CICLISMO

Van der Poel no tiene rival: victoria aplastante en la París-Roubaix tras exhibirse en Flandes

El neerlandés, vigente campeón del mundo, reedita triunfo en el 'Infierno del Norte' y confirma la superioridad de su equipo en las clásicas.

Mathieu van der Poel, durante el transcurso de la París-Roubaix 2024./AFP
Mathieu van der Poel, durante el transcurso de la París-Roubaix 2024. AFP
Daniel Arribas

Daniel Arribas

Chicane por aquí, chicane por allá, pero aparcados los debates, la París-Roubaix se rompió mucho antes del temido bosque de Arenberg, lugar en el que la organización había introducido el novedoso y polémico giro. Fue en Quiévy to Saint-Python, a 150 kilómetros de meta y siempre al ritmo pautado por el Alpecin, conjunto de Jasper Philipsen y, cómo no, del impoluto maillot arcoíris, Mathieu van der Poel, donde la prueba más esperada de la primavera ciclista saltó por los aires.

Allí, el enfiladísimo cuadro flamenco apretó los puños, agitación constante por el traqueteo de los manillares, y neutralizó a la fuga en los primeros compases de pavé. Aventura suficiente, pensaron. Andaba ya el pelotón en unas 30 unidades, un puñado de ellos compañeros de Van der Poel, cuando aparecieron las únicas amenazas que parecían discutir el desenlace esperado por todos: en la tierra, una huelga de agricultores que pretendía cortar el recorrido; en el cielo, la lluvia, intimidante a cada kilómetro.

Se llegó a Arenberg en un grupo reducido —menos mal— y a mitad de tramo, ya cuando el terreno picaba bien hacia arriba, Van der Poel aceleró, estirando aún más la cabeza. Llegó a amagar con irse en solitario, pero en la salida del primer tramo de cinco estrellas el neerlandés vio cómo reenganchaban Mich Van Dijke (Visma-Lease a Bike), Mads Pedersen (Lidl-Trek) y su inseparable Philipsen, desafortunado en la parte final del bosque, donde pinchó la rueda trasera, despidiéndose momentáneamente de la cabeza.

El grupo de cabeza toma la novedosa chicane previa al bosque de Arenberg. EFE
El grupo de cabeza toma la novedosa chicane previa al bosque de Arenberg. EFE

Poco después, aún a 87 de meta, la rueda de Pedersen corrió la misma suerte y al tiempo que Van der Poel parecía el único favorito ajeno al infortunio, la cabeza se reagrupó y dejó escapar a rodadores como Pithie, Politt y Vermeersch, compañero del arcoíris que, lejos de resolver el panorama, multiplicó las dudas en el neerlandés. El tridente de cabeza sumaba segundos de renta —diez, veinte, treinta— y el neerlandés, vigente vencedor de Roubaix, parecía por vez primera no estar cómodo con el escenario de carrera.

Con el paso de los adoquines, suma indomable de esfuerzo y agotamiento para muchos de los corredores mejor posicionados, el trío de cabeza fue perdiendo fuelle y el grupo perseguidor, cada vez más poblado, ya con Philipsen y Pedersen de vuelta, dio caza a los líderes de la carrera. Respiraba de nuevo Van der Poel, liderando, sin pinchazos ni caídas y con hasta dos compañeros en la veintena que rodaba camino a Mons-en-Pévèle.

Fue antes de ese tramo, segundo del día de cinco estrellas, cuando el grupo, ya con más de 200 kilómetros en las piernas, rebajó ligeramente la velocidad, 49 kilómetros por hora de media a esas alturas —la edición más veloz hasta la fecha era la del pasado año, cuando los registros marcaron una media 46'8km/h—. Van der Poel olió la sangre y no quiso esperar más. Hachazo agarrado de abajo y hueco creado a casi 60 de meta. Otra salvajada más.

En un chasquido, la renta de Van der Poel ya superaba el minuto y a la salida de Mons-en-Pévèle rozaba los cien segundos. Por detrás, los terrenales pugnaban por la segunda posición, con Philipsen, Pedersen, Küng, Politt y un sorprendente Pithie, debutante en la carrera a sus 21 años y, dicen, con su futuro ya ligado al Bora-Hansgrohe.

Tras salvar un viaje por la hierba, el maillot arcoíris cruzó como un rayo el último tramo de cinco estrellas del día, Carrefour de l'Arbre —prueben a pasar por allí a 50 kilómetros por hora en moto, ya no les digo en bicicleta— y se lanzó hacia el ansiado velódromo de Roubaix, donde llegó con casi tres minutos de ventaja —quinta mayor renta de la historia— y, suerte la suya, sin pinchazos, rasguños ni caídas en el historial.

Desde 2009 no reeditaba victoria allí ningún corredor. Entonces fue Tom Boonen, leyenda de las piedras y clasicómano por excelencia con siete monumentos, un maillot arcoíris y hasta seis etapas en el Tour de Francia. A sus 29 años recién cumplidos, aún lejos del ocaso, Van der Poel suma ya seis monumentos, un maillot arcoíris y un incontable número de exhibiciones.

Es, además, el sexto ciclista que consigue ganar la París-Roubaix como campeón del mundo, tras Rik van Looy (1961, 1962), Eddy Merckx (1968), Francisco Moser (1978), Bernard Hinault (1981) y Peter Sagan (2018); algo que consigue, por si fuera poco, solo unos días después de reinar en el Tour de Flandes y justo antes de continuar con su primavera marciana: disputará la Amstel Gold Race el 14 de abril y la Lieja-Bastoña-Lieja, cuarto monumento del curso, el 21 del mismo mes.

Muy por detrás de Van der Poel cruzó la línea de meta Jasper Philipsen, mejor velocista del grupo perseguidor y miembro del equipo que se ha llevado los tres monumentos de la temporada —el belga ganó en San Remo y el neerlandés alzó los brazos, cuando no la bicicleta, en Flandes y Roubaix—. Tercero fue Mads Pedersen, por delante de Nils Politt.