Viaje al primer partido de Champions de Ancelotti: "Tardamos en darnos cuenta qué había detrás, qué pretendía de nosotros"
Antonio Benarrivo habla en exclusiva para Relevo sobre el debut de Carletto en Copa de Europa con el moderno Parma, que también se estrenaba.
Cualquier gloria perpetua tiene un inicio. Un momento de calma en el que, de repente, nace una flor, y esa después se perderá en medio un frondoso bosque que terminará por eclipsarla y olvidarse de ella. No es precisamente lo que le sucedió hace días a Carlo Ancelotti, cuando al cumplir 200 partidos en Champions como entrenador le preguntaron si recordaba el primero: "Sí, con el Parma. Un 0-0 contra el Sparta de Praga", se apresuró a decir el técnico de Reggiolo. Fue cuando, de repente, esa flor volvió a emerger recobrando su cuota de protagonismo, cuando de repente -como sucede en Moby Dick- el instante de los arponeros en la capilla de los balleneros antes de iniciar la travesía del cachalote blanco diera sentido a todo.
"¿Te has informado bien? ¿Has visto qué equipo teníamos?". La determinada voz, al teléfono, es de Antonio Benarrivo, capitán de un formidable Parma, actor importante en el fútbol italiano y europeo en los noventa. De hecho, el 17 de septiembre de 1997 debutó en Champions League, también con un técnico a las primeras armas en la competición: Carlo Ancelotti. "Fue la primera experiencia para todos prácticamente, pero la escuadra tenía un potencial mundial. Estaba repleta de futuros Balones de Oro, campeones mundiales, europeos, ya había ganado títulos… Carlo, que ya era un psicólogo y un gran gestor de grupo, sabía sacar lo mejor de cada uno para crecer de forma exponencial. Pero sí, la andadura en Liga de campeones comenzó en Praga, lo recuerdo perfectamente", rememora el dueño entonces del brazalete, un lateral rápido y con oficio, subcampeón con Italia en Estados Unidos '94.
El primer once titular que puso en liza Ancelotti en Champions partió con Buffon bajo palos. En defensa estaban Zé María, il capitano, Cannavaro, Sensini y Thuram, que solía descolgarse al centro del campo, donde emergían Dino Baggio, Massimo Crippa o Pietro Strada, uno de los primeros inventos de Ancelotti, quien se lo trajo de la Reggiana. Arriba, la delantera era una película para adultos: Hernán Crespo y Enrico Chiesa. ¿La sinopsis? Si el primero era la seda del gol… El segundo representaba un manual de cómo hacer el amor al balón. "Nos tocó un grupo difícil, y no nos clasificamos, pero no hay excusas que valga. Obvio que de ahí la mayor parte triunfó, incluso el míster, que ya se veía haría historia. ¿Sabes? Ancelotti jamás quiso emular a Sacchi. Es más, él sí tuvo la sensación del fútbol jugado, clave en su carrera para mejorar no sólo temas tácticos (obsesión sacchista) sino relaciones humanas. Ahí fue un innovador, un precursor, un pionero. Parece obvio, pero no lo es. Siempre asumió responsabilidades, y jamás echó la culpa a sus futbolistas por nada. Sabía que su deber era precisamente eso: mejorar a sus hombres".
Las palabras de Benarrivo sobre los valores insondables de Ancelotti bien podría convalidarse por títulos a nivel humano. Los primeros, y probablemente más importantes, de su carrera. Porque sí, en sus equipos jamás hubo ovejas negras apartadas ni relaciones tóxicas cuando entraban en colisión egos desmesurados entre jugador-entrenador. Ya se sabe: Arrigo S.-Van Basten, Cruyff-Laudrup, Guardiola-Ibra y Eto'o, Capello-Ronaldo y Cassano, Mourinho-Casillas…
Perder la virginidad
Antes del partido en la República Checa, el grupo de Ancelotti tuvo que pasar una ronda preliminar ante el polaco Widzew Lódz, que terminó con 7-1 para los italianos en el cómputo global de la eliminatoria. En el grupo -entonces se clasificaba sólo el primero- estaban Galatasaray, Sparta y el todopoderoso Dortmund, flamante campeón de Europa en ese momento con un bloque excelso: Sammer, Chapuisat, Riedle, Paulo Sousa o Andy Möller. "No pudo ser, pero ahí se sentaron las bases de algo importante", subraya el ex capitán de ese conjunto romagnolo que terminó segundo, detrás de los bávaros, entrenados entonces por un viejo conocido del Parma: Nevio Scala, el condottiero de los primeros títulos de un club iconoclasta, presidido por Callisto Tanzi, en la primera mitad de los noventa.
Ese Parma era cicuta para sus oponentes. Se impuso en el Ennio Tardini al Borussia Dortmund gracias al gol de Valdanito Crespo. Aunque fue la segunda victoria de Carletto en Champions (se estrenó contra el Galatasaray en la jornada dos), supuso en realidad su pérdida de virginidad europea. La previa de Re Carlo hoy. Sí, exacto… Porque si la última fue en el Bernabéu contra el City, la primera le enfrentó contra un gigante giallo que el año anterior había destrozado a la Juve en la final. "Ese Parma que llamaba a las puertas grandes de Europa", advierte Benarrivo, "era hijo del de un campeonato estrepitoso realizado el curso anterior (1996-97). El primer año de nuestro entrenador. Era todavía noviembre y le iban a echar porque estábamos cuartos por la cola. Empatamos a uno en Vicenza con un gol mío. Salvó el banquillo y, desde entonces, no paramos de ganar. Terminamos segundos a dos puntos de la Vecchia Signora", club donde fue precisamente llamado en causa por Moggi para proseguir su carrera tras el maravilloso bienio de Parma.
La confesión final
Ancelotti, siempre calmado y lleno de silencios en un rostro aparentemente pétreo e hierático, sigue siendo un mundo por descubrir. Hace días, tras el empate rock contra el City en su partido 200 en Copa de Europa, sorprendió a todos con este ejercicio de memoria volviendo atrás, al bosque, probablemente sugiriendo una biopsia para ver de cuántas margaritas estaba compuesto. De vez en cuando nos conduce allí, quien sabe si para mandar un mensaje encriptado.
Quizás aún no se le reconoce, como merece, la bestia insaciable y ganadora que se esconde en la apología del equilibrio, la mesura y sensibilidad que aplica cuando se relaciona con sus jugadores, siempre sin tonos altisonantes. De Ibra a Ronaldo, pasando por Cristiano, Lewandowski, Vinicius, Zidane, Davids, Benzemá, Drogba, Kaká, Terry, Del Piero o Antonio Conte. Todos pueden dar fe de ello.
Antonio Benarrivo tardó en descifrar el misterio: "Te confesaré algo: en ese campeonato tardamos en darnos cuenta qué había detrás, qué pretendía de nosotros el míster, incluso cuando estábamos cerca del descenso. Quería que lo ganáramos, y estuvimos a punto si no hubiéramos tirado por la borda los tres primeros meses. Fue nuestra responsabilidad", espeta. Ahí ya se estaba preparando la nueva melodía europea que durante lustros acompañó al club. Los arponeros ya se preparaban para rezar -un domingo cualquiera antes de la tempestad- en una capilla recóndita de New Bedford. Se estaban escribiendo prólogos para obras infinitas y monumentales.
Es paradójico, pero la final de Champions de la temporada 1997-98 la ganó el Real Madrid en una final contra la Juventus, decidida por el gol de Mijatovic. Es paradójico, pero no casual. O quizá sí.