Cómo el bullying acabó rompiendo un techo de cristal con Gina Cerezuela: "El baloncesto me ha llevado a quererme a mí misma"
A sus 27 años se ha convertido en la primera entrenadora asistente de la División I de la NCAA con las Bulls de South Florida.
Tienes 13 años, una edad en la que realmente todo debería ser 'fácil'. Sin embargo, el colegio es un sitio hostil en el que sufres acoso por ser, simplemente, más alta que los demás. Y aunque tratas de refugiarte en el esquí de competición, no es suficiente. El bullying al que estás sometida por rozar el metro 85 cala demasiado hondo. Y tu deseo es, precisamente, quitarte lo que entonces pensabas que eran "centímetros de más". Quién te iba a decir que 14 años después, gracias a tu altura vas a convertirte en referente y romper un techo de cristal al otro lado del charco. Esta es la historia de Gina Cerezuela (Barcelona, 1995), la niña que, de casualidad, en la puerta de un kebab fue invitada a probar en el baloncesto y que este lunes 6 de noviembre se convierte en la primera mujer en ser entrenadora asistente de la División I de la NCAA femenina con las USF Bulls de la Universidad de South Florida.
"Estaba con mis padres en un shawarma (kebab) después de un fin de semana que habíamos ido a esquiar, porque yo hacía esquí de competición. Tenía 13 años y ya rondaba el metro 85. Y nada, nos fuimos a coger los shawarma, nos estábamos yendo y en ese momento viene una chica corriendo. Mi padre ahí pensó que, lo típico, le pediría un cigarro. Pero no", cuenta Gina Cerezuela desde su casa en Florida, a través de una videollamada con Relevo. Aquella chica era Laura Suanzes, ahora entrenadora en la cantera de la Penya y lo que realmente quería era preguntarle "si había jugado al basket, si jugaba y si quería probar". Y lo hizo.
"Imagínate, un bicho de metro 85, que no ha tocado una bola en su vida… Era un pato mareado, pero bueno", confiesa Cerezuela. Y ese "pero bueno" lo cierto es que trae mucha historia detrás. "Yo justo en ese momento de mi vida estaba padeciendo bullying en la escuela. Un bullying bastante heavy. Y justo lo que en la escuela era un drama, que era el ser alta, en el baloncesto era como: qué guay, eres grande", explica la ahora entrenadora asistente en South Florida. "Aquello, que fue en el CB Roser, me dio mucha confianza y la verdad es que todo el equipo me acogió muy bien y empecé a jugar. Ese mismo año me llamó la selección catalana para ir a la preselección y era como: 'Jo, aquí soy especial'. ¿De lo que se ríen de mí en el colegio? Me hace especial. Me dio mucha fuerza", cuenta.
A raíz de ahí, su vida nunca se desligó del baloncesto. Pasó por varios equipos, como Sant Adrià o Mataró y luego fue fichada por el júnior del Perfumerías Avenida. Aunque el tema académico hizo que sólo estuviese un año en Salamanca. "A nivel de baloncesto, muy bien; pero a nivel de estudios… muy mal. Y mi padre tenía muy claro que el baloncesto profesional de chicas no era como el de chicos y que al final la educación es muy importante. Entonces volví a casa y como castigo, no me dejaron jugar en la máxima categoría de júnior, pero sí en Copa Cataluña, que es la máxima categoría autonómica sénior".
Y entonces, ya una vez con el bachillerato bajo el brazo, "aunque no con muy buenas notas", decidió apostar por ser profesora. Y estudiar en España. Porque aunque EE.UU. ya había llamado a su puerta, por entonces no lo vio claro. "Jugué en el Barça de Liga Femenina 2. Bueno, jugar entre comillas, porque estaba en el banquillo [ríe], pero estar ahí con 18 años ya era un premio. Tuve a Tito Sobrín de entrenador y mejoré mucho. Aquel año, vi que lo de ser profesora no era lo mío, no era mi pasión. Pero mi nota no era la mejor tras salir de bachillerato y no podía entrar en ADE. Así que un día, recuerdo que fui a un pabellón y vi a un entrenador americano junto a otro español que conocía, Daniel Montoliu y se me encendió la luz". Y esa luz la acabó haciendo saltar el charco… Por primera vez.
