Me di una vuelta por el antiguo Vicente Calderón y no sabía si estaba en el centro de Madrid o en Valdebebas
El antiguo barrio del Atlético se ha transformado con la Operación Mahou-Calderón. "En un día de partido yo hacía caja como para cerrar los cinco días siguientes", dice Miguel, panadero de la zona.

De primero hay paella, ensalada mixta o champiñones. Filete de ternera, San Jacobo o salmón para elegir de segundo. Menú con bebida, pan y postre o café, 12 euros en total, ni tan mal, tal y como están las cosas. Y el tercio de Mahou, bien frío, a 2,70. La encimera, verde, preside el centro del bar, con sus mamparas acristaladas repletas de canapés y aceitunas. Todavía falta un rato para la hora de comer. "¿No has probado nunca los callos?", dice el dueño a una mujer que está sentada al lado de las dos máquinas tragaperras.
Es día lluvioso y tranquilo, sin grandes sobresaltos, la rutina de un lunes. A un par de metros, donde el frigorífico de helados con el logo gigante de Maxibon, cuatro personas charlan. "Que se lleven al museo a su puta casa", dice una de ellas, un hombre mayor algo alterado que apura un vino blanco. Estamos en la calle San Epifanio, en el Bar Duratón, la que hace años era la guarida del Frente Atlético, el lugar donde, días como hoy, de derbi, de partido grande, de noche de Champions, apenas se podía entrar de la cantidad de gente que había.
La última gran tarde que vivió el Bar Duratón fue precisamente en un día de Champions y de derbi. Fue el 10 de mayo de 2017, aquel de los pasos de claqué de Karim Benzema sobre la línea. El Atlético de Madrid recibió al Real Madrid en la vuelta de las semifinales de la Champions League con el objetivo de remontar un 3-0 y la calle San Epifanio fue un hervidero de gente, con bengalas, cánticos, banderas y bufandas. La estampa será radicalmente distinta en la tarde de este miércoles en la misma calle cuando el Atlético intente remontar en su casa otra eliminatoria de Champions ante su eterno rival.

La mudanza del Atlético al Metropolitano y la posterior demolición del Vicente Calderón han transformado por completo la fotografía a orillas del Manzanares. El barrio es otro. Tanto ha cambiado, que uno puede pensar que está en Valdebebas o en otro barrio de la periferia cuando ve los nuevos edificios de la Operación Mahou Calderón, con ese ladrillo gris, esos acabados en blanco, esas urbanizaciones con terrazas, piscinas y zonas comunes.
"Aquí la gente echa de menos al Atlético, claro que sí. Los días de partido había molestias, eso desde luego, pero daba una vida que no se ha recuperado", dice Gonzalo, vecino de unas de las casas antiguas de la calle Alejandro Dumas, donde se han levantado varias urbanizaciones nuevas. Donde más se nota el cambio es en los comercios: muchos bares, como el mítico El Parador o el Dumas, han echado la persiana para siempre. En el primero, los obreros entran y salen; en el segundo sigue, en la reja, el rostro pintado de Neptuno, el dios del Atleti.

"Desde que se fue el Atleti, han cerrado muchísimos locales, la mayoría bares. Fíjate que aquí detrás había un bar que sólo abría los días de partido. Y aquí al lado había tres que los han convertido en viviendas turísticas", dice Miguel, dueño de la panadería Castillo, en el Paseo de los Melancólicos, mientras despacha pistolas, chapatas y croissants. No le va mal, dice, pero admite que ahora son impensables las cajas que hacía cuando estaba el Vicente Calderón. "Es que yo podía abrir un domingo de partido y cerrar los cinco días siguientes, que me salía rentable. Incluso los días de concierto. Recuerdo un día que vinieron unos del Athletic de Bilbao, me compraron no sé cuantos helados y no sabían ni lo que pagaban. '¡Tú no calcules, cobra a grosso modo!' me decían".
Muchos vecinos, en cambio, han respirado con el traslado del Atlético de Madrid al Metropolitano, en la otra punta de la capital. "Si yo te contara lo que he visto por aquí los días de partidos. Peleas, gente haciendo sus necesidades en la calle, todo lleno de mierda después de los partidos. Yo estoy más tranquila ahora", comenta Begoña, vecina del barrio de más de 30 años, mientras pasea su perro.
La operación urbanística que acabó con el Atlético en San Blas y con casi 200.000 metros cuadrados de suelo liberados en la zona del Vicente Calderón y sus alrededores fue bautizada como Mahou-Calderón. La mayor parte del suelo acabó convertido en viviendas de lujo. Ahora mismo en Idealista se puede ver el anuncio de un piso de dos habitaciones y 80 metros cuadrados por 2.390 euros al mes justo en los terrenos donde se levantaba la antigua fábrica de Mahou. También hay un ático de tres habitaciones y 191 metros a razón de 3.730 euros exactamente en el lugar donde estaba la tribuna sur del Vicente Calderón.

"El nuevo vecino es un vecino rico. ¿Quién puede pagar por algo así? Se han llegado a vender viviendas a 14.000 euros el metro cuadrado", señala Maite Gómez, de la Asociación Pasillo Verde, una entidad que lleva años luchando para que el Ayuntamiento cumpla la promesa de destinar dos de las parcelas a uso dotacional. En concreto, la lucha vecinal se centra ahora en el solar de 4.500 metros cuadrados donde estaba exactamente el césped del Vicente Calderón. Actualmente es una parcela llena de tierra rodeada por una valla con una malla de rafia. Ahí, según lo que se firmó hace años, se iban a construir unas instalaciones deportivas.
"Pero ahora nos van a colocar el museo de la EMT. Lo van a traer del distrito de Fuencarral y lo van a plantar aquí", se queja Maite. "Y te preguntarás por qué. Qué pinta aquí el museo de la EMT cuando íbamos a tener unas instalaciones deportivas justo enfrente de un instituto. Pues muy sencillo: el museo de ahora está en Fuencarral, en una parcela que es fundamental para otro pelotazo urbanístico, Madrid Nuevo Norte".
"Al final, todo es dinero. Nos quieren convertir en un barrio de lujo, para que vengan los turistas. Los nuevos vecinos que han venido son de una clase mucho más alta al vecino de toda la vida", añade Maite, una visión que comparte Miguel, el panadero: "Ahora mismo hay como una frontera invisible. No se mezclan. Son gente de mucho poder adquisitivo que entre semana trabajan mucho y los fines de semana desaparecen y no se dejan ver por el barrio".