Ricky ya puede elegir y ha escogido la felicidad
![Ricky Rubio, en un entrenamiento con la Selección española. /EFE](http://s3.sportstatics.com/relevo/www/multimedia/202401/04/media/cortadas/ricky-Ru5HJ5Hfu6flBdbGZ0ArHNL-1200x648@Relevo.jpg?w=569&h=320)
Tardamos poco en descubrir que la sonrisa nunca es eterna. Cuando somos niños, una pataleta, un castigo o una burla en el parque cambian la mueca de felicidad por el llanto y el disgusto. En la adolescencia, esa expresión de tristeza y melancolía prevalece perenne en nuestro rostro ante la incomprensión que sentimos por parte del mundo que nos rodea. Y cuando somos adultos miramos como a un loco a todo aquel que está todo el rato sonriendo, porque entendemos la vida desde su vértice más complicado y no desde la sencillez que realmente la envuelve. Es la complejidad del ser humano.
Sin embargo, de vez cuando aparece alguien que transgrede la regla escrita, que se rebela contra todo y pone su sonrisa por delante de todo lo demás. Y Ricky Rubio ha sido una de esas personas. Un niño eterno que nunca dejó de jugar en el parque y que se deshacía de la presión con la misma facilidad que dejaba atrás a sus rivales en la cancha. Su descaro no encajaba en el molde y no le cabían las etiquetas que otros querían colgarle. Eso supuso incomprensión en muchos casos. Y críticas, muchas críticas, de quienes esperaban otra cosa de él. Puntos, triples y títulos que no siempre llegaron. Pero la sonrisa siempre estuvo ahí.
Incluso enseñaba a otros que ese movimiento facial podía convertirse en un motor vital. Que eso de ir a contracorriente molaba. Para el recuerdo queda aquella asistencia a Shved cuando ambos compartían vestuario: "Disfruta, sé feliz". El mejor pase de una carrera plagada de ellos.
Hoy es Ricky quien busca la felicidad que tantas veces ha regalado a los demás. Y nadie lo pudo prever. Está en ello y las cosas parecen ir mejor tras haber pasado por "un lugar oscuro" de su mente. Pero todavía queda camino por recorrer. Aunque ya no será en la NBA, una liga que le abrazó como niño prodigio y de la que hoy se despide tras 12 temporadas, 698 partidos, 7.570 puntos y un sinfín de highlights con los que enamoró a medio mundo.
No es su última palabra en una cancha. O al menos así queremos que sea. Pero ya no será en la mejor liga del mundo. Esa que no hace tanto hablaba español y que hoy se queda huérfana de talento con eñe más allá de Aldama y la presencia esporádica de Garuba. Se esperaba a Ricky para levantar el pabellón. Pero ahora habrá que aguardar a los Almansa, Mara o Núñez para elevar el listón.
Y Ricky lo verá (y lo disfrutará) desde la distancia. Ya veremos si de vuelta en la cancha en el Barça o el Joventut, las dos opciones que baraja, o si lo hace a través de la televisión. Dará igual. Se ha ganado el derecho a elegir su camino por primera vez desde los 14 años. Sea cuál sea esa decisión, el camino elegido será el de la felicidad volviendo a sus orígenes, a esa infancia que nunca abandonó. Y a los demás solo nos quedará devolverle esa sonrisa que tantas veces nos contagió. Aunque hoy esa mueca nos cueste más que ayer.