Pogacar sabe que la historia del ciclismo no es como nos la contaron

Pertenezco a un país y a una generación que decidió que lo único relevante en el ciclismo eran las generales. Ya podían ser grandes vueltas de tres semanas como pequeñas vueltas de una, allí donde tocara: Asturias, Galicia, Comunidad Valenciana, Murcia, Andalucía, Castilla y León, Burgos, Cataluña, País Vasco, Mallorca… Lo importante era el cálculo y la consistencia. Ahorrar esfuerzos, pensar en el día siguiente, toda la retahíla de topicazos que el equipo Movistar seguía repitiendo en sus documentales para Netflix. Por algo es el único equipo español en el World Tour…
Nuestros ídolos eran Induráin y Perico Delgado. ¿Por qué? Porque ganaban generales. A Óscar Freire nunca le subimos valorar, por muchos mundiales que ganara… y Alejandro Valverde tenía un punto sospechoso, como si no hubiera dado todo lo que tenía dentro a pesar de sus más de ciento treinta victorias. Pocos le achacaron que no corriera más veces Flandes en vez de dejar que sus directores de equipo le apuntaran en cada vuelta menor que había por España.
En fin, que para nosotros, los campeones eran los que ganaban el Tour… y el resto, bueno, estaban un peldaño por debajo si se apuntaban Giro o Vuelta, y dos si competían por clásicas y campeonatos del mundo. Sabíamos quién era Hinault, claro que sí, pero por sus cinco Tours, los mismos que Merckx, tres más que Coppi, que a su vez ganó cinco veces el Giro y porque le pilló una Guerra Mundial de por medio. Nadie nos explicó las hazañas de los tres en Lombardía, en San Remo, en Roubaix, en Lieja o en Flandes. Nadie se preocupó de esas rivalidades que nos parecían menores.
Así, hasta que llegó Tadej Pogacar. Por supuesto, hay que aclarar que Pogacar es hijo de su tiempo. Un tiempo en el que, televisivamente, las clásicas se han colado en nuestros hogares y en los que el margen de atención es cada vez más limitado, con lo que las carreras de un día van ganando atractivo. Ya nadie quiere calcular segundos, ni bonificaciones, ni reservar nada. La vida salvaje es la vida mejor. Van Aert y Van der Poel nos abrieron los ojos, entre muchos otros. Pogacar lo ha llevado todo un punto más allá.
El campeón del Tour, en Roubaix
Porque la decisión del esloveno de correr la París-Roubaix no es cualquier cosa: se trata de un hecho histórico. Desde Greg LeMond en 1991, ningún campeón vigente del Tour competía siquiera en la clásica del pavé… y Pogacar no pretende competir, pretende ganarla. Un tío que ha ganado Flandes, ¿cómo va a andar con miedos en las piedras francesas? Sabe que puede llover, que puede llenarse todo el recorrido de barro, que aquello puede empezar a parecerse a un capítulo de Humor Amarillo y que se puede ir al suelo y perderse varios meses de temporada, Tour de Francia incluido.
Le da igual. Es un kamikaze que no lucha contra sus contemporáneos, sino contra los grandes de todos los tiempos. Sabe que, sí, todo el mundo recuerda los cinco Tours de Anquetil, Merckx, Hinault e Induráin, pero para ser el mejor, hace falta algo más. Hace falta fugarse a cien kilómetros de meta en un campeonato del mundo y aguantar la persecución de las demás selecciones. Hace falta luchar por la victoria en las tres grandes y en los cinco monumentos. Hace falta escaparse en una etapa insulsa del Tour de UAE solo para demostrar que eres un caníbal.
El reino de Pogacar no es de este mundo y quiere dejárnoslo claro a todos. Podría centrarse en una carrera o en dos y ganarla siete veces, pero él no quiere ser Lance Armstrong. Solo un corredor en la historia ha ganado las tres grandes, el campeonato del mundo y los cinco monumentos. Ese corredor se llama Eddy Merckx y ese es el listón que se ha puesto el campeón esloveno: competir desde febrero hasta octubre, desde el descenso de Il Poggio hasta la última subida de Il Lombardía.
El vuelo imposible de Ícaro
Hay algo además que hace esta odisea especialmente épica: Pogacar nunca tendrá el palmarés de Merckx. Es imposible. Merckx corría en una época en la que el ciclismo estaba profesionalizado, por supuesto, pero en muy pocos países y para muy pocos equipos y corredores. En la actualidad, hay veinte o treinta estructuras millonarias con decenas de ciclistas perfectamente preparados, con dedicación exclusiva y que han recibido una formación excelente en contextos profesionales.
En otras palabras, puede que Pogacar gane cinco veces el Tour, pero no va a ganar cinco Giros y una Vuelta. Y si lo hace, no va a ganar tres veces el Campeonato del Mundo. E incluso si consiguiera esa hazaña, no vencerá en San Remo siete veces, ni en Roubaix otras tres ni logrará ganar cada uno de los monumentos en un mínimo de dos ocasiones. Nadie puede conseguir algo así, pero Pogacar va a intentar acercarse. Va a intentar que al menos le recordemos como el Ícaro que quiso desafiar a los dioses y tocar el sol con las alas de cera.
Sabe que, en cualquier otro momento, su gran rival sería Jonas Vingegaard, pero solo un rival le sabe a poco. Quiere a Mathieu van der Poel. Quiere tocarle las narices en todos los terrenos, aunque sea consciente de que, de momento, el holandés es superior. Pogacar es una gota malaya, esa es su táctica. Te obliga a cerrar el hueco dos, tres, cuatro veces… Confía en que no haga falta una quinta, es decir, su objetivo es tener a Van der Poel dando el máximo cada semana y confiar en que, tarde o temprano, se quedará sin fuerzas.
Y ahí, imperial y arcoíris, levantará el esloveno los dos brazos. Uno, para reforzar su leyenda del presente. El otro, para señalar al mito del futuro.