Es peor intentar buscarle una explicación al Real Madrid

El dolor nos hace tomar consciencia de las cosas, de las partes del cuerpo, de los órganos, de lo importante. Sin él, pasamos por alto la presencia diaria y el servicio, pongamos por caso, del dedo anular. Pero cuando sobreviene pensamos aquello de qué felices éramos y no lo sabíamos. No obstante, en algunos contextos es recomendable notar el daño, al menos una punzada con la intensidad suficiente como para no olvidar. Unos lo llaman rencor, otros venganza. A mí gusta denominarlo propósito.
Al Real Madrid, como le sucedía a Unamuno con España, solo le duele la Champions. Toma cada eliminación en Europa como un desahucio a medianoche. Y desde el año pasado no dormía bien por las cuatro astillas que le clavó Guardiola en el Etihad con un partido portentoso. Aquella noche quedó apuntada en la libreta de las facturas pendientes, esa que le ha reportado tantos beneficios a lo largo de la historia. Minutos antes de comenzar la vuelta de cuartos de final, le preguntaron a Ancelotti por cómo iba a encarar el partido. El italiano respondió como suele: carraspeo, arqueo de ceja y mensaje. "Vamos a hacer cosas distintas a las del año pasado". Y tanto.
Más que un dibujo, sobre el césped del Etihad el técnico edificó la muralla china. Lo hizo después del gol inicial de Rodrygo, después de una salida con cierta iniciativa. Un tanto que dio la razón a los miedos de Guardiola. En las transiciones no hay equipo como el Madrid. Después del 0-1, el blues del autobús. Un planteamiento arcaico pero, como confesó el entrenador sin dolerle las prendas, "la única manera que teníamos de pasar". Carletto adoctrinó a los suyos sobre un ejercicio de supervivencia que quedará para el recuerdo ante un adversario que es como una marea. El City sube y sube hasta que te arrincona en la orilla. Si no es con Grealish, es con Foden; si no es con De Bruyne es con Doku; si no, es siempre con Rodrigo, que en Mánchester volvió a reverdecer. Los blancos mantuvieron el marcador en la primera parte y aguantaron el hilo de vida en la segunda. Porque en el segundo acto sólo vivieron en su casa. Ni un remate a puerta, ni un acercamiento. El cántaro lo rompió De Bruyne porque no entra dentro de la lógica soportar tantas acometidas.
Los datos al finalizar los 90 minutos retratan lo que fue. Desde que Opta recolecta datos (2003/04) se trató del choque con más toques de un rival en el área blanca y el que más córners en contra sufrió, 18. El Madrid resistió brutamente un asedio del que hoy es el rival que mejor trata la pelota, el que más rápido la circula, el que encuentra siempre un desmarque y un agujero, el que hace de la precisión un modo de vida. Ese era el plan, con un Carvajal enorme hasta que le aguantaron los gemelos, un Nacho negando a Haaland (cómo sufre cuando no recibe balones), un Valverde MVP, un Lucas ejemplar y un Vinicius solidario. Cuando las pizarras no importan, ahí están los blancos.
Y en esta noche heroica, quien salió en andas fue un hombre, Lunin, que ha pasado de verse indefenso a tener más defensa que nunca. El portero ucraniano fue un dique durante el encuentro con ocho paradas de trascendencia y se vistió de Courtois (o de héroe, como prefieran) en la tanda de penaltis después de detener dos y dejarle a Rüdiger el disfrute. Demostró, y no es la primera vez, que está a la altura. Se sostiene con frecuencia que un portero del Real Madrid debe desbaratar la única ocasión que le hagan al equipo. Este miércoles probó que está para sobrevivir ante un pelotón de fusilamiento y alzar la voz, empoderado.
Guardiola no carece de enemigos porque tiene la entereza de decir la verdad. Lo hizo con el césped del Bernabéu, una calamidad a la que se busca remedio, y también con sus advertencias sobre la eliminatoria contra los de Chamartín. El "es imposible ganarle dos veces seguidas al Madrid" que muchos lo vieron como la última píldora de falsa modestia de Pep se llenó de sentido. Él conoce de qué paño está fabricado ese equipo. No hay que olvidar que vio cómo ardían árboles en Múnich aquella noche en la que también Ancelotti le apeó de la Champions.
Esa exhibición (0-4) poco tiene que ver con la actuación del Etihad, pero la historia de este Madrid, de Zamora a Vinicius, se compone de días gloriosos, de remontadas imposibles, de arte y también, como en Mánchester, de mucho polvo en el mono, de pico y de pala. Fue un partido enorme de dos equipos que honraron el fútbol, cada uno a su manera.
A los madridistas se le abre un ventanal en este tramo final de temporada. Con la Liga cuesta abajo (el Clásico del domingo será definitivo para saber si ponerle el lazo o quitarle en precinto), ya está en semifinales de Champions, donde se las verá con el Bayern. Sólo quien se articulaba con un optimismo genético podía imaginarse en otoño, con la incertidumbre de Brasil sobrevolando el futuro de Ancelotti y la plantilla rompiéndose por los cruzados, que el Madrid iba a tener estos andares. "Ante esto qué vamos a hacer. Cruyff me decía que la suerte no existe", dijo Guardiola al final del partido. La resignación también presidió el relato de Rodri: "Es peor intentar buscarle una explicación a esto". Pues eso.