El héroe trágico que tumbó a Merckx, ganó el Tour maldito y terminó con un tiro en la cabeza
La ronda francesa rindió homenaje este viernes a Luis Ocaña con la salida en Mont-de-Marsan, localidad a la que llegó en 1957 huyendo de la dictadura.

"Solo hubo un Luis Ocaña, es imposible que exista otro como él". Quien habla es Carlos Arribas, periodista de El País y autor de la biografía de un hombre rebelde que, nacido en España y elevado a ciclista de época al otro lado de los Pirineos, nunca terminó de encontrar su lugar: "En España se referían a él como el francés, y en Francia, donde vivió toda su vida adulta, le llamaban el español". Ahora, casi tres décadas después de su misteriosa muerte en Caupenne de Armagnac, el Tour le rinde homenaje con la salida de la séptima etapa en Mont-de-Marsan, comuna a la que llegó siendo solo un niño y donde todavía hoy, más de medio siglo después, su recuerdo sigue muy vivo.
"En el 71 yo tenía 13 años y todos los niños estábamos… no odiando a Merckx, pero sí lamentando que lo ganara absolutamente todo", recuerda Arribas, ocupado ahora en carretera para cubrir su 29º Tour como periodista. "Ese año, el 71, apareció un español que vivía en Francia y, de repente, en una etapa de montaña, se convirtió en el primer ciclista en derrotar a Edy Merckx en el Tour de Francia". Y no de cualquier forma.

En los 134 kilómetros que separaban Grenoble de la estación de esquí de Orcières-Merlette, cuatro puertos mediante, Ocaña cabalgó en solitario y se vistió de amarillo tras endosarle casi nueve minutos al belga, tirano absoluto del ciclismo con dos Tours, dos Giros, un maillot arcoíris y siete monumentos ciclistas por entonces, con 26 años. "Nos ha matado como El Cordobés mata a los toros en la plaza", lamentó Merckx, extenuado en la línea de meta. Tan vívido es todavía hoy el recuerdo de la gesta que, como previa de la 110ª edición de la carrera, el diario L'Equipe estableció hace unos días aquella victoria aplastante de Ocaña como la más emblemática de la historia del Tour.
El triunfo en París se antojaba irremediable. Ya nadie podría quitarle el maillot amarillo camino de los Campos Elíseos. Por fin, alguien pondría fin a la supremacía del intocable Merckx, temido por todo el pelotón. Pero la historia de aquel Tour aún reservaba un trágico desenlace. Tres días después de la hazaña en Orcières-Merlette, Ocaña y Merckx, de nuevo juntos y revueltos, cayeron bajo el diluvio universal en el peligroso descenso del Col de Menté. El belga se levantó y pudo continuar. Ocaña, no.
El de Priego no pudo superar el impacto contra una roca y, a lágrima viva, con el maillot amarillo desgarrado en la cuneta, tuvo que abandonar mientras su máximo rival, sin daños mayores, volaba hacia otro triunfo en París. "Aquel drama nos marcó mucho, sobre todo por la época en la que estábamos", explica Arribas al otro lado del teléfono. "Eran los años de Franco, en los que parecía imposible que a un español pudieran salirle las cosas. Estábamos condenados a la desgracia y Ocaña, personaje trágico como pocos, representó aquello mejor que nadie".

Dos años después, en 1973, el español pudo al fin ganar el Tour de Francia. No lo celebró mucho, eso sí, ante la sorpresa de compañeros, familiares y amigos. "Él quería ganar a Merckx por encima de todas las cosas y nunca perdonó que el belga no corriera aquel año", remarca Arribas. Fue la única edición del Tour en la que el español no pudo medir su gran estado de forma con Merckx, que había ganado dos meses antes su cuarto Giro de Italia y, en un intento despiadado por reunir todas las grandes gemas del ciclismo, también La Vuelta a España.
El campeón más trágico del Tour de Francia
Arribas publicó el libro sobre Luis Ocaña en 2014, pero quedó prendado por la historia del corredor muchos años antes. "Coincidimos pocas veces, porque empecé a cubrir el ciclismo para el periódico en el año 92 y él murió dos años más tarde", recuerda el periodista. "Fui conociendo más de su vida años después, cuando digamos que me tocó hacer el capítulo sobre Ocaña en el libro Locos por el Tour [escrito junto a Sergi López-Egea y Gabriel Pernau]. Ahí empecé a documentarme, a hablar con gente de su entorno, y luego, en un reportaje para la revista francesa Rouleur, fui a la zona de Pau para hablar con su viuda, con Amparo —hermana de Luis— y con Juan Luis —hijo del ciclista—".
Ya por entonces el conquense tenía fama de tipo misántropo, esquivo con cualquier desconocido, incluido Arribas. "En aquella época él trabajaba como comentarista en la radio durante el Tour y se le notaba que no aguantaba a la cantidad de gilipollas que veía a su alrededor", dice el autor. "Nunca soportó ningún poder establecido; siempre se rebeló contra ello. No solo contra Merckx, eh, también contra su padre desde niño. Era su forma de ser. Se negó toda la vida a que alguien pudiera negarle sus deseos".

Murió en su finca de Caupenne de Armagnac, rodeado de unos viñedos que le trajeron más problemas económicos que alegrías. "Ninguna de las personas que habían mantenido contacto con él en los días previos sospechó un desenlace así". Fue lo que escribió Enric González aquel fatídico 19 de mayo de 1994 en el diario El País. Ocaña tenía 48 años.
Su viuda, Josiane, lo encontró sin vida en el cobertizo de la finca que compartían. "Ella siempre cuenta que lo vio por la ventana y se extrañó, porque pensaba que vestía una camiseta blanca y la vio roja. Más tarde se daría cuenta de que aquello era sangre", cuenta Arribas. Cierto o no, se supo que la relación entre ambos había empeorado en los últimos meses, incluso que se encontraban en trámites de separación. "Algunas voces apuntaron que ella fue quien lo mató, pero nunca hubo pruebas", puntualiza el periodista, sabedor de que un día antes de su muerte, Ocaña había acordado con la Cadena Cope su presencia como comentarista en el Giro de Italia que comenzaba esa misma semana.
Misterio o no, lo cierto es que este viernes, cuando se cumplen 50 años de su triunfo en París, nadie esperaba la presencia de su familia en la salida de Mont-de-Marsan. Y así fue. "Acabaron todos mal", lamenta Arribas, que prefiere recordar la figura de Ocaña de otra forma. Como la de un corredor que, en el olimpo de los más grandes de la historia, fue diferente a todos. Y no por ganar más. "Ahora los ciclistas son niños de bien que a los diez años ya estudian cómo mover vatios en sus bicicletas estupendas. Ninguno tiene ese alma desatada que tenía Ocaña; esa necesidad de salir de una situación, la de las familias que perdieron la guerra, y tener que buscar algo mejor", sentencia. "Él siempre tuvo el deseo absoluto de romper con lo que el destino le había reservado. Y eso es incomparable a todo".