Este fue el peaje que aceptó pagar el Real Madrid a cambio de destrozar al Liverpool
Los de Ancelotti situaron a Vinícius más descolgado de lo habitual aún concediendo más metros a los de Klopp.

En la vigilia del partido, Carlo Ancelotti tuvo un sueño. En él visualizaba, de forma clara y concisa, el guion del partido, como si fuese una película de la que él mismo participara. Anfield se presentaba como un infierno con aire acondicionado, como si en vez del calor de antaño hubiese una pequeña sala para relajarse. Salvo el 'You'll Never Walk Alone', el resto parecía impostado, de cartón piedra. Y el Real Madrid, que de esto sabe mucho, tomó una valiente decisión que marcaría el partido y transformaría el infierno en cielo.
Lo que hizo Ancelotti fue redoblar la apuesta. Nada de cuatro centrocampistas, sino tres delanteros. Nada de Fede Valverde incrustado a ratos como lateral, sino que tendría más vuelo para saltar arriba. Pero la decisión que marcó el encuentro fue una que solo la tomas si el convencimiento es superior al teórico miedo; la banda derecha del Liverpool, con Salah y Alexander-Arnold empezó a rajar al Real Madrid ante un Vinícius que quedaba descolgado, como si la cosa no fuera con él. Alaba y Modric quedaban demasiado perdidos en una constante inferioridad que el Real Madrid aceptó con una sonrisa. Pese al 2-0.

El objetivo era claro. Juntar pases en los primeros metros con un centro del campo que buscaría estar junto, pisando distintas alturas y zonas, y tener siempre a los tres atacantes lejos, fijando las dudas del Liverpool. Porque los de Klopp presionaban con corazón y bravura, pero sin capacidad real de robo, salvo errores del rival. Vinicius sería la punta de lanza de un equipo que sabía que su momento llegaría. Es clave recalcar el ajuste de Carlo Ancelotti en el segundo tiempo, situando a Modric en derecha para atraer y desde ahí encontrar todavía con más espacio y tiempo a Vinicius y Benzema en el mismo perfil, una pareja que desangró cualquier intento de redención rival.

Con un Liverpool que ha encjadado en siete partidos tres goles o más, Ancelotti entendió que el partido pasaba por permitirle a los de Klopp una falsa sensación de dominio y que pese a encajar uno o dos goles, siempre tendrían opciones de reengancharse. De volver a salir a flote. Con Arnold en la frontal, los blancos situaban un bosque de piernas que, en caso de robar, encontrarían a Vinicius con una autopista por delante.

El Real Madrid, en uno o dos pases, aprovechaba cada situación en la que Arnold perdía el cuero o quedaba fuera de sitio para atacar ese espacio, sabiendo que Henderson, el interior diestro, estaba eliminado de la jugada al estar pinchado muy arriba. Nadie iba a llegar.

En el segundo tiempo no hizo falta ni robo, sino que directamente el Real Madrid encontró vía directa para jugar sobre el brasileño aprovechando que el Liverpool presionaba mal, de forma inconexa, y que Arnold dejaba mucho espacio a la recepción de Vinícius, miedoso de que le atacase su espalda, su gran lunar.


El segundo tiempo fue un disfrute del Real Madrid. Habiendo entendido dónde y cómo golpear, los de Ancelotti se limitaron a tocar la pelota, fundiéndose en un mismo cuerpo, estirando el dolor rival, haciendo agonizar a un equipo demasiado largo y ancho como para detectar qué pasaba dentro. Como dice el periodista Àlex Honrubia, este equipo es la caperucita roja con dos revólveres bajo la capa.