OPINIÓN

La peregrinación al santuario del Garden

Imagen del Garden antes del duelo entre los Boston Celtics y los Sacramento Kings. /Relevo | Luis Enríquez
Imagen del Garden antes del duelo entre los Boston Celtics y los Sacramento Kings. Relevo | Luis Enríquez

Si uno ha nacido en los setenta en Madrid y, por tanto, ha sido adolescente en los ochenta, sólo ha conocido tres formas de sentirse, por poco que fuera, ciudadano americano. La primera era la comida. Basura, para más señas. Por un lado, abrieron en la calle Orense, por este orden, un Wendy's, un Burger King y un Mc Donald's. Por otro, en un cubículo con mamparas a la misma calle Orense llamado Pizza King, unos pizzaiolos (entonces no sabíamos que se llamaban así) tiraban las masas de pizza al aire como si fuera una franquicia del Circo del Sol (que tampoco se había inventado).

La presentación de los Celtics en el Garden.Relevo | Luis Enríquez

Las otras dos alternativas estaban en la tele. La primera los sábados por la tarde (Sesión de tardeeee) con la emisión de 'Las calles de San Francisco' y, alternativamente, 'Kojak' y 'McCloud' (el policía con bigote que iba a caballo). La segunda, y más importante, era la NBA. El primer jugador que uno recuerda es Julius Erving y, a partir de ahí, el All Star, los concursos de mates o triples y la rivalidad Celtics-Lakers pasaron a formar parte de las conversaciones de todos los patios de España a la hora del recreo. Después llegaron las retransmisiones de Ramón Trecet y, más tarde todavía, las de Andrés Montes preguntando a Daimiel "por qué todos los jugones sonríen igual" cada vez que anotaba McGrady.

Pero hubo una llamada, en 1988, que me anunció la alineación planetaria de dos de las tres opciones a mi alcance para sentirme el hijo de Gordon Gekko: "Baja corriendo que están los Celtics en el McDonald's". Tardé en llegar justo el tiempo que me llevó recoger los empastes del suelo y, efectivamente, allí estaban. Los Larry Bird, Danny Ainge, Robert Parrish o Kevin McHale (prometo no haber mirado en Google un solo nombre) se enfrentaban en Madrid al Real de Petrovic, Fernando Martín, Biriukov o Johnny Rogers en la final del Open McDonald's. ¡Y estaban comiendo en el mío! Antes de aquella aparición, siempre había sido de los Celtics porque tenían un cierto linaje aristocrático (el Madrí) frente a la modernidad hortera de los Lakers (el Barça) pero, desde ese día, el verde y el blanco, el trébol y el bombín, quedaron grabados para siempre en mi yo americano.

El exterior del TD Garden. Relevo | Luis Enríquez
El exterior del TD Garden. Relevo | Luis Enríquez

Aterrizar en Boston, 36 años después de aquella revelación, pone nervioso (y más si uno es mitómano). Si ya era la ciudad de Kennedy, del Freedom Trail, de Harvard o de Cheers, los años sucesivos han añadido otros "santos lugares" como el Boston Globe de Marty Baron, el Southie de los Donovan o el Charleston de Ben Affleck y Jeremi Renner en The Town. Pero, de todos ellos, la cita obligada, la peregrinación, es al Garden de los Celtics. Pocos estadios de cualquier deporte en el mundo tienen categoría mitológica, como de "alfa y omega". Uno es Anfield, otro es el All England Lawn Tennis & Crocket Club, otro es el Madison Square Garden (por mucho que lo hayan movido de la plaza Madison a Penn Station) y otro es el Boston Garden (mismo arquitecto, misma denominación y también trasladado sobre una estación, en este caso la del Norte).

La aproximación no se parece en nada a un estadio o palacio de deportes convencional. El Garden se camufla bajo un rascacielos de bloques negros, de esos que te esperarías en cualquier downtown, y detrás de una entrada con carteles luminosos y escaleras mecánicas más propia de un musical de Broadway. Pero los ríos de aficionados vestidos de verde y blanco desenmascaran el escondite e indican el camino al forastero.

Una vez superado un control aleatorio de seguridad, una galería comercial que rodea el pabellón ofrece al aficionado todo lo que éste pueda imaginar: burritos, pizza, ropa oficial del equipo, seguros de vida, una escuela infantil de los Celtics…hasta un sorteo de una moto de nieve. Y mientras uno intenta cerrar la boca y buscar su puerta de acceso, el interior lo reclama a uno a ritmo de Bruno Mars. ¡No, de Rihanna! Espera…es Taylor Swift.

La peregrinación al santuario del Garden

Asomarse al Garden por primera vez es intimidante: la dimensión monstruosa, las banderas conmemorativas de los títulos conseguidos colgando del techo inalcanzable, el marcador central del tamaño de la nave espacial de ET y la pista inconfundible de suelo de casa española de los ochenta (la de mis padres de la calle Hernani, vamos) con listas de madera dispuestas en cuadrados perpendiculares.

Y el espectáculo. Porque el sentido del show se tiene o no y a esta gente se le cae de los bolsillos al sacar la entrada. Para empezar, un grupo de "pequeñas Miss Sunshine" hace sus primeras coreografías en público a ritmo del Crazy Train de Ozzy Osbourne. Después, las cheerleaders titulares les recuerdan a sus antecesoras el largo camino que aún les queda. Una cantautora local interpreta el himno americano con todo el estadio puesto en pie y con las pantallas de la nave de ET repletas de barras, de estrellas, de águilas y de un orgullo patrio incomprensible para cualquier español.

Cuando parece que no se puede subir más el nivel, como por arte de magia, aparecen en la pista dos tréboles gigantes que despiden fuego y una voz atronadora va anunciando los nombres de los jugadores cuyos vídeos pregrabados en la pantalla hacen rugir al estadio a ritmo de rap carcelario. El rival son los Sacramento Kings y uno no entiende cómo les quedan ganas de salir a jugar después de semejante desafío.

El videomarcador del Garden. Relevo | Luis Enríquez
El videomarcador del Garden. Relevo | Luis Enríquez

Aun así, los Celtics entran fríos al partido y a los 6 minutos y medio solo llevan 3 puntos, con un Tatum desconocido hasta ese momento. El público solo tiene dos cánticos, "defense" y "let's go Celtics", pero tira de ellos hasta la sensación de tortura. En la cancha, la pobre actuación de Tatum es compensada por Porzingis y por un Pritchard imperial, que dan ventaja cómoda al equipo local. En los Kings solo dos referencias, un Fox inconmensurable que se empeña en agarrarse al partido el solo y el número 10: "mira, Luisito, ese es el hijo de Sabonis". "Ya supongo. ¿Y ése quién es?".

La comodidad en el marcador de los tres primeros cuartos se ve reducida en el último y la sensación de remontada planea el Garden hasta que Fox (que alguien ponga el nombre de este señor a una calle en Sacramento) anota un triple para poner por delante a los Kings a falta de dos ataques. En el primero, el actor secundario Tillman deja a Boston uno arriba a falta de 7 segundos y, en el último ataque, un Fox extenuado no acierta con un tiro de campo que hubiera puesto el punto 42 en su luminoso y los Celtics se llevan el partido por 101 a 100.

Al salir en busca de una cerveza y una hamburguesa uno ve a sus hijos sonreír y reza a san Andrés Montes, a san Ramón Trecet y a todos los santos que un día pusieron la semilla de la cultura americana en la cabeza de un niño de 17 años de la calle Hernani. ¡Let's go Celtics!