El complicadísimo palco de la Décima, entre Florentino Pérez, Mariano Rajoy y Enrique Cerezo: "Un miembro del gabinete casi rompe una valla"
José Ignacio Wert, exministro de Cultura, Educación y Deporte, estuvo presente en Lisboa y cuenta cómo se vivió la agónica final entre el Real Madrid y el Atlético hace hoy diez años.

Si hubo un día en que el fútbol explicó que está muy lejos de ser una ciencia exacta y lógica ese fue el de hace exactamente diez años. Para hacerlo le bastó un solo segundo, el que transitó del minuto 92:47 al 92:48. En ese mínimo espacio cupo un firmamento en suspensión. El balón por el cielo de Lisboa y Sergio Ramos en el aire; el entusiasmo del Atleti comenzó a encogerse y el desconsuelo del Real Madrid, a diluirse; el miedo y la fe bailaban un chotis en una baldosa. Todo iba a cámara lenta y aún nada había sucedido. Hasta que ocurrió. El sevillano remató la pelota con la cabeza, empató el partido, lo mandó a la prórroga y, de camino, dio sentido a ese Historia por hacer que escribió Manuel Jabois y que a punto estuvo de esperar en un cajón.
Aquel 24 de mayo de 2014, el Real Madrid conquistó la Décima Copa de Europa frente al Atlético y evitó un batacazo que le hubiera llevado a otro presente. Comenzando por Ancelotti quien, de haber caído, con mucha probabilidad no hubiese continuado y, por tanto, no estaría hoy sentado en el banquillo del Bernabéu preparando el asalto a la Decimoquinta. El choque concentró lo épico desde el punto de vista blanco y la crueldad más absoluta desde la mirada atlética. Diez años después, se ha sacado a la luz prácticamente todo de que aconteció sobre el césped, cómo la alegría fluctuó hasta que cambió de bando. Sin embargo, se sabe muy poco de la tensión que se vivió en el palco del estadio de Da Luz. Es posible que fuese el día en el que le apretó más el nudo de la corbata a Florentino Pérez y en el que Enrique Cerezo se vio con más claridad bañado en Neptuno.
En ese trasunto de platea, donde el protocolo incita a la contención, se vivieron momentos de angustia y escenas pocas veces vistas antes. A Florentino y Cerezo les rodearon, como sucede en este tipo de acontecimientos, las autoridades de mayor rango. Acudieron los Reyes de España [Juan Carlos I y Sofía], el presidente del Gobierno español [Mariano Rajoy] y portugués [Passos Coelho], el jefe del Estado luso, [Cavaco Silva], el presidente de la UEFA [Platini], el secretario de Estado para el Deporte [Miguel Cardenal], el presidente de la Federación Española de Fútbol [Ángel María Villar]... "Yo tuve mucha precaución para no exteriorizar demasiado mis simpatías", confiesa a Relevo, José Ignacio Wert, presente en ese complicadísimo epicentro como ministro de Educación, Cultura y Deporte.

Wert, reconoce, nunca fue amigo de ir al palco. Rechazó invitaciones de Florentino para sentarse en el del Bernabéu por una razón a la que otorga un peso incuestionable: "Básicamente porque soy tan madridista que ver un partido sin poder exteriorizar ni la alegría por los goles a favor ni el enfado por los goles en contra para mí resultaba más un sacrificio que otra cosa. Obviamente, cuando, como en esta ocasión, el asistir formaba parte de los deberes institucionales, pues no diré que lo hiciera de mal grado porque no era así".
El derbi de Lisboa no fue uno más y esa trascendencia se percibió también en la zona más privilegiada del estadio, donde el arte del disimulo ordena cada gesto... hasta que la procesión es tan multitudinaria que trasciende el cuerpo. "Evidentemente, la gente estaba mucho más... A ver, no era un partido normal y eso se notaba desde el principio. Han pasado 10 años y parte del recuerdo se desvanece. No me acuerdo de ningún comentario con exactitud, pero sí de imágenes. En el descanso, por ejemplo, con el gol de Godín, pues la gente del Atleti estaba más entera. Cuando ya no se estaba en el palco, sino en el antepalco, los madridistas estaban, estábamos, menos alegres, digamos", afirma Wert.
El exministro es consciente del eufemismo y la risa le delata. Por eso, su relato siempre se inclina hacia el final de la segunda parte. Las buenas noticias suben las barreras. "Todo el mundo se acuerda el pase a la prórroga. Ese gol de Sergio Ramos. La verdad es que costó mucho a cada uno de los que estábamos en el palco, y teníamos colores, disimularlos. Había mucho simpatizante blanco ahí. De Mariano Rajoy es conocido su madridismo. Él se mostró correctísimo; creo que yo también lo hice...".
Florentino, en cambio, abandonó su habitual moderación pública y se levantó del asiento como un resorte, con los brazos en alto. La tensión fue más fuerte que el recato. "No me pude contener", reconoció después. Tampoco lo hizo algún asistente a ese palco, como desvela Wert. "Yo lo celebré de forma mucho más contenida que algún otro compañero de gabinete que estaba allí y que por poco rompe la valla. Aunque hayan pasado diez años obviaremos mejor su identidad, él lo sabe perfectamente", ríe.

