 de agosto de 2016, solo un día después de que se apagara el fuego olímpica a la sombra del Cristo Redentor de Río de Janeiro. No había tiempo que perder, y dolida y dolorida tras quedar última en la clasificación de triple por culpa de una lesión y con un salto de 12,82 metros, recordaba una conversación con este preparador rival y compañero de Villa que la había observado y analizado en la competición solo unos días antes.

Muhammad Halin, que así se llamaba el entrenador, le había comentado que podría tener un gran potencial y que, si desarrollaba su técnica, volaría muy lejos. En aquella humilde conversación entre acreditados de dos pequeñas naciones del Caribe, y como si se tratase de una necesaria estrella de Oriente hacia su objetivo, comenzó a ganar su medalla de oro de los Juegos Olímpicos de París que le consagra como la reina del triple salto en ausencia de Yulimar Rojas.

Nacida en la capital de Dominica, una minúscula isla de apenas 65.000 habitantes [por ejemplo, unos 17.000 menos de los que tiene la ciudad alicantina de Orihuela], su familia no tardó en dejar todo atrás para buscar una mejor vida en Estados Unidos, en Nueva Jersey. "No lo harás", le respondió su tía en una dura réplica cuando aquella niña de solo cinco años le preguntó cuándo volvería a visitarla. Como tantos inmigrantes que dejan el pasado atrás y no vuelven nunca a sus orígenes, los Lafond no debían tardar en olvidar aquel paraíso natural donde vieron la luz primera por verse iluminados por el sueño americano.

Aquellas palabras se clavaron cuál puñal en una pequeña Thea que nunca dudó, a pesar del paso del tiempo, sobre cuál sería la bandera que levantaría a lo más alto cuando fuera grande y fuerte, tanto como para conquistar el mundo junto a la Torre Eiffel. Pero no fue fácil llegar allí. Porque mucho antes, creció de manera humilde, durmiendo junto a sus padres en una habitación prestada por su tía y en una casa donde vivían otras ocho personas. "Me llevó años darme cuenta de lo que nos estábamos perdiendo; solo de adulta comprendí la lucha de mis padres, la importancia y las dificultades de su decisión. De niña, nunca me di cuenta", escribía en una carta en The Owl Post hace unos meses.

El 'milagro' de convertir libros en pizzas

La vida era tan ruda que su madre solo le impuso una regla estricta: no podía volver directamente a casa al acabar la escuela, siempre tenía que tener algo que hacer y llenar los días. En un hogar sobrepoblado y en un país donde su acento la delataba como "diferente", Lafond debía ganarse el futuro y el respeto, crecer y afincarse a su nuevo entorno. Danza, jazz o clases en un coro, porque cualquier extraescolar valía para no volver a casa antes de hora, antes de dormir. Pero sobre todo, se agarró a una pasión: la lectura. La cadena de pizzas Pizza Hut tenía una promoción en la que regalaba una pizza a los niños que demostraran haberse leído un libro completo y la joven Thea masticó páginas y porciones sin freno. "Tuvieron que pasar años y escucharlo en palabras de mi madre para darme cuenta de lo mucho que significó para mí y mi familia que, a esa edad, fuera yo quien se encargara de conseguir la cena de vez en cuando", cuenta ahora con crudeza. Y es que las pizzas que lograba gracias a leer libros dieron de cenar a los Lafond en alguna que otra ocasión. "Tardé años en entender el impacto que tuvo en la economía de mi casa y en la formación de mi independencia, de mi carácter, de mi manera de entender las cosas".

El nacimiento de un hermano pequeño, y los sobrecostes que significó, obligaron a Thea a dejar el ballet por su alto precio y buscar una alternativa más asequible para su tiempo libre. Ahí fue cuando llegaron los deportes, primero el voleibol y poco después, afortunadamente, el atletismo. Estudió y llegó a graduarse unos años después en la Universidad de Maryland, mientras entrenaba con un preparador de Virginia, en una tesitura que le obligaba a desplazarse dos horas para sus sesiones. Competía en cualquier prueba y completaba el heptatlón sin problemas, aunque sus buenos saltos y su físico terminaron mostrando el camino. Logró buenos resultados para su universidad y terminó logrando el billete para los Juegos Olímpicos de Río, donde quedar última de todas las participantes lo cambió todo.

