Moreno Argentin, cuatro veces vencedor de la Lieja-Bastoña-Lieja, se sincera: "Hay que vigilar al que pasa de burro a caballo gracias a la medicina"
El carismático ciclista italiano se sincera con Relevo.

Devorador serial de Clásicas, Moreno Argentin (San Donà di Piave, 1960) fue un corredor que navegó entre dos generaciones, dos décadas. Compitió en los ochenta con monstruos de la envergadura de Stephen Roche o Laurent Fignon, mientras que en los noventa siguió dando mordiscos en carreras de un día, ya delante de Miguel Induráin, pero sobre todo Berzin o Ugrumov, algunos de sus históricos compañeros de la controvertida Gewiss. Su último baile, no exento de polémica, fue la Flecha Valona del 94, imponiéndose a Giorgio Furlan. Luego vino su retirada, el tiempo para que la historia le sitúe donde merece. Incluso hoy.
La entrevista, por teléfono, no es para excavar en el doping. No, sino todo lo contrario. La excusa es hablar de las cuatro Lieja-Bastoña-Lieja que conquistó este fenómeno de la bicicleta. También para reconocer el sacrificio y la generosidad, la valentía que tienen algunos ciclistas -cada vez más- para hablar abiertamente con los reporteros sin pactar preguntas o establecer prohibiciones. Dispuestos a diseccionar, si es necesario, la oscuridad sin pedir consuelo. También sin exigir dinero, mucho, como sucede con algunos exfutbolistas. Sí, cada vez más. Es la praxis ahora.
En alguna ocasión ha dicho que su gran rival fue Sean Kelly. Le arrebató la Milán-San Remo del 92.
Durísimo, porque sus características eran… Ya sabes, era un adversario difícil en la competición. Debías atacar y dejarlo atrás lo antes posible, porque si tenías que llegar a la par hasta el final… Así era imposible de batir. Era otro cazador de Clásicas. Un velocista, un tipo muy difícil, muy hábil y determinado. Había que eliminarlo pronto para no llegar a la meta, teniéndolo que resolver en el sprint. No, había que liquidarlo antes. Lo más pronto posible, de lo contrario, se hacía duro el cuerpo a cuerpo. Un gran rival.
Usted ganó hasta nueve Clásicas si contabilizamos la Flecha Valona. De lo que quizá no se acuerden en España es que en el Giro del 84 terminó tercero. Lo ganó Moser; Fignon fue segundo.
Eran mis primeros años. Necesitaba saber dónde podía ser competitivo. Lógicamente, mi físico era de carreras de un día. En esos años del Giro, el recorrido se adaptaba a los corredores italianos. Las subidas de montaña se eliminaron casi todas… No habiendo grandes escaladores, el objetivo era beneficiarnos. En Francia, Bélgica, quizás en España también hacían lo mismo… En definitiva, esta era la tendencia. Luego, sí, cambiaron mucho las cosas.
1985, 86 y 87. Tres seguidas. Luego hay que esperar hasta 1991. Fueron sus cuatro monumentos mágicos en Lieja. ¿Qué recuerdos tiene? ¿Qué anécdotas? ¿Qué heridas?
Cada carrera tiene su historia, sus entresijos, su propia preparación en base a los adversarios de cada año. Esas tres que gané seguidas, sí, era el mejor… Bueno, ¿Recuerdas cómo fue la tercera? Bien, yo venía de ganar el campeonato del mundo en Colorado (1986), y casi en el final de la prueba (Lieja) Roche y Claude Criquielion esprintaron dejándome atrás… Yo tenía calambres, y ellos estaban tranquilos, confiados. No se lo esperaban, pero cuando faltaban 400 metros ataqué fuerte hasta superarles. Iba con un pequeño grupo (Yvon Madiot y Robert Millar). Entonces no estaban las radios; nadie les avisó que venía por detrás con fuerzas. Quizás me la regalaron, es decir, la gané sin ser el mejor de ese día, creo.
En 1991 ya estaba Miguel Induráin, quien también competía en la Freccia. Él preparaba así el Giro de Italia. ¿Cómo fue competir con él?
Miguel… Un tipo muy regular. Con ciertas dificultades en las Clásicas, porque era -como sabes- más de grandes giros. Por su físico, no es que atacara mucho, pero en la montaña resistía como nadie sin ser un escalador estilo Pantani… Después, aniquilaba en la contrarreloj. Vamos a ver, él venía a intentar ganar también, pero lógicamente eran pruebas que le ayudaban a la corsa rosa. Era tan bueno y constante, que en ocasiones incluso Pantani tenía dificultades en doblegarle en los puertos de montaña pirenaica o dolomítica. Un monstruo, alguien imbatible cuando estaba bien preparado.
Sus compañeros Ugrumov y Berzin le pusieron en serios aprietos en el Giro. El navarro sufrió en el 93. ¿Recuerda la etapa del Santuario de Oropa?