El cabezazo de Ramos prolongó el encuentro y el gol de Bale, en el minuto 110, lo decantó. Mientras unos se hundían en las sillas y otros apretaban los puños para no herir sensibilidades, Florentino volvió a exteriorizar la euforia de un modo inusual: "Quizás lo más llamativo fue su abrazo con José María Aznar". El presidente del Real Madrid, nada más marcar el galés, se agarró a la barandilla, saltó de la silla, elevó de nuevo los brazos, los agitó, cruzó las escaleras, chocó la mano con el expresidente del Gobierno y alzó el pulgar al personal. Estaba pletórico y, en ese instante, no supo mantener el tipo. "Salté porque evitábamos los penaltis", declaró con alivio y la Décima bajo el brazo.
El ejemplo de Cerezo y la guerra del fútbol de fondo
Wert pone el acento en Enrique Cerezo. El presidente del Atleti, que apenas festejó el tanto de Godín (minuto 36), fue un modelo de hermandad, profesionalidad y amabilidad: "Lo que más quiero destacar de ese día fue su señorío. Es decir, Cerezo sentía prácticamente la Copa de Europa en la yema de los dedos. Y cuando pasó lo que pasó, no perdió la sonrisa, recibió de buen grado las 'condolencias' y todos sus actos fueron siempre de una enorme cordialidad. En fin, creo que fue el comportamiento más ejemplar de ese palco, sin que eso quiera decir que los demás no intentáramos comportarnos lo mejor posible".
El exministro de Educación, Cultura y Deporte reconoce que hubo algo más detrás de ese esfuerzo por mantener a raya cualquier mueca. En el esmero por frenar su inclinación cromática también tuvo que ver el ruido de sables entre patronal, Federación y clubes en ese momento: "A ver, era especialmente complicado porque estábamos en una situación... Era la llamada segunda guerra del fútbol. Había unos intereses encontrados muy fuertes, hubo una amenaza de huelga. Es decir, demostrar partidismo cuando había un enfrentamiento muy potente entre LaLiga y la RFEF... Era importante tener esa apariencia de desapego, de neutralidad futbolística, porque las cosas estaban muy complicadas por el tema de los derechos de televisión, por el conflicto entre los operadores y cómo eso se trasladaba a un conflicto institucional muy fuerte entre LaLiga y la RFEF. Es verdad que en ese duelo que tenía que ver con los derechos, Barcelona y Real Madrid estaban alineados. Y que el Atlético de Madrid tampoco se posicionó mucho en ese tema. Pero verdaderamente el clima interno dentro del fútbol era duro. Creo que demostrar en Lisboa que uno tenía colores era lo menos conveniente".
Lo cierto es que Wert hizo un Máster en Sujeción. El de Lisboa fue, si acaso, el menos controvertido: "Como ministro tuve que acompañar a Su Majestad el Rey, tanto a Juan Carlos I como a Felipe VI. Y me tocaron partidos duritos. Una final de Copa Barça-Athletic de Bilbao, en el Vicente Calderón, y otra en el Camp Nou en el que mantener el gesto costaba un cierto trabajo, porque aquello era un desmadre de pitos contra el himno y demás. Felizmente, creo que estamos en una etapa en que eso tiene menos calor. En esos casos, como también en el de Lisboa, por todo lo que comenté antes, era importante mantener la compostura...".