"Llegué a comentar cada publicación en las redes sociales pidiéndole que me escuchara"

Thea Lafond

"Quedé fuera de la final con el peor salto, y recuerdo el momento en que, sentada en la grada viendo a las demás competir por el podio, frente a la multitud que les animaba, me pregunté: "Yo también puedo, pero... ¿cómo?". Muhammad Halim era la esperanza, él mismo le había mostrado el camino en una pequeña charla tras aquella maldita clasificación. Solo quedaba encontrarlo: "Mensajes, correos electrónicos, llamadas... y no había hay respuesta. Llegué al punto de comentar cada publicación en las redes sociales pidiéndole explícitamente que me escribiera, que me dejara hablarle, que me escuchara". Finalmente, respondió.

"Me presentó a su amigo Aaron Gadson, un exsaltador estadounidense — con una modesta mejor marca de 15,23 metros — y bastó sólo una reunión con él para saber que era la persona adecuada para mí. '¿Cuándo podemos empezar?'. '¡Mañana!'. La decisión más rápida de mi vida". Hoy, sigue siendo su entrenador... y también su marido.

La primera gran recomendación de Gadson fue similar a la que años después llevó a cabo Benjamin Compaoré, también entrenador y marido, con Ana Peleteiro tras los primeros entrenamientos: cambiar de pierna de batida, de la derecha a la izquierda. A diferencia de lo que ha terminado ocurriendo con la española por culpa de una vieja lesión, a Lafond le cambió la vida y le abrió las puertas de los éxitos. "Básicamente, se trata de enseñarle al cuerpo a saltar de nuevo", comentaba la saltadora en una entrevista al Washinton Post en 2017. "Y no es tan extremo como, por ejemplo, que un jugador de baloncesto cambie de mano al lanzar". Con su nueva pierna empezó a crecer, y a volar, a mejorar su marca desde los 13,61 metros de 2016 hasta los 14,60 que alcanzó en la clasificación olímpica de Tokio en el verano de 2021.

Allí, solo unos días antes y ante un estadio vacío por la pandemia, había enarbolado la bandera de su país, Dominica, aquel al que su tía dijo que no volvería. Y fue esa presión, la de cargar sobre sus hombros a todo un país en el que solo vivió hasta los cinco años, lo que terminó por destrozarle de nuevo: en la final, solo pudo saltar 12,57 para ser última. Aunque esta vez fuera en al final, otra vez última. "Me sentí abrumada por las emociones, por las mariposas en el estómago. Demasiado involucrada para ser realmente yo. Demasiado inmersa en el momento como para vivirlo realmente. Era la abanderada, llena de expectativas, de sueños, incluso de exigencias, y me incliné ante la grandeza del momento. Nunca me he sentido tan mal".

"Muchos pueden ser buenos. Solo unos pocos pueden ser grandes"

Thea Lafond

Como tantos otros, su consuelo y refugio llegó con un psicólogo deportivo que lo cambió todo. "Aprendí a dejar de sentirme culpable. Y aprendí que necesitaba un espacio en el que pudiera ser egoísta, cuando fuera necesario. Enfrentar momentos difíciles cambió mi perspectiva, brindándome recursos fundamentales para vivir lo que estaba por venir. Porque el último paso es el más difícil. No hay duda de ello. Muchos pueden ser buenos. Solo unos pocos pueden ser grandes", señalaba en la mencionada carta. "Al principio hablábamos todos los días, en 2024 solo lo hicimos una vez".

Porque en 2024 todo lo que tocó se convirtió de oro, como los libros en pizzas. Un mágico salto de 15,01 le llevaba a lo más alto del podio mundial bajo techo, su primera gran medalla internacional, y haciendo sonar el himno de su país. "¡Adelante, hijos e hijas de esta joya incomparable. ¡Esfuércense por el honor!", canta la letra, que podría ser el prefacio de la vida de Thea Lafond. Y lo volvió a hacer solo cinco meses después, en un escenario más grande, gigantesco, un Stade de France, bautizado Estadio Olímpico, a reventar. "Ahora me siento completamente en paz con el camino recorrido hasta ahora. Con las transferencias. Con los libros que se convierten en pizzas. Con ballet. Con el atletismo. Con Río. Con Tokio. Con los errores. Porque todo me ha traído a este momento, aquel en el que todo está exactamente donde debe estar y como debe ser". De oro.

A punto de cumplir los 31 años a principios de abril, parece que nada puede parar el afán incontestable por crecer y mejorar de Thea Lafond, la niña que convirtió libros en pizzas y el sueño de un pequeño país en realidad. A pesar de no disputar ni una sola prueba desde su coronarse en París, ha viajado hasta Nanjing para defender su oro indoor y convertirse en la rival más dura de Ana Peleteiro este sábado [12:10h.] en la final directa del Mundial.