Los árbitros y el Real Madrid llevan la final a un punto de agitación emocional que puede alterar la jerarquía futbolística del Barça
El octavo Clásico con el título de Copa en juego se comenzó a jugar en una jornada de vísperas inaudita que no se sabe cómo influirá en el partido en sí y en el futuro cercano del balompié español.

Ya no iba a ser una final cualquiera. Iba a ser una final con el Real Madrid y el Barça, o el Barça y el Real Madrid, en liza. Iba a ser una final, cuyo resultado, podría tener poderes suficientes como para alterar e influir en el futuro más cercano de los dos contendientes en las otras competiciones que tienen en juego: la Champions y la Liga, los azulgranas y, simplemente, la competición doméstica los blancos. Por insólito, asombroso, inconcebible y extravagante es imposible calibrar el grado de trascendencia que tendrá en el desarrollo del partido como tal, todo lo sucedido en la jornada del viernes. Pero lo tendrá seguro en más alta o baja graduación. Incluso, como para pensar que tal punto de agitación emocional pueda afectar directamente a la jerarquía futbolística de los azulgranas, que, hasta ahora, no han comenzado a jugar la final más allá de la preparación puramente deportiva que haya realizado del encuentro.
Hasta que los protagonistas reales, los que juegan (futbolistas), se puedan expresar a su manera en forma de goles, pases y paradas sobre el nuevo césped de La Cartuja, esta final de Copa ya pasará al recuerdo como aquella en la que el árbitro designado, De Burgos Bengoechea, lloró desconsolado en la víspera e hizo público lo mal que lo pasa su hijo con los insultos que recibe su padre. Al mismo tiempo, a su lado, el colegiado de VAR, que se jubila a final de temporada, avisó de posibles medidas de fuerza que puede afrontar su colectivo en las próximas fecha por el trato que reciben.
Al fin y al cabo, se puede pensar que estaban en su derecho. También, junto a los entrenadores, son protagonistas activos de los partidos, aunque lo suyo sea impartir justicia y no hacer caños, rabonas, ni bicicletas. Reconocido su derecho a reivindicarse, lo que parece más cuestionable es si era el momento exacto para hacerlo. Justo en la víspera de una final en la que ellos con sus decisiones tienen mucho que decir y en la que, además, juega el equipo del club que está siendo más belicoso con la organización arbitral. Como cabía esperar, las palabras y la actitud de los denominados jueces de la contienda provocaron una visceral respuesta del Real Madrid que se materializó, comunicados al margen, en su ausencia de los actos oficiales previstos para la final en si: entrenamiento, conferencia de Prensa, icónica foto de los dos entrenadores y la cena oficial. Nada que a estas alturas no sepa en nadie en el territorio español.
A lo largo de su historia, desde 1903, la segunda competición del fútbol español, la Copa del Rey, que ahora tiene también un apellido publicitario, no ha sido muy generosa con los Clásicos. Solo siete finales en 123 ediciones se antojan pocas, aunque, como se esté demostrando en las últimas horas, cada una de ellas puede valer por diez. En todas ha habido muertos encerrados en los armarios más allá de sus resultados finales. La actual ya se llevaba tiempo jugando en los medios de comunicación y también en los propios clubes, pero lo acontecido en las postreras 24 horas no había tenido parangón.

El duelo Ancelotti-Flick
Tiene pinta que Ancelotti (65 años) y Flick (60) harían buenas migas de tener la posibilidad de conocerse más íntimamente. Rezuman calma y buen talante. De momento, solo lo han hecho a tiro de banquillo. Dos partidos. Dos triunfos por goleada a favor del alemán y una pequeña refriega de Carlo con uno de sus ayudantes, en la que medió el propio Flick para pedir disculpas. Con ellos al mando de las operaciones, la táctica del partido está más o menos definida. De cómo va a intentar jugar el Barça de Pedri no se tiene ninguna duda. Ahora mismo, en cuanto al juego se refiere, este Barça es más del canario que de nadie, incluidos Yamal y Lewandoski, que destacan en otros aspectos futbolísticos.
Juega todos los partidos igual. O parecido. El estilo es el que es y, de momento, no se contempla la posibilidad de un volantazo por circunstancias puntuales. Las bajas por lesión de Balde y Lewandovski abren la puerta a Gerard Martín y Ferrán. Evidentemente no es lo mismo. La del primero porque con sus condiciones físicas y técnicas ya había asimilado lo que es jugar con un notable rendimiento de lateral-interior-extremo, hasta el punto de crear superioridades en todas esas zonas del campo. Y el segundo porque no solo es una máquina de hacer goles, sino que también su aportación al juego colectivo de ataque es soberbia con movimientos óptimos para el juego de Yamal y Raphinha. La ocupación de los espacios del Barça es un 1-4-3-3 de toda la vida con la singularidad de escalonar a los jugadores en bastantes líneas de pase, para abarcar así más espacio y dar la sensación de ser un casi siempre un equipo compacto, aunque, a veces, defensivamente no lo consiga.
