OPINIÓN

A todos nos gustan los deportistas "humanos"... salvo que se llamen Jonas Vingegaard

Vingegaard sube al podio en una de las etapas de la Paris Niza un día antes de caerse/Getty Images
Vingegaard sube al podio en una de las etapas de la Paris Niza un día antes de caerse Getty Images

La semana ciclista nos ha dejado un nuevo episodio en la rivalidad entre Tadej Pogacar y Jonas Vingegaard, aunque sea a distancia. El esloveno disputó la Strade Bianche, en la que le dio tiempo a atacar, marcharse con dos rivales, caerse estrepitosamente a un prado, perseguir, cazar y volver a atacar para llegar solo a Siena. La caída no fue cualquier cosa: derrapó la rueda, cayó de costado en plena bajada y no pudo frenar hasta que acabó tendido en el césped. La típica caída que acaba en rotura de clavícula como mínimo y, con mala suerte, pone fin a una temporada.

Sin embargo, a Pogacar le pasa algo parecido a lo que se decía de Miguel Induráin. O de Lance Armstrong. Campeones que rara vez se caen y que, si lo hacen, salen ilesos, con la excepción de Lieja 2023. En los cinco años seguidos en los que el navarro ganó el Tour no pasó ni por media gripe. Durante los años de hierro del estadounidense, el desastre pasó por delante de sus narices varias veces, pero su única caída recordada, en Luz Ardidén, acabó también en victoria de etapa. Ojalá Joseba Beloki pudiera decir lo mismo.

O Jonas Vingegaard. El danés se postulaba para ganar la París-Niza con la única oposición de su compañero de equipo Matteo Jorgenson cuando cayó al suelo y se hizo polvo el brazo. Si al dolor le sumamos el intenso frío, el resultado fue el que fue: Vingegaard perdió metros en cuanto se complicó la etapa y acabó cediendo más de medio minuto en meta. Las imágenes del doble campeón del Tour al borde del llanto, desconcertado, temblando de dolor y de frío, dieron la vuelta al mundo. En la etapa siguiente, tuvo que retirarse de la carrera.

En otras palabras, donde Tadej Pogacar demostró lo que se podría llamar "ángel" o, directamente, "suerte", Vingegaard sacó su lado más humano. Eso, en el deporte, y especialmente en el ciclismo, suele valorarse mucho. El encanto del héroe caído y por ello doble héroe. El sufridor. El antagonista. El hombre que lo pudo ser todo y se quedó en nada. Todas esas narrativas que han rellenado tantos y tantos libros y artículos de periódico.

El extraño en el paraíso

Y, sin embargo, eso no sucede con Vingegaard. El danés cometió un pecado capital que muchos no le perdonan: ser mejor que Pogacar. Ser mejor en 2022 y ser aún mejor en 2023. La reincidencia agrava el delito. Cuando todos -y me incluyo- íbamos con el genio esloveno, llegó este chico frágil y silencioso salido de la nada para fastidiarnos el verano. El primer año, se lo atribuimos a una mezcla de casualidad y Wout Van Aert. El segundo, a la falta de preparación de Pogacar por la mencionada caída en la Lieja-Bastoña-Lieja.

En otras palabras, cuando Vingegaard fue un superhombre, cuando arrasaba en las montañas igual que en las contrarrelojes, cuando lograba cifras que no se habían alcanzado jamás, pocos cayeron fascinados. Más bien, al contrario: todo fueron dudas, acusaciones veladas e incluso un documental en Netflix en el que la sombra del dopaje era constante. El Vingegaard imponente y ganador no gustaba… y, de hecho, sirvió a su vez para elevar a los altares a Pogacar, que, además de joven, simpático y valiente, ahora también era un segundón que llevaba sus derrotas con gallardía.

Se podía esperar lo contrario ahora que Pogacar lo gana todo y no sabemos bien qué será de Vingegaard. Se podría esperar que Pogacar cayera mal -lo del dopaje es común a cualquier campeón ciclista y el documental de Netflix de este año aún no ha salido…- mientras que el público se volcaba con el danés y fiaba en él sus esperanzas de un mes de julio al menos disputado. No está nada claro que vaya a ser así. Hay en Vingegaard algo de extraño en el paraíso, de intruso en una gloria que no le pertenece. Y determinado aficionado al ciclismo no deja de recordárselo.

«Nadie anima a Goliat»

Y, por supuesto, es muy injusto. Injusto porque Vingegaard lleva cuatro años seguidos haciendo primero o segundo en el Tour de Francia. Injusto porque su perfil bajo puede que le quite carisma, pero le da humildad -aún recuerdo aquel documental de Jumbo de 2022 en el que aceptaba que Wout van Aert se centrara en ganar una etapa y no tuviera que defender como el resto del equipo su segundo puesto en la general- y un punto de humanidad no habitual en un campeonísimo.

Incluso la semana que Pogacar se cae y gana mientras Vingegaard se cae y llega a meta muerto de dolor, la empatía brilla por su ausencia. Todos estamos pensando ya en San Remo y en qué tendrá preparado el campeón del mundo para sorprender a los sprinters en la Cipressa o en el Poggio. Si la caída camino a Siena hubiera provocado una retirada, no se habría hablado de otra cosa durante mucho tiempo. No parece que vaya a ser el caso con Vingegaard, que afortunadamente ha visto como su caída se ha quedado 'solo' en un susto y no parece grave.

En definitiva, los cinco días que van de una caída a otra resumen a la perfección la esencia de la rivalidad: Pogacar, radiante en la victoria y Vingegaard temblando en una cumbre francesa al borde del colapso. Wilt Chamberlain, el exjugador de la NBA, hizo famosa aquella frase de "Nadie anima a Goliat". Por supuesto, la referencia bíblica tenía que ver con su tamaño físico, pero también con su estatura como jugador. No tiene ninguna emoción apoyar al que todo lo puede, al ganador excesivo, al que es superior sin matices… salvo que se llame Tadej Pogacar, claro.

Del mismo modo, el gusto por David, por el que con su onda es capaz de derribar al mito, como quien ataca en el Granon y deja patas arriba a sus contrincantes, es en principio algo universal… salvo que ese David, ese pequeño humano que se enfrenta a la bestia, se llame Jonas Vingegaard. Y es una pena, porque lo suyo sería disfrutar de los dos. Y, si no se puede, al menos, valorar al "enemigo". Nos guste más o menos, Vingegaard es el único capaz de buscarle las cosquillas a Pogacar en carreras de tres semanas. Un poco de simpatía por el diablo no nos vendría mal si queremos ver un Tour -o incluso una Vuelta- en condiciones.