OPINIÓN

Con la vuelta de Ricky Rubio conviene no confundir la velocidad con el tocino… como hemos hecho siempre

Ricky Rubio tras conquistar la medalla de oro en el Mundial de China 2019./FEB
Ricky Rubio tras conquistar la medalla de oro en el Mundial de China 2019. FEB

Ricky Rubio fue como el primer coche que todos tuvimos en nuestra vida. Un vehículo que colmaba nuestra ilusión adolescente y que íbamos tuneando para convertirlo en un bólido con el que fardar delante de los colegas. Que se nos antojaba un alerón en forma de gran pasador y mejor defensor, se lo poníamos. Asientos de cuero sobre los que asentar el proyecto de futuro del Barça, se los calzábamos. Si nos enamorábamos de luces de neón con las que alumbrar una carrera NBA más exitosa de lo que muchos pensaban, íbamos al taller y se las poníamos a nuestro coche. Un depósito de nitrógeno para dotar de más potencia en forma de MVP del Mundial y máximo anotador de los Juegos, también lo tienes. Todo para crear una máquina perfecta que ríete tú de los que luce Vin Diesel en Fast and Furious.

Sin embargo el coche, cuando parecía alcanzar su máxima potencia, gripó. Primero lo hizo la carrocería cuando se rompió por tercera vez el cruzado. De nuevo tocaba pasar por el taller. El base, por desgracia acostumbrado a ese tipo de parada en boxes, volvió a las canchas. Pero algo seguía fallando y Ricky decidió parar. La correa de transmisión se había roto y el coche necesitaba un tiempo más sin arrancar. Porque nos empeñamos en que Ricky tenía que ser todo lo que nosotros queríamos que fuera. Un anotador implacable, un director de juego extraordinario, un defensor inagotable y un ganador compulsivo. Todo menos Ricky Rubio. Y encima le exigíamos una sonrisa eterna.

Fue en el momento menos esperado cuando el genio de El Masnou entonó el 'hasta aquí hemos llegado'. Un frenazo en seco para, poco a poco, arrancar de nuevo y volver a disfrutar del baloncesto. Y ahora, a pesar de que empezaba a haber signos que invitaban al optimismo, Ricky ha vuelto a sorprender y ha anunciado que vuelve a su hábitat natural: las canchas. Pero lo va a hacer a su ritmo, sin dejar que otros pisemos el acelerador de su motor.

 

Ricky Rubio en un partido ante Estados Unidos. Efe
Ricky Rubio en un partido ante Estados Unidos. Efe

Porque, siempre lo hemos hecho así, pero ahora conviene no confundir la velocidad con el tocino. Hay que ir poco a poco. Tenemos que demostrar que hemos aprendido la lección y que sabemos medir y contener las expectativas. De momento su vuelta es a los entrenamientos con sus compañeros y un equipo. Ha elegido el Barça, su última parada en Europa antes de hacer las Américas, y aunque muchos ya quieren verle levantando ya la Copa del Rey, hay que ser prudentes e ir paso a paso. Lo primero y principal es que disfrute de nuevo con el balón en sus manos. Que vuelva a ser aquel niño de sonrisa eterna que contagió al mundo del baloncesto.

Luego ya llegará la competición… si es que llega. Porque a Ricky le queda mucho baloncesto entre manos y su 'fichaje' sería la mejor noticia para un Barça tan irregular como está siendo el de su excompañero Grimau. El base de El Masnou -apenas 33 años por si alguien pensaba que era mucho más mayor- dotaría de mayor claridad al ataque azulgrana. Con dos bases físicos como Satoransky y Jokubaitis, Rubio pondría claridad de ideas cuando se atascan los sistemas. Y no sólo a la hora de hacer jugar a sus compañeros. Rubio, que llevaba varios días de conversaciones con el Barça antes de emitir su comunicado, demostró en sus últimas temporadas que además de asistir también puede anotar. Y luego en defensa su capacidad de anticipación y su velocidad de manos pueden ayudar mucho a un equipo que está mostrando muchas grietas a la hora de cerrar su aro.

Su aportación sería innegable en un equipo que tendría que mover ficha para dar entrada a Ricky. Pero eso será más adelante. Ahora es Rubio el que tiene las llaves para poner en marcha su propio coche. Y así debe ser. A los demás sólo nos queda esperar, disfrutar y, esta vez, no confundir los tiempos.