La obsolescencia de Stephen Curry

Curry se ha ido de un partido sin meter un triple. Tras un lustro metiendo al menos uno. Esa es la noticia. Su equipo, con dificultades para reconstruirse desde dentro y para ocupar posiciones de playoffs, aún puede orgullosamente mostrarse como el más dominador de la última década. Seis finales de las últimas nueve y cuatro títulos de un baloncesto totalmente distinto a cualquiera que se hubiera visto anteriormente.
Pero nos encanta la historia del final de una saga mítica, la decadencia y la caída de los que dominaron. Aún así, sería no decir la verdad que Stephen Curry ha iniciado la cuesta abajo, aunque sea leve, de su rendimiento. Los 35 años son los antiguos 31. El mejor tirador de la historia está promediando 28 puntos por noche. Es su cuarto mejor promedio de las 15 temporadas que lleva en la NBA. Manteniendo un 41% desde la línea del triple y el mejor porcentaje desde los libres. Asumiendo mucho juego, muchísimo. Creíamos que el ocaso de la luz de la Bahía vendría dado por los delicados tendones y ligamentos de los dos jugadores clave en el perímetro, nuestro protagonista y el que podría ser el segundo mejor tirador de la historia, su compañero mítico, Klay Thompson, ese tipo raro. Y mira que sus piernas se han quebrado y han tenido que sacrificar temporadas, pero el final de una dinastía competidora parece más en manos de la salud mental de Draymond Green, el cuerpo que facilitaba bloqueos y defensa a estos dos virtuosos de la muñeca.
Si cribamos mucho los números de Stephen Curry vemos que está en mínimos de media de balones robados, promedia menos de uno por partido. Un jugador que lideró la liga en este parámetro, cuando LeBron decía que no era un gran defensor. Quizás su envergadura nunca le permitió defender como les gusta a los amantes de lo XXXL, o sea al 90% del público yankee, pero su inteligencia, colocación y capacidad competitiva le hicieron camuflar al máximo el hecho de que era el hombre a cambiar en las posesiones más importantes de los partidos más grandes. No se ganan cuatro anillos siendo un desastre la mitad del tiempo en cancha, imposible.
También vemos como el juego de Curry y algunas de sus obligaciones van cambiando para tenerle lo más fresco posible en lo que mejor sabe hacer, tirar y anotar. Su número de asistencias es también muy bajo, más de un pase de canasta y pico menos de promedio. Pero…eso es una responsabilidad compartida, el que pasa y el que no debe fallar.
La vara de medir no puede ser la naturaleza absolutamente diferencial de LeBron James, armadura de titanio y resistencia mental de un material aún no analizado. La durabilidad de Curry es enorme, alguien que sostiene su juego en un cimiento mucho más inestable, la puntería. Aún así, LeBron James debería sopesar la posibilidad de mandarle un remolque de jamones de bellota a la familia Curry (o algo que le guste mucho por Navidad)…
Steph Curry con sus triples lejanísimos empezó a cambiar el juego para siempre. No solo se podía anotar de tan lejos, sino que eso servía para ganar campeonatos. Muchos le siguieron, jugadores y GM. Pocos pudieron hacer valer el sistema para lo mismo, pero ya daba igual. Los espacios ya nunca fueron iguales, los formatos en cancha tampoco. Jugadores que pudieran rebotear, penetrar fuerte, tener cierta amenaza pasaban de ser treses fuertes a poder jugar de 4 y porqué no, de 5.
LeBron James ha podido resistir al máximo nivel por su capacidad innata física, por haber cuidado la herramienta y porque ya nadie se cierra a dar golpes. Y esta última revolución se fabricó en el norte del estado de California, no al sur.
Larga vida a un Stephen Curry que da esperanza a la mayoría de los mortales que miden 1,88 o menos. Se puede ser fuerte pareciendo delgado, se puede ser duro de mollera sin una mandíbula apretada, se puede sostener un juego épico sin unas columnas como deltoides. Y por muchos años (o eso quiero yo).