Si te preguntan quién es Tadej Pogacar, enseña su derrota en la París-Roubaix

Cuando alguien de mi entorno que no acostumbra a seguir el ciclismo me pregunta por qué es tan bueno Tadej Pogacar, qué es eso que le hace tan especial respecto a cualquier otro deportista del planeta y que hace que cada vez esté en boca de más aficionados, no quiero engañar a nadie, me resulta difícil saber qué responder.
Lo sencillo, imagino, sería mostrar un compilado con sus ataques más explosivos en el Tour de Francia. Un poco de Galibier por aquí, otro poco de Cauterets y Plateau de Beille por allá, música cañera de fondo y a presumir de ciclista legendario. Y todo esto, con solo 26 años, apuntaría seguramente. Es que es probable que aún no esté ni en el ecuador de su carrera, añadiría con el dedo en alto.
El cuento, sin embargo, quedaría incompleto. ¿No voy a decir nada de su obsesión por conquistar todas las carreras del mundo? ¿Ni una palabra sobre los monumentos y el resto de clásicas del calendario? ¿De verdad todo se resume a eso, al Tour de Francia?
Convertir lo anómalo en rutinario solo ha estado al alcance de unos pocos elegidos a lo largo de la historia. Pogacar no solo es uno de ellos, sino que goza del incalculable poder de jubilar nuestros análisis cada pocos días, algo que, si nos paramos a pensar, recuerda a las más imponentes figuras de la historia del deporte.
Cómo explicar si no que lo que pensábamos hace solo unas semanas después de la Milán-San Remo, reto imposible según el propio esloveno, ya no valga de nada hoy. Ni siquiera lo que dijimos tras su enésima hazaña en el Tour de Flandes, territorio ajeno a sus posibilidades donde acude y gana al mejor clasicómano que probablemente hayamos visto nunca. Así, todo juicio de valor queda obsoleto en un chasquido.
Pogacar, que este año se encuentra en su séptimo curso como profesional, ha conseguido cambiar los moldes de un deporte entero. Y eso no lo digo yo, lo dicen los libros de historia.
Con su segunda posición en la París-Roubaix de este domingo, el esloveno se ha convertido en el primer ciclista que se sube al podio en cinco monumentos consecutivos desde 1984. Aquel año lo hizo Sean Kelly, el rey de las clásicas que hace solo unos días le encomendaba a no jugarse la temporada en el denominado 'Infierno del Norte'.

Pogacar, para gozo de todos, hizo oídos sordos. ¿Acaso no sería más fácil para él evadir la temporada de clásicas y arrancar su calendario, al menos el más exigente, en el Giro de Italia, donde el año pasado se paseó, logrando seis victorias de etapa y su primera maglia rosa? ¿No sería eso lo más inteligente para alguien empeñado en sumar números y más números a su historial?
Ay, amigos. Pues claro que sí. Pero Pogacar no es eso. Y probablemente no lo será nunca.
La grandeza del esloveno reside precisamente ahí, en huir de lo obvio y perseguir siempre el reto más difícil posible. No por nada ha decidido desafiar a Mathieu van der Poel en la Cipressa, el Poggio, el Viejo Kwaremont, el Paterberg, el Bosque de Arenberg y Mons-en-Pévèle en apenas unos días. No por nada, sigo, decidió hacer lo propio en Alpes y Pirineos con un Jonas Vingegaard que le había hecho morder el polvo los dos veranos previos. Y no por nada, termino, decidió ir a por su primer maillot arcoíris con un ataque a 100 kilómetros de meta con el que desafió a la hemeroteca y a todo lo que algún día nos habían contado.
Con su segundo lugar en el velódromo de Roubaix, Pogacar se ha convertido en el segundo ciclista en lograr al menos un podio en las tres grandes vueltas (Giro, Tour y Vuelta), los cinco monumentos (San Remo, Flandes, Roubaix, Lieja y Lombardía) y el Campeonato del Mundo. El otro, claro, es Eddy Merckx, que alcanzó el hito en 1973, hace más de medio siglo, cuando, sin entrar en comparaciones, el ciclismo, el deporte y el mundo en general funcionaban de otra manera.
Resulta evidente, pues, que pese a la derrota de este domingo, Pogacar es hoy más leyenda que ayer y seguramente menos que mañana. Y, amigos, a diferencia de Merckx, lo estamos presenciando cada semana por televisión.