Una maratón a 500 metros de profundidad en la mina donde Hitler ocultó el oro y las obras de arte robadas
Los corredores completaron trece veces un circuito de 3.25 kilómetros bajo tierra.
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Krayenberggemeinde es un municipio alemán de alrededor de 5.000 habitantes situado en Turungia, una región que después de la II Guerra Mundial formó parte de la República Democrática de Alemania. Desde hace 17 años, muy cerca de allí, se celebra en pleno invierno el Kristallmarathon (maratón de cristal). En esta última edición, la temperatura en la zona era de cinco grados bajo cero. Eso no iba a suponer un contratiempo para cualquier maratoniano que se precie. Un par de guantes, una camiseta térmica y a los dos kilómetros de la salida, la temperatura corporal ya está adaptada a la climatología. Pero la carrera no era urbana. Discurría por las entrañas de una mina de sal situada a 500 metros de profundidad, y que aún sigue en activo, donde el corredor descubre un circuito de 3.25 kilómetros que tiene que completar trece veces para sumar 42.195 metros.
A lo mejor, más de uno hubiera rechazado como regalo de cumpleaños los 90 euros que costaba la inscripción de la carrera, más el dinero por los gastos del viaje ante un plan tan poco atrayente como correr una maratón bajo tierra atravesando las galerías en una mina con un intenso olor parecido a cuando se enciende una cerilla. En Toledo había alguien dispuesto a aceptarlo con sumo gusto. Era Alberto Teijeiro, al que en el mundo runner todos conocen como Capi. El pasado 17 de diciembre había cumplido 52 años y su pareja, Susana, no sabía muy bien qué regalarle. Es más, llevaba varios días dándole vueltas al tema. Por esas cosas de la vida, a finales de año, el móvil de Capi le alertó de la recepción de un whatsapp de alguien que conocía hace tiempo. Era de un buen amigo que le pedía que le acompañara en su loca aventura. "Se lo comenté a mi pareja y le pareció guay", afirma. La organización del viaje fue coser y cantar. En menos de una hora ya había conseguido el dorsal, la reserva de hotel y los billetes de avión.
El sábado 15 de febrero Capi salió de su casa sobre las 10:00 horas. Se despidió de Susana de forma cariñosa y a continuación se montó en el autobús rumbo a Madrid. Iba con tiempo suficiente para ahorrarse el dinero de un taxi, así que, al llegar a la capital, cogió el metro que le iba a llevar al aeropuerto Adolfo Suárez. El vuelo a Frankfurt salió puntual, poco después de las tres de tarde. Dos horas después, ya pisaba suelo alemán. Lo primero que hizo al salir del avión fue alquilar un coche. Había prisa por llegar hasta Hünfeld, una localidad situada a hora y media del aeropuerto, donde tenía reservado su hotel. Una vez allí, antes de picar algo ligero y de meterse en la cama, puso el despertador a las seis de la mañana para asegurarse de que iba a llegar a tiempo a la mina. El cansancio de tantas horas de viaje no era nada comparado con lo que le esperaba al día siguiente.

A primera hora del domingo, después de otros 40 minutos en coche, llegó hasta las inmediaciones de la famosa mina. Durante la II Guerra Mundial los nazis aprovecharon para ocultar en su interior el oro y el dinero procedente de los bancos centrales de los países invadidos y las obras de arte que habían robado por todo Europa. El 3 de febrero de 1945, el presidente del Reichsbank y ministro de Economía, Walther Funk, alertó a Hitler del peligro que corría el edificio por los constantes bombardeos de los aliados. Ambos quedaron en llevar todos esos tesoros a un lugar más seguro. El sitio elegido fue la antigua mina de Kaiseroda. Su sólida construcción garantizaba que las bombas que lanzaban la Royal Air Force (RAF) no dañaran todo lo expoliado. Solo 48 horas después de que el 4 de abril de 1945 la 90 División de Infantería del Ejército de Estados Unidos tomara Merkers, un oficial tuvo conocimiento de la existencia de la mina. En su interior descubrieron más de 40 kilómetros de galerías. Solo en la entrada principal ya había un ingente número de bolsas con grandes sumas de dinero en reichsmarks (la moneda que al término de la contienda fue sustituida por el marco) y francos franceses. El oro estaba en el interior de una bóveda. En total, unas 250 toneladas a las que hay que sumar otras 400 en obras de artes.
A Capi no le dio tiempo a pensar en todas aquellas historias de nazis y tesoros. En esos momentos solo podía centrarse en lo que le iba a deparar el interior de la mina. Estaba un tanto nervioso, una sensación algo extraña en alguien que ya llevaba 167 maratones en sus piernas. Se tranquilizó cuando poco antes de las 9:00 horas le entregaron su dorsal en una sala del complejo minero. Iba a llevar el 235, que inmediatamente después se colgó con imperdibles a la camiseta blanca que llevaba para la ocasión con la leyenda: "Toledo, Ciudad Europea del Deporte 2025". De esa primera sala, después de bajar unas escaleras, llegó a las puertas de un ascensor "que iba a toda pastilla". En concreto, a una velocidad de ocho metros por segundo. Es decir, tardó alrededor de un minuto en descender 500 metros. El ascensor tenía tres cabinas y de cada una de ellas salía una pasarela que terminaba en una puerta blanca que daba acceso a una nueva sala. "Era tipo de esas compuertas que hay en los submarinos", añade. Al cerrar la puerta, como dice Capi, "sentimos que nos habíamos quedado encapsulados".