"Le dije a Daniel que si me llevaba a EE.UU. Y me preguntó que si estaba segura porque me lo había dicho 8.000 veces y siempre le había dicho que no. Recuerdo que fui a casa, le dije a mis padres que me iba a Florida y pensaban que era como 'otra historia de Gina'. Hasta que un día le dije: papá, necesito 400 dólares para el visado, ¿me lo pagas? Y al ver que era en serio para estudiar me dijo que me ayudaba".
Ahí fue cuando empezó a formarse en ADE a la par que jugaba al baloncesto. Un camino arduo que empezó torcido. Sin embargo, aún tenía mucho por hacer al otro lado del charco y logró sobreponerse a una depresión que le hizo trasladarse a Carolina del Sur. "Allí estuve dos años con la entrenadora 'Pee Wee' Johnson, que había jugado 16 años en España. Su mujer también es española. Entonces era como sentirme en casa". Aquella etapa en la Coker University de Carolina del Sur se cerró con la graduación en Administración y Dirección de Empresas (ADE). Y en 2018 su vida regresó a su Barcelona natal… Aunque no por mucho tiempo.
"Trabajaba en un servicio de prevención de riesgos laborales y jugaba con mis amigas para divertirme, mientras me entrenaba Francisco Soro. Entonces me llamó Albert Illa para que defendiera a una chica de metro 94 que empezaba a jugar y empecé a entrenar con él. Había muchas chicas que me empezaron a hacer preguntas porque querían irse a EE.UU. Yo les expliqué todo, conecté tanto con ellas que me pidieron que me quedase como entrenadora asistente".
Fue entonces cuando Montoliu pensó en ella para que mentalizarse a niñas sobre cómo es dar el salto para jugar y estudiar en EE.UU. y aquello terminó por convertirse en su trabajo durante cinco años hasta que hace unos meses, el entrenador de South Florida, José Fernández, apostó por ella para formar parte de su staff.
"Coach Fernández siempre me decía: tú trabajas muy duro, si puedo, te voy a intentar ayudar a venir a EE.UU.. Anteriormente ya me había ofrecido que me pagaran el master y entrenar, pero yo ahí dije que no. Entonces en marzo la NCAA sacó una nueva norma. Antes el staff podía tener tres entrenadores asistentes y ahora pasaba a cinco. Él vino a España a sentarse justo con la familia de Judith Valero y Judith Oliva [junto con Marina Asensio y Carla Brito son las cuatro españolas que esta temporada militan en las Bulls] y fuimos a comer. Me preguntó si me iría y tras hablar las condiciones le dije que sí, que me iba de cabeza".
Y tras algunos problemas burocráticos, el 25 de septiembre terminó recalando en South Florida, una universidad con un equipo plural (hay 12 jugadoras internacionales de las 15 que componen la plantilla) donde además de como asistente también ejerce como reclutadora de talento extranjero.
"Si a la Gina de 14 o 15 años le dicen que va a acabar siendo entrenadora de South Florida… Es que me río", confiesa. Porque el baloncesto le cambió la vida a todos los niveles. Por eso, tener tatuada la frase 'For infinity and beyond' no es casualidad. "Tengo un tatuaje que pone 'For infinity and beyond' (para el infinito y más allá) y una pelota de baloncesto. Sé que es 'to' en vez de 'for' pero para mí es que es un 'para'. Porque para todo utilizo el baloncesto. Mis amigos son todos del baloncesto; el baloncesto me ha dado el poder sacarme la carrera que quería; el poder tener un entorno social en el cual me sienta una más. Me sienta bien. Llevo tacones y me da igual ser alta. Al final soy como soy y eso me lo ha dado el baloncesto. El quererme a mí misma. La maduración hace que te des cuenta que el baloncesto, el ser alta, me ha pagado los estudios, me ha pagado el hecho de poder viajar, hacer amistades... Y mi metro 93 no lo cambio por nada". Unos valores que hoy, desde el banquillo de las Bulls, trata de transmitir a las jugadoras del mañana.