GIRO DE ITALIA

Todo es culpa de Tadej Pogacar

Tadej Pogacar, con el trofeo 'Senza Fine' que le acredita como vencedor del Giro de Italia./REUTERS
Tadej Pogacar, con el trofeo 'Senza Fine' que le acredita como vencedor del Giro de Italia. REUTERS

Algún día le contaré a mis nietos que hubo un chico que arrasaba con todo, que no dejaba ni las migajas a sus rivales y que ganaba cada vez que podía, algo que, por una cosa o por otra, sucedía muy a menudo. Su nombre era Leo Messi. O espera, no, ¿LeBron James? Ahora dudo. Tal vez estoy pensando en Michael Phelps. Ah no, ya sé, me estoy liando con Rafael Nadal en Roland Garros. Eso es.

¿Qué pensábais? ¿Que hablaba de Tadej Pogacar, flamante vencedor del Giro de Italia y, para muchos, el mejor ciclista del planeta? Pues no, amigos. O sí. Venga, va, vamos a confesar. Sí, hablaba del campeón esloveno.

A sus 25 años —serán 26 en septiembre—, Pogacar ya es uno de los mejores ciclistas de todos los tiempos. Así, sin rodeos. En ese cuerpecito de crío, mechón al viento y sonrisa perenne tenemos a uno de los mejores deportistas que verán nuestros ojos. Alguien que, en muchos aspectos, ya está a la altura de todos los mencionados en el primer párrafo.

No en palmarés, claro. Enfrentar Copas de Europa de uno, medallas olímpicas de otro y victorias en el Tour de Pogacar no solo no es sencillo, sino que dudo mucho de que nos conduzca a algo. Sí creo, no obstante, que la grandeza es similar. Con Tadej, como con el resto, sucede algo ajeno a los números, algo que va mucho más allá de lo que dicta el papel o la Wikipedia.

Pogacar, en la ascensión de este sábado al Monte Grappa, penúltima etapa del Giro.

En el Giro de Italia que acaba de concluir en Roma hemos vivido un debate absurdo que había germinado mucho antes, en la primavera. Aficionados y medios de comunicación, especialmente anglosajones, todo sea dicho, le cogieron el gusto a lamentar la categórica superioridad del esloveno, culpándole poco menos de todos los males del ciclismo actual.

No se produjeron esas críticas, curioso, cuando los suyos, los ciclistas británicos, ganaban lo que hoy ganan otros. Nadie puso el grito en el cielo en las islas cuando Chris Froome arrasaba en el Tour de Francia protegido por el interminable trenecito del Sky. Nadie.

Para ellos, como para cualquiera incapaz de disfrutar cuando no ganan los suyos, se me ocurre una idea. Antes de cada vuelta por etapas, de cada puerto de montaña o de cada monumento ciclista, deberíamos lanzar un mensaje. Algo que invada las redes, los medios de comunicación e incluso las pantallas de televisión durante cada prueba: "Atención, esta carrera puede contener trazas de historia ciclista. Consumir con precaución".

De esa forma evitaríamos lo que ha sucedido estos días, con Pogacar llegando al punto de casi disculparse por ganar. ¡Pedir perdón por hacer historia! Casi nada.

Tadej Pogacar, de niño.
Tadej Pogacar, de niño.

Entiendo, ojo, el deseo por incrementar la competitividad, por ver una mayor batalla en las grandes plazas del ciclismo mundial, pero eso nunca, e insisto, NUNCA, puede ser culpa de quien gana. Cometeríamos un grave error —y algunos ya lo han cometido— si tacháramos al mejor de tirano opresor.

Las victorias de Pogacar en el Giro atraen, igual que las exhibiciones de Jonas Vingegaard en O Gran Camiño y en Tirreno-Adriático —por no hablar del Tour— o las gestas de Mathieu van der Poel en las clásicas de primavera. Hablamos de ciclismo en su máxima expresión. De grandeza. De las actuaciones que un día soñamos. Y las tenemos a la orden del día.

No lo olvidemos: el aficionado acude a este deporte, como a cualquier otro, para ver a los mejores. Para poder contarle a sus nietos que vio ganar y hacer algo increíble a Tadej Pogacar. Para recordar sus hazañas y hablar de ellas, como hablarán algún día de sus primeros amores, de las comidas familiares o de las canciones del verano. Eso, amigos, es trascender a la historia. Y nunca puede ser culpa de quien gana.