El Barça también se olvida de competir
A uno siempre le da miedo la mediocridad, ese estado casi vegetativo en el que te puedes quedar toda una vida porque si vives allí no hay nada que temer porque casi nunca hay nada que perder. La pérdida se nota solo cuando sales de una zona que la protege y la viste siempre para que quede bonita. La mediocridad es el amigo que te dice que no pasa nada cuando te echan del trabajo y te ve hundido. Da miedo porque es fría e impasible y amenaza con comerse hasta al más inconformista si se queda demasiado tiempo, como un hechizo del que cuesta desprenderse.
El Barça se ha acostumbrado a vivir en una zona que antes odiaba. Quizás porque no puede salir de ella o quizás porque no sabe que la habita, lo cual sería peor. Tras caer ante el Athletic, en un partido en el que los de Xavi acumularon solo dos posesiones de más de cinco pases en campo rival en todo el segundo tiempo, el mensaje fue tranquilizador. "Se ha competido". El Athletic Club es un equipazo que vive en la cresta de la ola, empujado por una energía que parece inagotable, mientras que delante tenía a un equipo que está sobreviviendo en base a sueños que no le corresponden. El Barça es un adolescente que sueña con emanciparse y comprarse un piso cuando ni siquiera sabe hacer los deberes, y bajo el verbo "competir", uno se siente cómodo, seguro. ¿Pero qué es competir?
Encajar un gol a los 37 segundos, otro a los tres minutos de la reanudación y un tercero por una concatenación de malas decisiones que anunciaban la catástrofe final. Es difícil sostener esos errores como algo pasajero, despistes puntuales, porque cada error es consecuencia de un fallo estructural, un seísmo que lo mueve todo. Solo así se explica que el Athletic le disparase más veces que ningún otro equipo desde 2014, o que el Barça, con Pedri, De Jong y Gündogan, apenas tuviese dos posesiones de cinco pases en 45 minutos. Competir no es llegar al final con opciones en el marcador, sino minimizar el plan del rival para que el tuyo, por lo menos, no esté siempre por debajo.
Quizás lo más preocupante es que la rueda de prensa de Xavi no ofrece respuestas a lo sucedido. Ni una frase que explicase la incapacidad para conectar pases o la tremenda debilidad para defender aquello que el Athletic sabe hacer casi como forma de vida. Hubo decepción por el resultado, pero no por el juego, orgullo por los jóvenes y un "ya os lo dije" a la hora de medir la dificultad del escenario. No hay nada más allá del verbo competir, que ejerce una fuerza perturbadora porque lo tapa todo y esconde los interrogantes que nacen del juego.
Jugadores como Araújo o De Jong repiten el discurso. Ronald no ha disputado todavía una eliminatoria de Champions (se perdió la del PSG por lesión) y asusta creer que llegue a comprar que esta es la exigencia actual, sobre todo porque el charrúa es alguien que siempre ha destacado por un iconformismo bestial, mejorando día a día sus prestaciones. Lo mismo para De Jong, que apuntó hace poco que "estamos jugando bien", en un ejercicio quién sabe si de irrealidad o de conformismo que muestran que el futbolista compra el camino tomado. Un De Jong que llegó en 2019 y cinco años después suma una Liga, una Copa y una Supercopa en su palmarés. ¿Qué sucede cuando te acostumbras a perder? Uno se olvida de lo mucho que lo detesta. Y no es tan fácil salir de un camino del que no sabes cómo has entrado.
El Barça tomó hace año y medio un camino resultadista que compraba. El equipo hizo un gran 2022 a nivel de juego, inició un relato que llevaba implícita cierta agresividad y autoestima en el mercado y llegaron las palancas. Con ellas, Xavi tenía que ganar. Y quizás este sea la principal condena de este proyecto; está condenado a ganar y no tiene tiempo para que suceda. Ni tampoco parece saber cómo lograrlo de forma continuada.
LaLiga se levantó por una muestra de orgullo fantástica y porque se compensó la falta de talento arriba con mayor control y agresividad en la medular. Pero el fútbol siempre debe actualizarse porque no hay cosa que funcione siempre salvo Messi. Se generó una narrativa resultadista en la que el barça defendía "muy bien", obviando que Ter Stegen paraba siempre el 0-1 y este año no sucede y ahora no se entiende cómo se defiende tan mal. El Barça es víctima del resultado porque el proyecto pasa por ahí, por jugar finales cada tres días sin que haya tiempo para ordenar ni trabajar. Lo peor no es dejar de ganar, es la indefinición que parece atravesar un equipo que se conforma en competir aunque no se sepa lo que significa mientras internamente está diseñado para ganar.