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Viaje al primer Luis Enrique entrenador: "Cuando vayas a Roma compórtate como los romanos"

Juan y Burdisso comparten con Relevo las experiencias vividas con Luis Enrique en la Roma. Fue la temporada 2011-12. El club quedó séptimo, fuera de toda competición europea.

Luis Enrique en un entrenamiento con la Roma. /EFE
Luis Enrique en un entrenamiento con la Roma. EFE
Julio Ocampo

Julio Ocampo

Antes de comprender el elemento es necesario desgranar el contexto. En Roma -más de hábitos tribales que de revoluciones- la unidad de medida y tiempo es el siglo. Además, la ciudad -dicho a la italiana- porta distrazioni. Es decir, que el embrujo de las piedras milenarias entremezclado con la cultura mundana maniata tanto al individuo, que éste termina por abandonarse a la molicie. Sucumbe, afligido e inoperante, ante ella. Es una cuestión puramente antropológica, sociológica, secular… Con la que se topó de bruces un jovencísimo Luis Enrique cuyo candor, envuelto aparentemente en arrogancia, quizás nunca vimos venir. Mucho menos descodificar.

"Te diré una cosa de Luis. Tardamos en comprenderle, porque venía con su idea barcelonista del fútbol posicional. En unos meses comenzamos a jugar bien, especialmente en el Olímpico. Era intenso y exigente, pero sobre todo eminentemente joven. Entrenaba con nosotros como un futbolista más. Hablaba, hablaba mucho. De haber seguido juntos habríamos ganado algún título". Así lo reconoce Juan, un central brasileño que precisamente dejó la Roma a la par que el técnico asturiano, quien llegó con ideas futuristas, sofisticadas, adelantadas a su tiempo… Con empuje e iniciativa, quizás sin reparar ni respetar los tiempos ni las postales del lugar fundado por Rómulo y Remo: el desorden y el caos provoca tráfico, éste a su vez retrasos… Y al revés. Por no hablar de las concentraciones, donde se jugaba a las cartas hasta altas horas de la madrugada. Y qué decir de Trigoria, templo en el cual Francesco Totti -amante de los bollos de crema- tenía un despacho propio. Ahí comenzó la fricción con el druida futbolístico arribado desde la Ciudad Condal.

Porque sí. Luis Enrique -tras tres años en el Barça B heredado de Pep- fue el primer entrenador de la gestión americana liderada por Thomas DiBenedetto, con Franco Baldini y Walter Sabatini como managers. Aunque personalidades contrapuestas, fueron ellos quienes precisamente apostaron por un técnico emergente sin experiencia en Primera. El asturiano -con Robert Moreno como segundo- llegó para sustituir a Montella, un interino que había hecho lo propio con Claudio Ranieri a mitad de temporada. "La suerte es que en Roma teníamos al psicólogo (Joaquín Valdés)", llegó a decir en alguna ocasión Lucho, siempre en el punto de mira de los periodistas, algunos tifosi (le llamaban Demental Coach) o incluso el propio Totti, quien en alguna ocasión ironizaba refiriéndose a él como Zichichi, el apellido de uno de los científicos italianos más importantes.

La realidad es que, aunque no todos comprendieron la naturaleza compleja del personaje -dos jugadores han rehusado hablar con este medio-, la mayor parte terminaron rindiéndose a quien hoy es uno de los mejores entrenadores del mundo. "No me sorprende verle al top con el PSG. Fue un precursor, y seguro que sirvió de inspiración para otros entrenadores. Desde el punto de vista humano, sólo puedo decir cosas maravillosas de él", afirma Nicolás Burdisso, uno de los emblemas giallorossi entonces; actual director deportivo de la Fiorentina. No le falta razón: cuando Daniele De Rossi se retiró, concedió una entrevista a la revista GQ para confesar que Luis Enrique y Conte le enseñaron el oficio de entrenador. "Al principio pensábamos que estaba loco, pero me enamoré de él. Traía la revolución (con él practicaba la célebre salida de balón lavolpiana). Nunca le perdonaré que se marchara diez meses después. No hubo paciencia".

Francesco Totti y Luis Enrique charlando durante un partido de la Roma.  AFP
Francesco Totti y Luis Enrique charlando durante un partido de la Roma. AFP

Totti, en Libero, fue más allá aún con la sensibilidad: "Discutimos alguna vez, pero nuestra relación era magnífica. Necesitó tiempo para comprender el ambiente, y viceversa. Cuando se marchó nos dimos un abrazo de tres minutos. Ahí comprendimos que nos apreciábamos de verdad. Es un grande. No quería que se marchara".

El barrio lejos de Trigoria

Para masticar y metabolizar todo es necesario volver al inicio. Luis Enrique, presuntamente bajo recomendación de Iván de la Peña, escogió para vivir Olgiata, una fracción, un distrito de Roma que surge en el territorio de la ciudad etrusca Veio. Está fuera del Grande Raccordo Anulare, un anillo circular de ochenta kilómetros (similar a la M30 de Madrid) que rodea el mundo capitalino. El lugar -con fincas en medio de la campiña romana- es eminentemente burgués, aunque ideal para preservar lo que buscaba el asturiano: intimidad y anonimato, la proximidad de un prestigioso instituto privado para sus hijos y hacer deporte. La leyenda cuenta que en muchas ocasiones recorría más de setenta kilómetros en bicicleta para entrenar en Trigoria al primer equipo. También que desoyó otras recomendaciones que le animaban a cambiar de zona ya que ésta estaba a pocos minutos de Formello (cuartel general de la Lazio). De hecho, allí también vivía Miroslav Klose.