Sacrificar a Valverde por obligación
Al saltar a Ancelotti y al Real Madrid las certezas son menores. No le duele al italiano cambiar, de un duelo a otro, el dibujo táctico, aunque tampoco es que sean modificaciones drásticas. Cuestión de equilibrio. Una de las palabras preferidas del técnico, además de energía. Cada partido solicita un traje distinto y esta final parece ajustarse mejor al 1-4-4-2, que confesó no hace mucho, que es su sistema preferido, aunque en el Real Madrid haya tirado más del 1-4-3-3. Ante el Barça y su dominio del balón y de la situación, parece que empuja la variante de ganar un centrocampista, por mucho que se pierda un delantero. Lo curioso del caso es que, con permiso de Bellingham, Carlo se ve obligado a sacrificar su mejor volante, Valverde, para ajustar su línea defensiva donde solo tiene a Lucas como alternativa para el lateral derecho y está Raphinha en el horizonte. Para su suerte, el uruguayo rinde donde le pongan, pero alejarle de la zona de creación es desperdiciar gran parte de sus condiciones físicas y técnicas.
Llama la atención que los blancos, que habían apostado desde hacía tiempo por formar un centro del campo de músculo, con jugadores muy físicos: Tchouameni, Valverde, Camavinga y Bellingham... lleguen a un partido tan importante con Ceballos y Modric de presuntos titulares en el eje del juego. Dos futbolistas con cualidades muy diferentes a las elegidas en un principio. Por si acaso, si al final Ancelotti se decide por la apuesta del 1-4-4-2 sin Rodrygo, seguro que ya ha aleccionado a Bellingham para instalarse en la zona de influencia de Pedri. Puede ser, Bellingham-Pedri, el gran duelo individual del choque. Al tiempo. Por lo que a Mbappé y Vinicius se refiere, son la doble arma blanca. Partido diseñado para sus virtudes: defensa adelantada del rival, mucho espacio para atacar su espalda y explotar su velocidad y menos compromiso defensivo acompañado de más libertad para intercambiar posiciones en todo el frente del ataque.
El marcador refleja un 4-3 a favor del Madrid
El marcador histórico del Clásico en las finales de Copa marca un 4-3 a favor del Madrid y en todos ellos se encierra una historia que ha podido quedar ninguneada en su calibre por lo sucedido en esta víspera, pero que en su momento también atrajo la expectación mediáticas. En total, el Barça ha jugado 42 finales, 31 ganadas; el Real Madrid, 40, 'solo' 20 títulos. El primer duelo data de 1936, todavía era la Copa del Presidente de la República. Un mes después comenzaría la guerra civil. La gran estrella de aquella final fue Ricardo Zamora que disputó su último partido y, cuentan las crónica, que salvó al Real Madrid con una última parada con una mano. Marcaron Eugenio y Lecue por el equipo blanco, Escolà, por los azulgranas.
La segunda final entre ambos equipos no llegó hasta 1968, nada menos que 32 años después y la competición ya se llamaba Copa del Generalísimo. La historia la reconoce por la 'final de las botellas', porque el césped acabó cubierto de vidrio lanzado por la afición merengue en protesta por el arbitraje. Eran tiempos en los que la Liga siempre la ganaba el Madrid, ocho en esa década de los 60, pero esa Copa la ganó el Barcelona en el Bernabéu con un gol del central Zunzunegui. Partido también mucha tensión con el colegiado mallorquín Antonio Rigo como protagonista.
Todavía el fútbol se vivía y veía en blanco y negro, pero solo pasaron seis años hasta la siguiente final. Fue el año liguero del 0-5 del Barça en el Bernabéu con Cruyff en el epicentro de la actualidad y que permitió a los azulgranas ganar la Liga después de 14 años sin hacerlo. Los blancos encontraron en la final copera su inmediata revancha y aprovecharon que el holandés no podía jugar la final porque el reglamento dictaba que los extranjeros no podían disputar esa competición para ganar por un rotundo 4-0.
Década de los 80. Final plagada de duelos personales. Di Stéfano contra Menotti. Schuster contra Stielike, a quien dedicó dos cortes de mangas tras el gol decisivo de Marcos. Maradona contra Juanito... Con la prórroga amenazando, Marcos marcó de cabeza en un vuelo sin motor uno de los goles más espectaculares de la historia de los Clásicos. Fue el gran título de Maradona con el Barcelona. Los 90 también comenzaron con una final en forma de Clásico. Aquel partido de Mestalla siempre se recordará como el que Cruyff, ya entrenador, salvo su cabeza. Una derrota le hubiera costado la destitución. La expulsión de Hierro dejó al Madrid con uno menos y los goles de Amor y Julio Salinas hicieron posible que comenzar la gran época azulgrana de la Champions de Wembley y las cuatro Ligas consecutivas.
Ya en siglo XXI, los dos enfrentamientos, tuvieron color blanco: 2011 y 2014. El duelo de los banquillos, Mourinho contra Guardiola en el escaparate. Fue el año de los cuatro desafíos consecutivos en 18 días y en la final llegó el primer triunfo del portugués sobre el catalán. Decidió un gol de Cristiano Ronaldo, de cabeza, en la prórroga. El antídoto fichado por el Real Madrid para anular el efecto Pep, daba sus frutos. Tres años después. Ancelotti y Martino en los banquillos. También en Mestalla. Esa siempre será la final de Bale y su estratosférica carrera, saliéndose de los límites del campo, y dejando a Bartra en el camino.