La 34 merecía la misma ilusión que la 33... y estuvimos seis meses sin darnos cuenta

Cuando todos los focos apuntaban en una dirección, alguien se encargó de moverlos y direccionarlos a otro rincón del escenario. Allí estaba él, sin hacer mucho ruido, concentrado, completando un 'truco' de magia especial, de esos que dejan huella y se recuerdan en conversaciones con amigos. Una vez que las luces iluminaron su silueta, no se desconcentró, continuó ejecutando a la perfección la ilusión, convirtiéndola en real con cada giro de manos, con cada deslizar de cartas. Y una vez hubo acabado, el aplauso fue unánime, incluso entre los espectadores italianos, los más exigentes y descreídos. Esa suma de emociones y hechos fue la que logró Carlos Sainz tras hacer real la victoria 34 en la Fórmula 1 para el automovilismo español cuando menos se le esperaba. Ni a él, ni a su equipo, Ferrari, que llevaba más de un año en blanco.
Y es que las segundas veces siempre son más tangibles que las primeras. Ya sea por el recuerdo de esas, porque su velo de incertidumbre y nervios ha caído o porque sabemos a lo que atenernos, sin sorpresas, sin traspiés. La segunda vez de Sainz en el escalón más alto del Gran Circo, ese en el que no muestra su versión más personal y en el que se piensa dos veces qué palabra pronunciar, fue una demostración única de capacidad de análisis de la carrera, de imponer el ritmo adecuado en cada vuelta de carrera (así, 62 veces), de reaccionar ante los imprevistos (unos Mercedes aniquiladores en los últimos giros), de sacarse de la manga un pilotaje y una estrategia sorprendentes. Como los grandes prestidigitadores, como los finales de concierto donde aún queda aliento para unos bises atronadores con las luces ya encendidas y el público entregado, al borde del desmayo.
Ojalá las ilusiones y conversaciones infinitas que ha propiciado la opción de la 33ª victoria de Fernando Alonso en F1, que aún sigue latente y por la que el asturiano y Aston Martin siguen trabajando de cara a las últimas siete citas del mundial 2023, también las provoque esta 34ª y todo lo que ella implica.

Porque para Sainz las cosas no han sido sencillas desde que llegó a Ferrari. Cuando tras la pandemia y aún con restricciones en el calendario de la F1 y en medio mundo tuvo que demostrar que no llegaba como segundo piloto, que se podía apostar por él. Cuando batió a Charles Leclerc, formado en la Academia de jóvenes pilotos de Ferrari, en la general del campeonato a final de su primera temporada de rosso. Cuando hace 14 meses, en Silverstone, en la cuna de la categoría, pronunció esas palabras que ya han calado en la cultura popular -Stop inventing! (Dejad de inventar)- mientras el equipo le pedía que no luchara por su primera victoria. También cuando este 2023 el SF-23 no nació como se esperaba, provocó mil y un quebraderos de cabeza en Maranello, horas y horas de discusiones y análisis para encontrar soluciones.
Pero las vacaciones de verano le han sentado como un bálsamo sanador, que todo lo olvida, que todo lo cura. Ya en Zandvoort dio unas cuantas pinceladas de que su reseteo había sido acertado y había eliminado cualquier tipo de duda que pudiera haber tenido en los complejos meses previos. Sacó un quinto puesto inesperado de un monoplaza que sufrió en el trazado neerlandés y del que no se esperaba más que un top 10 justito. Y en Monza, ante los tifosi, en la carrera de casa de Ferrari, dio el do de pecho, a pleno pulmón. Una pole position brillante; un podio peleado con uñas y dientes... ante su compañero. Una demostración de fuerza. Y una persecución calle abajo, como si de una película de domingo por la tarde se tratara, para recuperar un reloj robado mientras se hacía un selfie.
Su segunda victoria en Singapur, apenas dos semanas después, es la confirmación de que las voces que le etiquetan solo como jugador de equipo, como escudero, no terminan de pintar completamente el cuadro de su presente. Carlos Sainz ha demostrado, no solo que es capaz de ayudar en el desarrollo de un monoplaza, pese a que este nazca con el pie torcido, sino que puede optimizar las opciones, por escasas que sean, incluso cuando no se le espera.
Ha sido él quien ha puesto fin a la racha histórica de Max Verstappen y Red Bull. Ha sido él quien ha dado un puñetazo sobre la mesa. Quien ha lanzado ese mensaje que su padre siempre le ha aconsejado dar cuando las circunstancias lo requieren. Ha sido él, en definitiva, quien ha provocado que los focos cambiasen de dirección y apuntasen al rincón oscuro del escenario donde estaba completando su truco de magia con calma, abstraído de la presión. La 34ª lleva su nombre y hay motivos para seguir soñando.