Eugeni Berzin carga contra el movimiento antidopaje: "Mueve mucho dinero"
El exciclista ruso atiende a Relevo en Italia, donde reside desde poco antes de conseguir el mayor hito de su carrera, la 'corsa rosa' del 94.
El Giro del 94 arrancó con un cartel importante de primeros espadas. In primis Miguel Induráin, caníbal en serie del momento. Muy por detrás, Claudio Chiappucci, Gianni Bugno, Piotr Ugrumov e incluso el outsider descarado Marco Pantani le iban a disputar la maglia rosa. Se coló un intruso venido de Vyborg, a pocos kilómetros de la frontera con Finlandia. A Eugeni Berzin (1970), un advenedizo en la corte de los grandes, no le vieron venir ni tomaron en serio sus mensajes. Pero ese 1994 era anómalo y especial.
En Italia sonaba Streets of Philadelphia de Bruce Springsteen, y aunque había una cierta curiosidad por el equipo Gewiss-Ballan del doctor Ferrari, de Moreno Argertin y Berzin, casi nadie creía lo que semanas atrás había confesado el ciclista de Leningrado en una entrevista a Bicisport: "Lucharé por el rosa, al menos los primeros días". Lo que vino después fue, sencillamente, la revolución.
Breve, sí, pero siempre revolución. Nunca fue fácil calibrar la magnitud de los éxitos de Berzin, un contrarrelojista con notables dotes subiendo. Un alma insolente y fugaz. Si bien, como dijo en su día el periodista Gianni Mura, con la Unión Soviética dominó en los Mundiales de pista como amateur, lo cierto es que esta jerarquía no la extrapoló —haciéndola sistemática— al ciclismo de carretera. A su favor no jugó que esa edición maravillosa coincidiera con la explosión definitiva de 'El Pirata', lo que restó protagonismo a su relato, a su obra, quizás para siempre.
Ha pasado el tiempo, y ahora es justo devolverle los capítulos que merece (no exentos de letra pequeña), porque al fin y al cabo los escribió delante de los más grandes. Sí, colándose entre cronos y montañas, entre campanarios, mares y cipreses. Analizando el contexto con perspectiva, puede que le faltara recorrido y que no, que no le sobrara nada.
El año 94 ya se impuso en la clásica —apta para escaladores— Lieja-Bastoña-Lieja, por delante de hombres como Armstrong, Chiappucci, Tony Rominger o su compañero de escuadra: Giorgio Furlan, que sin embargo le ganó la Tirreno-Adriático. Quiero decir, que ya venía avisando…
Fue un año bisagra. Un cambio de ciclo. Unos acababan y otros corredores comenzábamos a despuntar. Magnífico para mí, aunque la clave estuvo en no ser favorito para nada. Esto me ayudó muchísimo. Lo difícil es ganar y después tener que confirmarte, pues ya te conocen y saben quién eres. Yo me sentía muy cómodo cuando todavía no me conocía casi nadie.
Antes de centrarnos en sus victorias en la corsa rosa, no podemos dejar pasar por alto lo que sucedió en el Mortirolo. Esa subida a Aprica, donde usted consigue que no se le escape el liderazgo a pesar de los azotes de Pantani. La pájara de Induráin… Chiappucci y Bugno que no pueden… También estaban De las Cuevas, Cacaíto Rodríguez y Tonkov. ¡Cartel de lujo!
Pantani (24 años) y yo éramos jóvenes. Venía de ganar la etapa anterior: Merano. Lo que sucedió es que escalando en la montaña era el mejor de todos. Tengo que decir que cometimos un error de gestión en la escuadra. Piensa que me encontré allí solo, y tuve que sobrellevar una situación complicadísima. Mortirolo, Aprica, el Valico de Santa Cristina… Tuve que hacer solo cuarenta o cincuenta kilómetros con varios puertos de montaña. Recuerdo que delante estaban Miguel y Marco, conmigo detrás siguiéndoles. La guerra fue entre nosotros tres. Fue un día negro para mí, pero lo mejor es que la maglia no se me escapó (acabó sexto, a más de cuatro minutos de Pantani).
La crisis de Induráin —terminó quinto, a 3:36 de El Pirata— fue terrible. Bien es cierto que ese Giro fue muy montañoso y poco de crono.
El Mortirolo lo hizo bien. Lo peor vino después. Yo aproveché esta crisis para cogerlo. Por suerte, recuperé bien en las bajadas. Aproveché para beber, comer y abrigarme más. Fue un día negro para él, que tuvo esta pájara en la última subida. Venía de ganar dos Giros seguidos, y era uno de los grandes favoritos.
La sombra del dopaje siempre estuvo, porque además el Carrera (equipo del mito de Cesenatico) tenía al gurú Ronconi. Usted, sin embargo, siempre incidió en el cambio generacional. ¿Se esperaba la explosión de Pantani?
Lo he dicho muchas veces. Marco y yo hemos sido revolucionarios. Él veía las subidas de montaña y partía sin miramientos, sin cálculos ni nada. Las nuestras eran fugas en solitario desde atrás, incluso de cuarenta kilómetros. Después, salvo Froome, vino un periodo de mucha gestión, control y estrategia. Ahora, por suerte, han vuelto las carreras más locas donde no se espera a nadie. Bien, porque ya no estábamos acostumbrado.
