OPINIÓN

El Barça no sabe invertir, se deja los ahorros en el primer bar

Osimhen remata haciendo el 1-1. /EFE
Osimhen remata haciendo el 1-1. EFE

Si algo permite la Champions, es creer. Es una competición de fe. Uno cree siempre y a todas horas aunque ya no le quede nada en lo que creer porque para eso nació esta competición, glamurosa y cruel a partes iguales. El Barça llevaba semanas inducido en un coma del que solo podría despertar con la música embriagadora de la Champions League, y lo hizo ante un rival al que solo le queda su pasado reciente y un talento que languidece entre incendios y entrenadores de papel de fumar. Pero la Champions anula el pasado de los equipos y solo expone al talento bruto. Y el Barça, que tiene más que el Nápoles, se mostró como si sus heridas fuesen balas.

Sucede algo curioso con el Barça de Xavi. Los goles tienen un efecto boomerang que lejos de dar un estado de tranquilidad y ánimo al equipo, le agrian el estado de ánimo. Si pudiese, el equipo de Xavi no marcaría ningún gol. No porque no quieran, sino porque han demostrado ser incapaces de gestionar una ventaja en el marcador, por muy controlado que tuviesen el partido. El Barça no sabe gestionar sus ahorros, y cuando recibe la paga, en vez de invertir, se lo deja todo en el primer bar. Y la Champions no entiende de excusas ni merecimientos; habla un lenguaje distinto que tiene mucho más que ver con el estado de ánimo que con el juego. Con las emociones que con la táctica. Y el Barça necesita invertir muchas horas en un psicólogo antes de entender el lenguaje de una competición que lleva años dándole la espalda.

Mi relación con la Champions es la misma que con el cine: una vez entro, es imposible que pueda salir. Te permite soñar. Creer. El Barça jugó un primer tiempo en el que no importaba nada más que el siguiente pase, y el equipo dejaba en evidencia que el peor era el Nápoles. No estamos tan mal. Robaban, atacaban, generaban. Pero el gol no llegaba y la Champions obliga a entender el resultado de una forma concreta, muy íntima. El Barça hace tiempo que no compite contra el rival, sino contra sus propias limitaciones y la urgencia por recuperarse y volver de donde se cayó hace tiempo. Y es ahí donde todo colisiona.

El culé se ha acostumbrado a leer los partidos por fascículos, diseccionando el encuentro por tramos. Por minutos. Y en la Champions, que hay idas y venidas constantes, es imprescindible no perder nunca de vista la fotografía entera para entender qué sucede en el partido. Pero el Barça no puede sobrevivir en Europa, ni en la vida, dividiendo los partidos por tramos, incapaz de imponer su autoridad en aquellos que flaquea, como si fuese una hoja movida por el viento.

El Barça ha sido mejor más tiempo del que lo ha sido su rival. Pero la Champions no entiende de estas superioridades, sino de momentos, y el Barça los deja pasar porque no los entiende o no los puede aprovechar. No importa cuántos minutos ha sido mejor, ni en qué tramos lo ha sido, porque el fútbol no tiene memoria y de nuevo los ahorros, en vez de quedarse debajo de la almohada, se pierden en el primer bar. Queda la vuelta. Soñar nunca fue tan fácil.