Induráin era bueno incluso cuando no era el mejor. Sobre lo de Oropa, creo que era 1993, sí. Yo estaba en la escuadra Mecair-Ballan, nueva y joven. La única manera de meterle presión a Miguel -maglia rosa- era aumentar la velocidad. Ahí sufría, porque era un regolarista, uno que tiene un ritmo fuerte de inicio a final sin ataques suicidas ni nada por el estilo. Era una etapa dolomítica, con subidas de diez kilómetros… Impusimos un gran ritmo con Ugrumov, aunque no conseguimos nada porque el navarro ganó finalmente ese Giro (el ruso fue segundo; Chiappucci, tercero). Una cosa quiero dejar clara: antes también se corría para poner en dificultad al adversario. Eso también era poético. No sólo ganar. Se adoptaban tácticas para esto. Aquel día comencé tirando fuerte yo para después ralentizar… Era la táctica, sí. Creo que vimos un buen ciclismo. No me cabe duda.
En aquel Giro, usted ganó varias etapas y endosó momentáneamente la maglia de líder, incluso. Fue el penúltimo gran éxito de su carrera, gobernada en dos generaciones diferentes.
Competí desde 1980 hasta 1994. Tuve un bajón fisiológico a finales de los ochenta. Dos años no del todo buenos. Comprendí que debíamos emprender nuevas experiencias a nivel de preparación, alimentación… En mis inicios todo esto no lo teníamos en cuenta, y no había instrumentos para medirlo, controlarlo todo… Como ahora. Sí, en los ochenta te guiabas un poco por tu instinto, experiencia y la del director deportivo, pero los noventa fueron diferentes. Comencé a trabajar con un preparador por vez primera. Decidimos intervenir en la preparación atlética, en la alimentación, y es que antes comíamos de todo… Si les ves ahora a los corredores, pobres, seguro que tienen que renunciar a muchas cosas… Bien, en esa época abrimos la veda, fuimos pioneros con una escuadra… Sí, ya sabes la polémica de la Flecha Valona'94… No es necesario hablar más.
Usted Furlan y Berzin, por este orden. Ese año la Gewiss reventó el ciclismo allí donde fue. Dilapidó todo, sin piedad. El profesor al que usted se refiere es Ferrari. Apareció la sombra del doping de equipo. ¿Qué tiene que decir al respecto?
Mucha gente piensa mal, siempre. No quiero reconocerme algún mérito, pero debes saber que no tengo pelos en la lengua. Te cuento cómo fue, punto. El cambio se debe a que, a partir de los años noventa, también nosotros nos beneficiamos de la ciencia. O dejabas de correr o debías aprender, adaptarte a nuevas metodologías de entrenamiento. Si hoy pudiera volvería a apoyarme en el preparador Michele Ferrari. Lo tengo todo muy claro.
¿Por qué?
Si hablas con Berzin, te lo puede decir. Yo les introduje la figura del preparador en sus vidas. Creo que era necesario. Mi carrera estaba terminando ya, pero la escuadra echaba a andar. Si quieres ganar, tienes que enseñar a los demás lo que tú sabes. Teníamos a Emanuele Bombini como director deportivo. Compartíamos con él estrategias para el equipo, y como dije enseguida comprendimos que si queríamos ser longevos había que expandirse a todos las metodologías de entrenamiento. Por eso estábamos los tres en el podio ese día del 94. Éramos buenos, corríamos mucho, íbamos fortísimo. Además, el control antidoping lo hicimos todos, sin excepción. Siempre lo hice, como mis compañeros. Dicho esto, también reconozco que no somos santos. Hablamos de un mundo profesional donde para emerger tenías que integrar todo lo que consumías. Un trabajo de búsqueda, de nuevos entrenamientos… Fuimos los pioneros, quienes dictamos las reglas. Luego, luego vino Mapei (Toni Rominger su líder) y su triplete en la Roubaix (1996, con Bortolami, Tafi y Museeuw). Por no hablar de otros equipos como el INEOS…
El Discovery de Armstrong, por ejemplo.
Se hizo daño con sus propias manos. Lance, a ver cómo te lo explico… Era enorme, sí. No era un paquete, un burro que ganó gracias a la medicina al transformarse en un caballo. Ya era un caballo, pero cada uno tiene su equilibrio psicofísico. Él evidentemente se pasó de frenada.
Una vez leí una entrevista en la que usted se mostraba contrariado porque la UCI no estaba investigando a Saiz. No recuerdo en qué contexto.
No lo sé. Quizás cuando dije eso yo ya estaba retirado. Lo dejé en el 94. La ONCE iba fuerte. No sé si me refería a eso. El período era ese, creo, el de Festina… Yo conozco a Manolo Saiz. Ni idea de lo que hizo, solo faltaría. Te voy a dejar clara una cosa… Corrí durante catorce años, y salvo algún periodo de crisis fui regular y longevo con mis victorias. Quizás hay que profundizar en quienes de burros pasan a ser caballos para después volver a ser burros. Por eso te digo que no somos santos. Nosotros, también, hicimos todo máximo, aunque siempre respetando las reglas. Sería hipócrita decir que no hicimos nada. Mira los ciclistas de ahora…
¿Qué?
Hacen todo lo necesario dentro de la legalidad para integrar lo que consumen. De lo contrario no podrían correr siete horas cada día. ¿Entiendes?