Puede parecer absurdo, pero en Roma importan los matices, especialmente cuando no se obtienen los objetivos pre fijados. "Insisto… Era meticuloso, preparado, con mucho carisma. Se pasaba horas y horas en el campo para sacar lo mejor de nosotros", añade Burdisso. El resultado es que esa loba americana terminó séptima, fuera de Europa tras quince años, pese a contar con nuevas teselas como Bojan, Lamela, Cicinho, Heinze, Gago, Pjanic, Stekelenburg, Osvaldo, Borriello, Borini y José Ángel, un marciano en la luna. Todos ellos debían completar la base de un mosaico, con DDR e Il Capitano como primeros espadas. Secundados por el campeón del mundo -Simone Perrotta-, Cassetti o Rodrigo Taddei.

"Hablamos con Villas-Boas y Deschamps. Con Klopp, Pioli o Rudi. Luis Enrique aceptó. Fue nuestra primera opción. Juega un fútbol arrogante, y para nosotros representa la discontinuidad. Un fútbol barroco, pero no frívolo"

Walter Sabatini Exdirector deportivo de la Roma

La aventura, como dice la canción de Mina, terminó justo antes de nacer. Y es que la escuadra cayó en el preliminar de Europa League frente al Slovan de Bratislava. Una eliminatoria sádica cuyo prólogo fue la presencia en el once titular de Okaka en lugar de Totti, sustituido incluso en la vuelta con un resultado adverso. El epitafio se comió al epílogo, y la Roma claudicó. El mensaje, las conclusiones eran claras: no hay privilegios. El problema es que quizás escogió un lugar equivocado, porque Roma, su historia, es la tierra de los privilegios, de las jerarquías… Status que inventó el Imperio y prosiguió la Iglesia hasta día de hoy. Es cuna de reyes, papas y emperadores.

Todo es más fácil con ejemplos. En 2017, en Roma, murió Paolo Villaggio, actor, cómico y director que se inventó un personaje eterno para sus películas: el contable Ugo Fantozzi. Hay una escena de culto referente al rango y el clasismo, incluso en torno a un balón. En un partido de fútbol sala una panda de tarados rehusaban llamarse por su nombre para pedir el cuero. No. Hacían referencia al cargo: "director, por aquí. Pásamela, abogado. Ingeniero… Tira a puerta". Comprender esta parodia sarcástica ayuda a sobrevivir en Roma. Al menos a no languidecer cuando uno acaba de aterrizar.

Momento De Rossi

La Roma de Luis Enrique fue El Grito, de Munch. Llena de angustia, de ansiedad, pero siempre obra de arte, aunque hinchada de jeroglíficos y gemas inacabadas.

El clímax de la temporada, en negativo, fue en febrero, cuando la Roma aún luchaba por el tercer puesto. Tocaba el Atalanta en Bérgamo, y después del derbi. El primero lo verá desde la grada -alegando motivos disciplinares- Daniele De Rossi por llegar un minuto tarde a una charla técnica. Perdieron 4-1… Y volvieron a caer contra la Lazio (goles de Hernanes y Mauri) con el vigente técnico romano ya como titular. "Me marcho porque estoy cansado", dijo Luis Enrique a final de temporada rescindiendo unilateralmente su contrato. En su lugar llegó Zeman, quien duró cuatro meses. Entonces todos comprendimos una cosa: que Roma, y la Roma, no se cambia, sino que se acepta, se ama, se abraza su ideología, su manera de vivir, su arcano ingobernable y sacro.

Luis Enrique sentado en el banquillo de la Roma.  AFP
Luis Enrique sentado en el banquillo de la Roma. AFP

 

Fabio Capello, tertuliano Sky Sport, es el último técnico en ganar un scudetto allí (2001). Su bloque (Batistuta, Samuel, Delvecchio, Cassano después…) tenía calidad para ganar dos o tres más, pero no lo hizo. Es frecuente, incluso hoy, oírle decir: "Estuvieron meses y meses celebrándolo. Demasiado tiempo, demasiadas distracciones". Hay otro homólogo histórico -Trapattoni- quien ha confesado hasta la saciedad, vanagloriándose de ello, las veces que rechazó venir. "Tuve ofertas de ambos clubes, pero sé cómo es Roma porque mi mujer es de allí".

Pensándolo bien, puede que Luis Enrique se equivocara solo en no haber respetado la locución latina referida a la urbe indómita: "Cum Romae fueritis, romano vivite more". Parece sencillo, pero es complicadísimo. Requiere una fuerza supina para maniatar la vanidad residente en querer cambiar las cosas, especialmente en una ciudad que, cuando te mira a la cara, te dice "Soy Roma. Tú no". Es un manifiesto labrado en mármol, curtido en atardeceres que se pueden antojar despiadados.

Así, telegráficamente, podríamos resumir el periplo del romano Lucho, de principio a fin: "Queremos una revolución cultural. Hablamos con Villas-Boas y Deschamps. Con Klopp, Pioli o Rudi. Luis Enrique aceptó. Fue nuestra primera opción. Juega un fútbol arrogante, y para nosotros representa la discontinuidad. Un fútbol barroco, pero no frívolo". Así lo anunció Sabatini, entre bocanada y bocanada al cigarro. Luego llegó el Tablet a Trigoria, las mesas juntas en la comida y, en paralelo, los clichés sobre el técnico en los periódicos (Iron Man, marciano que viene de Marte…). No faltó la linfa maliciosa de hinchas imputándole quien sabe qué a un De la Peña que duró pocas semanas, y el aliento de una ciudad que mira con curiosidad y prejuicios lo que se antoja desconocido. Lo hace por miedo, para protegerse. "No entrenaré el próximo año. Gracias, pido perdón si me equivoqué en algo".