OPINIÓN

Normal que hasta Guardiola sea del Athletic

Nico Williams e Iñaki Williams se abrazan después del 2-0 al Atlético. /EFE
Nico Williams e Iñaki Williams se abrazan después del 2-0 al Atlético. EFE

Adoro las ciudades donde la gente es de un equipo, del suyo, del de la tierra, y por mucho que le preguntes sobre el Real Madrid y el Barça, intentando convertirles en mortales, una inmensa mayoría niega, regatea el careo y no teme a la hora de clasificarlos como enemigos irreconciliables.

Desconfío más de aquellos otros rincones del país donde todo quisqui es de uno de los grandes por la cercanía y seducción de la gloria y luego, ya si eso, arropa al Alba o a otros pobres.

Pero lo que más me sorprende de esta relación entre nacimiento, raíces y emoción son esos pocos clubes que, sin saber qué orden ocupan en algunos corazones, son queridos por todo el mundo. El Athletic, salvo alguna excepción y la Guipúzcoa más realista, es el mejor ejemplo. Por algo será y algo habrá hecho. A mi juicio, le sobran unos motivos que emocionan.

Hoy, paseando por Bilbao y vibrando en el conmovedor ambiente de San Mamés (salvo los energúmenos que hay en todas partes), he vuelto a sentir el fútbol como hacía años que no me pasaba. Cala. Y engancha. Nada que envidiar de Anfield ni del molto longo de las remontadas. Y entre la envidia de ver y no poder jalearlo como los hinchas más sentidos que gozaron desde la tarde en la Calle Licenciado Poza, rojiblancos de los pies al cuello, he maldecido mi suerte con todas mis fuerzas. Pude ser uno de ellos desde crío y no supe entender ni descifrar las señales de la vida.

Siempre miré al Athletic con una devoción desbordante. Allí trabajaba mi querido paisano Manolo Delgado Meco, líder motivacional también en la Selección pre tiqui-taca al que puede abrazar para hacer patria. El Athletic fue al primer equipo profesional que vi en mi existencia cuando acudió a Alcázar para enfrentarse a un combinado nacional con el propósito de realizar un buen homenaje a este mítico preparador físico. El mismo que hoy da nombre a nuestro estadio como hijo pródigo que es. Una noche mágica aquella, con olor a puro, en la que Cedrún debía encoger la pierna para no sacar sus patadones a la calle. Aquel Athletic ya dejaba huella.

Además, mi vecino y 'hermano' Jaime, el hijo de 'la Juli' y Agapito, me invitaba algunos sábados a su casa de la Travesía de Goya -ataviado con su traje rayado y el pantalón negro- para ver a un once sin extranjeros debido (decía) a una milenaria filosofía que ya sólo por esa magia me interesaba bastante más que la de Kant. Y cuando ni siquiera sabía quién dirigía la peña del Madrid en mi pueblo, y si existía por allí la del Barça o el Atlético, ahí estaba la del Athletic siempre llena y radiante, en pleno Ciudad Real, con sus luces siempre encendidas en El Pasaje de la Plaza de España. El Athletic era patrimonio nacional. Había ganado sus dos últimas Ligas y la última Copa coincidiendo con mi nacimiento y mis primeras torpezas, así que igual es normal que siempre lo haya visto como el gigante que ahora es.

Curiosamente, hasta que no he estado cerca de la Ría esta mañana no he sintonizado con todo esto. Con mi niñez, cuando me enorgullecía al escuchar a mi padre decir que, con mi edad, él era del Athletic. Y, ahora que lo pienso, también con mi adolescencia, que es cuando entendí por qué si en algún momento dudó, y miró más hacia Barcelona, fue porque en los años de plomo hubo demasiada desinformación interesada. A La Mancha más profunda llegaban los peores aires del NO-DO con un hedor político que comparaba al País Vasco con el mismísimo averno.

Menos mal que viajar y leer siempre da independencia, conocimiento y libertad. La primera vez que solté alamares y pisé el País Vasco, para jugar un campeonato de España Sub-15 contra Euskadi y medirme a algunos imberbes que luego fueron profesionales, sentí la pelusa a cada paso: por la pasión con la que se vive el fútbol en las calles de una región adorable, por el sentimiento de pertenencia de un pueblo ejemplar y por el orgullo de cómo miman a la cantera, riegan sus valores y hablan de lo suyo como únicamente un adolescente en la mili lo hace de su casa. Sancet aquí es dios y Guruzeta es su profeta.

Hoy, por mucho que Cruyff embaucara a Mati Senior, seguro que antes de la inolvidable semifinal ante el Atlético ha cogido el vaso de leche recién apurado y se lo ha acercado a la boca. Como repite a menudo para hacer un buen vacío y crear un perfecto eco que imita la voz de Matías Prats padre. Así recita una de las alineaciones de leyenda que tiene grabadas a fuego y que, a fin de cuentas, marcaron el camino al equipazo de Valverde: Carmelo; Orúe, Garay, Canito; Mauri, Maguregui; Arteche, Marcaida, Arieta, Uribe y Gaínza. Los amores de verdad nunca se olvidan. Así que cuando vuelva y le cuente que un íntimo colega me ha chivado que Guardiola tuvo, tiene y tendrá el sueño de dirigir como entrenador local algún día en La Catedral cuando Valverde deje de dar lecciones -como en su momento hizo su ídolo Bielsa-, igual se viene arriba definitivamente y se vuelve a subir a la Gabarra de los Williams.

Por todo esto me alegra especialmente que ahora, 25 años después, y pese a que al Athletic se le ha resistido mucho tiempo la 24ª Copa que ahora tiene a mano, en el equipo de veteranos al que pertenezco, Botija, Cuadra, Camacho, Núñez, Pana, Asterio, Julen, Jesús y otros más son del Athletic y mayoría absoluta en un grupo saciado de celebraciones de Champions a los que le cuesta entender el jolgorio de esta noche en el Bocho. A ellos, que hace cuatro años se dieron el gustazo de jugar (y empatar) en Lezama con Iribar como entrenador en el banquillo de al lado, les encantará saber que he visto al mito más firme que nunca, que ha dado un entrevistón en Relevo, que es el alma del palco y que en el partido del Metropolitano hace tres semanas regaló un gesto desconocido que habla de su grandeza: pudiendo hacer la ida y la vuelta en el chárter del equipo, con todas las comodidades de la estrella que es, se subió solo en el autobús para acompañar al conductor y no dejarle tantas horas solo. Normal que le hagan reverencias.

Aunque mis íntimos amigos de Donosti me darán una buena colleja por la sentencia, con la eliminación de la Real encima tan presente, y me dejarán sin alojamiento y desayuno en el próximo Festival de Cine, lo tengo que decir por justicia o reviento. Porque, además, mi querido Caparrós me ha repetido este pensamiento mil veces, y porque si el sabio de Ancelotti le dijo un día a Marcelino que nunca se moviera de San Mamés es por algo: no ser del Athletic es prácticamente imposible.