Diez minutos de espera, y la enorme puerta blanca se le abrió de par en par. Por fin veía las entrañas de la mina y parte del entramado de las galerías. La organización, entonces, dividió a los cerca de mil atletas en varios grupos que eran trasladados al búnker a bordo de camiones descapotables, los mismos que se utilizan para transportar la sal al exterior de la mina, donde estaba situada la salida y la meta. No todos iban a hacer los 42.195 metros. 700 participantes habían optado por la media maratón. Fue un viaje de unos quince minutos a través de galerías que superaban por poco los dos metros de altura. Al llegar al búnker se topó de bruces con otra enorme sala donde a veces se celebran conciertos. "Hasta donde yo sé, allí solo estábamos dos españoles porque no oí a nadie más hablar en castellano", espeta. La organización, repleta de jóvenes voluntarios, siempre estaba pendiente de cualquier cosa que necesitaran los atletas. "Es que te puedes perder y no te encuentran", dice riéndose.

Solo le quedaba calentar un poco las piernas antes de correr por el interior de una mina cuya existencia había conocido hace tan solo dos meses. A las diez en punto se dio la salida a la prueba. Parece difícil de creer, pero las galerías estaban repletas de gente animando con palmas, carracas, y hasta con luces y música de discoteca. Ante sí tenía el reto de afrontar una prueba muy exigente con un desnivel de casi 700 metros "que es como hacer una carrera de montaña en el interior de una montaña". La organización solo puso un par de exigencias a los participantes: llevar un frontal para tener más visibilidad durante el recorrido y un casco. "Nos aconsejaron que lleváramos uno de bicicleta porque tenía mucha más ventilación que uno de obra", recuerda Capi.
Las galerías tenían parte de suelo asfaltado, otra de tierra y un tramo, "que resulta algo resbaladizo", que es de sal potásica compacta que se prensa hasta convertirse en cristal. A los corredores no les pareció un recorrido asfixiante ni claustrofóbico gracias a los seis metros de anchura y a la altura de las galerías. Al poco de salir Capi notó algo de polvillo cada vez que respiraba, nada raro dentro de una mina. La falta de ventilación era evidente, aunque en algunas zonas, "y no me preguntes por qué", sí que se notaba que corría aire. Dentro de la mina no hacía tanto frío como en el exterior. De hecho, la prueba se disputó con una temperatura de 19 grados centígrados. "Al final, con tanto calor, la gente se empezó a deshidratar y eso les provocó que tuvieran calambres en sus piernas". A Capi también le ocurrió a pesar de que se avitualló bien en los dos puntos que había a lo largo de circuito a base agua, bebidas refrescantes y algún que otro plátano.
El ritmo de carrera le hacía rondar los 18 minutos durante las seis primeras vueltas, esto es, marchaba a más de 10 e incluso 11 km/hora. "Había muchos repechos cortos y exigentes, pero, a diferencia de correr en montaña, allí las piernas se me iban cargando y tenía los cuádriceps machacados". Podía ver sus tiempos a cada paso por línea de meta en una pantalla gigante donde aparecía su nombre, país de origen, posición en carrera y las vueltas que llevaba. Apenas había un metro seguido de terreno plano. Todo eran subidas y bajadas "bastante caprichosas que supongo se hicieron en función de dónde iban hallando las vetas de sal". En la séptima vuelta ya se fue a los 19 minutos, y a partir de la octava empezó a disminuir su ritmo hasta completar los últimos 3,5 kilómetros en casi 23 minutos. Su tiempo en línea de meta fue 4:14:59, lo que le supuso la sexta plaza para corredores de más de 50 años, y la 49º de un total de 300 participantes. "Me fui de tiempo más de lo que tenía planeado", reconoce. Y es que Capi suele acabar una maratón en 3:15:00 "siempre dependiendo un poco de cómo sea el recorrido".
El toledano lleva años haciendo carreras largas por asfalto, por montaña y "ultras", o sea, competiciones con recorridos de más de cien kilómetros. Es obvio que disfruta corriendo, aunque a veces mezcla su hobby con alguna causa solidaria. Hubo un momento especial en su vida cuando a su hermana María Teresa le diagnosticaron un cáncer de mama. Su manera de apoyarla fue planteándose un reto. Por cada una de las 17 sesiones de quimioterapia que le iban a dar los viernes, ese fin de semana iba a participar en una maratón. Daba igual dónde. ¿Y qué tal está María Teresa ahora? "Gracias a Dios muy bien. No sé si eso ayudó, lo único que puedo decir es que ahora está ella perfectamente y olvidándose un poco de todo aquello si bien cada cierto tiempo tiene que ir a hacerse revisiones".
Al cruzar la meta lo primero que le vino a la cabeza fue: "mi 168 [maratón] ha caído". Luego vinieron las felicitaciones que se dieron entre todos los atletas que se habían pegado semejante palizón y las fotos para recordar la hazaña. Tocaba ya salir al exterior para ver de nuevo la luz del día. Después de que la organización tachara su nombre de una lista de participantes para certificar que había terminado la maratón, emprendió el mismo recorrido que hizo para acceder al interior de la mina, solo que a la inversa. Caminó hasta los camiones por las galerías muy pegado a la pared porque todavía había muchos participantes corriendo para después atravesar la sala que se abría y cerraba mediante compuertas. Tras el paseo en camión, solo le quedaba volver a montarse en el supersónico ascensor. Ya en el exterior tomó un par de bocanadas de aire fresco antes de llamar a Susana para agradecerle de nuevo el regalo y comentarle que todo había ido bien. La conversación no fue muy larga. Solo tenía dos horas para llegar al aeropuerto de Frankfurt. Si no lo conseguía, esa noche no iba a dormir en Toledo.