Cuando Jesús Gil quiso utilizar la Cibeles para una celebración del Doblete nunca vista antes: "Le dije 'hombre, Jesús, no me compliques la vida'"
José María Álvarez del Manzano, alcalde de Madrid durante 12 años, recuerda algunas celebraciones que se vivieron en su mandato.
El Museo de Historia de Madrid es uno de esos edificios por los que los habitantes de la capital pasan cientos y cientos de veces pero rara vez reparan en él. Está en el corazón de Malasaña, es el edificio barroco de pintura rosada que se ve al salir de la estación de metro de Tribunal. Pequeño, con algún cuadro de Goya, ahora mismo alberga una curiosa exposición llamada Invictus, que es un "recorrido que abarca el deporte en Madrid, desde una perspectiva muy especial, la de los trofeos ganados por los equipos madrileños, o deportistas madrileños y madrileñas, entregados a la ciudad en los actos de celebración de estas victorias, en el Ayuntamiento de Madrid". Efectivamente, enseñan esas camisetas, pequeñas copas, placas y demás enseres que los clubes madrileños regalan al alcalde cada vez que ganan. Porque a algún sitio tienen que ir.
José María Álvarez del Manzano se sabe bien la liturgia de la victoria. En 12 años en el cargo de primer edil de Madrid tuvo tiempo suficiente para ver al Real Madrid y el Atlético conseguir algunas de sus mayores gestas. En el caso de los primeros, tres Champions, mientras que los rojiblancos lograron en su mandato el histórico doblete del 96, esa histórica temporada con Antic que, al peso, sigue siendo la mejor de la historia del club.
Aquella victoria tuvo, por supuesto, una fiesta y, con Jesús Gil de por medio, que en aquel tiempo era todavía presidente del club, no se podía esperar menos que una un poco desbocada. La rúa pasó por la Comunidad, el Ayuntamiento, por Neptuno y también por la Almudena. Contó con Ketama, Pimpinela o Joaquín Sabina para amenizarla. Fue un fiestón, pero no se cumplieron todos los deseos de Gil.
"Gil era una persona singular", arranca Álvarez del Manzano el recuerdo de esta anécdota. "El doblete fue una hazaña extraordinaria y él quería hacer una cabalgata montado en su caballo Imperioso", prosigue.
Es importante recordar, sobre todo a los más jóvenes, que Imperioso era algo más que el caballo blanco del presidente del Atlético, también era una figura bastante popular en los noventa, porque el nunca contenido presidente rojiblanco hablaba de él con frecuencia. Y Gil se pasaba el día concediendo entrevistas.
La petición era particular, pero no se quedó ahí. "Quería subir por la Gran Vía partiendo de Cibeles", añade el alcalde en conversación con Relevo. Es decir, no le valía darse una marcha triunfal, sino que la quería empezar justo donde su rival ciudadano, el Real Madrid, celebra sus títulos. Problemas.
"Yo le dije 'Hombre, Jesús... no, compliquemos las cosas ¿Qué más te da? Tú sal de tu sitio normal, que es Neptuno, sube por Atocha, pero no me compliques la vida. Y vete andando tranquilamente, no con caballo, vamos a hacer las cosas lo más normal posible", recuerda sonriente el alcalde de la ciudad por aquellos días. Gil no protestó, se conformó con ir en calesa, sería una gran fiesta, como sin duda fue, pero se ahorrarían algunos gestos que igual hubiesen calentado de más el ambiente.
El alcalde rechazó la parte más espinosa de la celebración, pero no dejó de formar parte de ella. En algún momento, la comitiva llegó a la pequeña plaza de la Villa. "Allí era donde estaba el Ayuntamiento y cuando los recibí, pues me asomé al balcón con Jesús Gil. Me acuerdo que venía sudando, se quitó la gorra, me puso la gorra a mí, y a la gente que estaba ahí les dijo 'Bueno, este alcalde, aunque no sea del Atlético de Madrid, lo vamos a aplaudir", relata. Y ahí quedó el político, con su gorra calada de sudor de Gil, saludando al gentío a pesar de su beticismo.
El día que un jugador quiso pagar la Cibeles
Decir 'no' es una cualidad apreciable para un alcalde, porque la simpatía y las sonrisas no siempre funcionan. Álvarez del Manzano empezaba a estar preocupado por el mobiliario de la ciudad en las grandes celebraciones de los equipos madrileños. Más allá de los disturbios, que los hubo en ocasiones, el alcalde creía que las estatuas que dan sentido a dos de las principales plazas de la ciudad, Cibeles y Neptuno, podían correr peligro en alguna de estas fiestas.
En el año 2002 el Real Madrid juega su tercera final de Champions en seis años. Las dos anteriores las ha ganado y el alcalde cree que la historia va a repetirse. "Yo temía por la Cibeles. Pensaba que un día se iban a montar encima, como estaban haciendo los jugadores, e íbamos a tener un problema. Es un monumento que hay que cuidar mucho".
"Y entonces, cómo no, pues puse vallas". El tema hoy no solo suena fácil, sino que casi parece obvio, como prohibir fumar en los hospitales, pero en aquellos días el regidor encontró una importante contestación.
"Le dije al presidente de Madrid, entonces ya Florentino, que los jugadores no podían subirse en la Cibeles de ninguna de las maneras y él se lo comunicó: 'Tenemos orden del alcalde de que no se puede subir nadie, nadie se va a subir allí", recuerda el expolítico.
"Dejamos solo que uno, con una plataforma, pusiera la bufanda del Real Madrid", añade. Una explicación sencilla, pero no tanto para quienes tenían que llevarla a cabo.
Sigue en ejercicio la memoria del alcalde: "Entonces uno de los jugadores preguntó, '¿y por qué?'. 'Porque el alcalde ha dicho que se puede romper el monumento'. Entonces ese jugador dijo, 'Si se rompe lo pagamos". Efectivamente, en esa plantilla que se proclamó por novena vez campeona de Europa alguien consideró que el problema era pagar la estatua, nada más que eso. Y en el fútbol dinero nunca ha faltado.
Álvarez del Manzano estaba, por supuesto, en Escocia viendo el partido, y también escuchando a los aficionados que, después del histórico gol de Zidane, se le cruzaban. Todos decían lo mismo. "Me pusieron verde. A mí me gritaban en el aeropuerto 'A La Cibeles, alcalde, vamos a La Cibeles'. Pues a La Cibeles, todo lo que hicimos fue acordonar aquello". Y, desde entonces, la diosa observa la fiesta y ve como algún jugador se aproxima y la viste, pero ya no suben por la estatua como si fuese un tobogán.