Una imagen antes del penalti en el Bayern - Real Madrid retrata el último de los males del fútbol

Preguntó mi hija Martina (9 años) viendo el fútbol, lo que tiene que este miércoles sea festivo y los horarios se alarguen —feliz día de los trabajadores para tod@s—, que por qué la gente iba al campo si por la tele se veía mejor. Antes, me había inquirido que por qué había tantos partidos por la noche. Esa fue más fácil de contestar. Quien paga, manda.
"Es que mola mucho ir al campo, el ambiente, vivirlo allí en directo, es una pasada, mejor que estar aquí en pijama".
Afortunadamente, cuando el realizador enfocó a una parte de la grada del Allianz justo antes del penalti que convertiría Kane, estaba jugando con su hermana en la cocina y no tuve que explicarle lo que seguramente me hubiera preguntado. 'Si mola tanto, ¿por qué toda esa gente saca el móvil para grabarlo en vez de estar viéndolo?'. Y claro, cómo explicárselo.
El plano fue revelador. Mucho más que la insistencia, minutos antes, en enfocarnos a dos aficionadas con una bandera de Albania que mostraban corazones con sus manos. Dos planos seguidos, como si con uno no nos hubiera bastado para ver que no había más allá.
Cómo explicarle, decíamos, que ir al fútbol se ha convertido en una colección de stories, comprar una entrada, que por suerte para los alemanes son mucho más baratas, para posturear y llenar la memoria del móvil de un sinfín de vídeos como si fueran exclusivos. Como si el gol de Kane, o la parada de Lunin, no estuviera grabada por la tele con derechos, la que no tiene derechos, y otros tantos reporteros de TikTok o Instagram, más preocupados de likes que de vivir esa sensación única de ver cómo tu equipo, tu delantero, mete un penalti.
Acto seguido el plano recogió a otro aficionado, con un parecido más que razonable con Gnabry, que juntaba sus manos a modo de rezo. En las fotos del penalti, en el fondo, no había un sólo móvil. Sigue habiendo irreductibles, que van al campo a lo que hay que ir, a empaparse de sensaciones, de esos momentos que erizan la piel, con las manos liberadas para cerrar los puños, abrazar o aplaudir, depositarios de la atmósfera de cada estadio, la aldea gala que resiste al invasor, ese que sonríe cuando se le enfoca mientras su equipo va perdiendo o el que hace la ola cuando el Barça va 2-2 contra un equipo de la media tabla después de tirar la temporada contra el PSG y el Madrid.

Fueron solo unos segundos, reveladores del nuevo fútbol, el que lo puede pagar por encima del que más lo siente, lo sufre y lo goza. El que cree que vale más grabarlo que vivirlo. Al final, casi valía la misma respuesta que a la misma pregunta. Quien paga, manda. Porque si lo estás grabando con el móvil, ¿cómo te puedes abrazar con el que tienes al lado, sea tu padre, tu amigo o un desconocido?