Un sprint de paz y pan mientras en el horizonte suenan tambores de guerra
Alberto Dainese se anota la penúltima 'volata' del Giro de Italia en Caorle con los favoritos velando armas de cara al atracón final de alta montaña.

Pocas vidas son balsas de aceite; pocos años, pocos meses, pocas semanas, pocos días… lo son. Este domingo, Alberto Dainese cruzó en último lugar la meta de Bérgamo: "el día más feo de toda mi vida deportiva". Sufría de problemas gastrointestinales; "me tuve que parar diez veces". Roto y vacío, a 43 minutos del ganador y a 13 del ciclista precedente, después de jugarse la vida en cada descenso, pero llegó. El premio lo ha recibido tres días después, este miércoles en Caorle, al anotarse la victoria en la 17ª etapa del Giro de Italia.
Y, sin embargo, faltaron pocos centímetros para que esa recompensa inmediata no llegara: los que privaron a Jonathan Milan de adelantarle en el último golpe de riñón. 'Johnny Power', actual bala de Bahrain Victorious y futuro estandarte del Lidl-Trek, volvió a esprintar desde muy atrás, 12º de la fila liderada por el DSM de Dainese y el Jayco de Michael Matthews a sólo 500 metros de meta. A pistonazos de potencia rebasó a diez hombres. Le faltó nada para el undécimo, que celebró el triunfo con la emoción de quien se lo ha currado. En el podio, según cuenta el medio italiano TuttoBici, se abrazaron. "Llévate bien con él, que es más grande que tú y te puede dar una paliza", bromea alguien. "¿Jonathan? No. Jonathan es bueno como el pan".
Fue un día amable como el pan en el Giro de Italia. Muchos deseos se hicieron realidad: el principal, la paz de rodar todos juntos. También el modesto y modélico Diego Pablo Sevilla vio cumplirse su voluntad de figurar en la escapada del día. "Pero nos ha llovido diez minutos, porque en este Giro es imposible un día sin lluvia", comentó irónico la 'maglia rosa' Geraint Thomas.

Porque el soniquete de paz, primer movimiento de la Pastoral de Beethoven mientras se escapa del Trentino por la ruta más amable posible para llegar a la orilla veneciana del mar, esconde tambores de guerra para Geraint Thomas, João Almeida y Primoz Roglic. Ellos saben que en los próximos tres días, se juegan la victoria en el Giro de Italia. Les separan 29", los que van del galés al esloveno; les une todo lo demás.
La Crosetta, la Forcella Cibiana, Val di Zoldo, el jueves; Campolongo, Valparola, Giau, Tre Croci y Tre Cime di Lavaredo, el viernes; el Monte Lussari, el sábado. Ascensiones que, más que oportunidades, son enemigos comunes porque a los tres les interesa lo mismo, que es una carrera controlada hasta los kilómetros finales en los que jugarse segundos y bonificaciones antes de la cronoescalada definitiva.

Thomas llega en relativa ventaja, con un Ineos Grenadiers diezmado por los abandonos de Ganna, Geoghegan Hart y Sivakov y dos hombres bien colocados en la general (Thymen Arensman, 9º; Laurens de Plus, 10º) que son virtualmente imposibles de jugar como baza estratégica porque su presencia en una escaramuza supondría el error de UAE Team Emirates y Jumbo-Visma. Porque Almeida está fuerte, se siente fuerte, se cree capaz de ganar el Giro en el Monte Lussari; porque Roglic fue el perdedor psicológico del Monte Bondone y necesita sujetar la carrera para que no se abra herida alguna, para que Thomas no vuelva a leer debilidad en sus ojos.

La fortaleza de los bloques a las órdenes de esloveno y portugués presagia una carrera bloqueada, sin otra opción para los actores secundarios de la general que sufrir a su rueda. El espectáculo dependerá de quienes, como Einer Rubio, Thibaut Pinot o Ben Healy, partan en busca de victorias de etapa o del maillot azul de la Montaña. Lo demás será agonía silenciosa, guerra soterrada; la peor para los espectadores, la peor para las piernas en un Giro que, no nos equivoquemos, sigue siendo inusitadamente cruel.