Usted fue más 'cronoman' que otra cosa. Jamás las carreras de tres semanas fueron su especialidad. Un año antes, de hecho, terminó a más de dos horas de Induráin en la ronda italiana.
No pienses que un día soy ángel y otro… En el 93, durante muchos días fui gregario de Argentin, quien incluso llegó a tener la maglia rosa. Era el primer año como profesional, y lógicamente no corrí para ganar. El año después ya sí, sin duda. Tanto Ugrumov como yo partíamos con idea de obtener una buena posición final.
Cuando ganó aquel Giro, ¿qué le dijeron Pantani e Induráin? Fueron segundo y tercero, respectivamente. Banesto se sentía impotente. El navarro comenzó a cerrar el capítulo italiano para siempre.
Fue disputado hasta el último día. Qué van a decir… Al final, cuando se gana se tiene siempre razón.
Tras resistir la última etapa de montaña, entre Los Alpes y el Sestriere chiappucciano, besó la gloria. Desmenucemos sus victorias más importantes en ese Giro, la única gran corsa en su palmarés.
Era un tipo de cronómetro. Venía de la pista, donde logré dos Mundiales. La primera fue la de Follonica… Recuerdo que los periodistas me infravaloraban respecto a Miguel porque él era fortísimo y yo muy joven aún. Yo cada día corría como si fuera el último. Se me dio muy bien. Luego vino Passo del Bocco, que llegó tras la crisis del Mortirolo. Pensaba que no sería fácil. De hecho, la diferencia [veinte segundos le metió] no fue tan grande como en Follonica.
El Giro del 95 lo termina segundo, tras Tony Rominger. A más de cuatro minutos, por lo tanto, no hubo opciones de ganar. ¿Qué sucedió? ¿Por qué no dio continuidad a sus éxitos?
Hubo problemas de equipo (Ugrumov quedó tercero). No nos pusimos de acuerdo entre los dos. Yo propuse que arriesgáramos más para ganar. No discutimos, pero cada uno iba por libre. Si nos hubiéramos puesto de acuerdo para, en pareja, atacar a Tony, igual podíamos haber hecho que lo perdiera. Su última semana no fue buena. ¿Recuerdas la etapa que anularon en Colle dell'Angello? Por los desprendimientos de nieve. No sé qué hubiera sucedido si… Yo estaba bien, porque acabé ese Giro in crescendo, todo lo contrario que él.
Su carrera prácticamente terminó en el año 2000 (30 años y falto de forma), cuando ni siquiera pudo arrancar en el Giro por tener alto el índice de hematocrito. En más de una ocasión se ha quejado del peso que comporta la fama. Estrés, desgaste físico y mental, distracciones con tantos actos publicitarios…
Ya te lo dije. Es más fácil ganar cuando eres un desconocido que confirmarte constantemente. Lo que gira alrededor, además, es difícil de sobrellevar.
Tras esa corsa rosa del 95, se llegó incluso a endosar en un par de etapas el maillot amarillo del Tour. Fue en la contrarreloj de Val-d'Isère, antes de que se la arrebatara Riis. El danés, que esa temporada fue su compañero de equipo, quedó tercero, tras Induráin y Zülle.
No me lo esperaba, sinceramente. Creo que el nivel del Tour respecto al Giro es superior. Fue bonito, claro que sí.
Su corolario perfecto del 94 fue en el 'belpaese', aderezado además con otros éxitos menores: victoria en el Criterium International o la segunda posición en la Vuelta del País Vasco. Es, a día de hoy, el ruso de Stradella, localidad lombarda donde gestiona su concesionario de coches. ¿Cuándo se enamoró de Italia?
Desde el 92 estoy aquí. Es mi tierra, mi casa. Me encuentro muy bien aquí, muy a gusto. Me retiré pronto porque no se puede ser —a la vez— empresario y corredor.
No hemos hablado demasiado de Lance Armstrong, cuyo preparador fue Michele Ferrari, médico inhabilitado de por vida. Famoso por la frase: «Hacen más daño diez litros de zumo de naranja que la EPO» ¿Qué título le damos a su vida deportiva?
Pasó a la historia por lo que hizo: acabar con el tumor, garra, coraje, todo lo que ganó… Incluso hoy demuestra todo eso. ¡Mira cómo entrena! Es un ejemplo para los demás.
¿Y de su lado oscuro qué piensa?
No quiero entrar ahí. Prefiero no hablar.
Hay algunos informes publicados por la 'Gazzetta' donde se habla de omertá, de abuso de sustancias prohibidas de forma serial. El escándalo Festina, el profesor Ronconi… En algunos de ellos aparece su nombre como presunto involucrado, junto a Fondriest, Gotti, Pantani, Bugno… En más de una ocasión, usted dijo que el antidoping es un sistema que mueve mucho dinero, luego necesita manchones para que siga teniendo sentido.
Sí, es verdad. El tema es poco claro. Nosotros, desgraciadamente, como corredores no decidimos nada. Deciden por encima de nosotros. Nos dicen: "O así, o nada". El movimiento antidoping es también un sistema que hace daño, porque algunos corredores terminan en medio, gente que no ha hecho nada.
Su ex compañero Riis confesó haber consumido sustancias dopantes. La lista de Ronconi o de Ferrari abarca corredores de muchos países.
Es fácil manchar un nombre, pero luego es complicado lavar su imagen. El político dispone de mucho tiempo para recuperarla, pero el deportista no porque su carrera es corta. No tengo más que añadir.