El Atlético se venga del Real Madrid y le echa de la Copa en otro partido agónico
El Atlético se mete en cuarto tras un golazo de Griezmann en la prórroga y otro de Riquelme. Partido soberbio de Bellingham.

En el fútbol no hay mejor remedio para una adversidad, esperada o insospechada, que una respuesta rápida. El Atlético la tuvo y fue irrebatible en un derbi de los de antes. Contestó a su eliminación en la Supercopa por el Real Madrid con un encuentro soberbio y sin remilgos que le valió para amargarle la Copa a los blancos y dejarles en la cuneta, también en la prórroga, gracias a un golazo de Griezmann, que le rindió el mejor homenaje posible a Luis Aragonés y se sienta sin discusión en el altar colchonero, y otro de Riquelme. Esta vez quien se ganó los cuartos fue Simeone. Y lo hizo en un Metropolitano incandescente, estadio que cuando se quiere acercar a lo que fue la olla del Calderón, abrasa. Es el antídoto ante los de Ancelotti, que esta temporada han caído en sus dos visitas.
No fue la noche de Lunin, que, como a Kepa, no le sienta bien este debate que se ha sacado de la manga Ancelotti. Su error pone en cuestión una política que tiene más de ruleta rusa que de rotación. Tampoco de Rüdiger, que patinó en defensa. Ni de Vinicius, metido en todas las salsas. El partidazo de Bellingham, esta vez, no fue suficiente.
El ambiente en el que nació este derbi nada tenía que ver con el de la Supercopa, donde la atmósfera fue más de exhibición, fría y tan poco apasionada que los demonios y la ironía se adueñaron de Simeone, un técnico que adora envolver cada derbi en un papel de final. La temperatura y el menor margen de descanso llevó a Ancelotti a oxigenar donde hay más variantes sin que medie un mundo, en la media. Prefirió la energía al posicionamiento, es decir, Camavinga a Tchouameni e hizo ya su habitual rotación académica, Modric por Kroos. Quien pensara que el técnico blanco iba a menospreciar la Copa, se equivocó. Tocó menos Simeone y su fidelidad tenía fundamento porque su equipo compitió y su plan estuvo a la altura en Arabia hasta que le duró la batería. Sólo modificó lo que se derrumbó: Savic, horrible, por Witsel. El belga se ganó alguna condecoración.
Uno podría pensar que el derbi iba a amanecer con fiebre, con el Atleti aguijoneado y el Madrid aguantando y sacando agua. Nació, por contra, un partido jugado con seriedad, tensión competitiva y corriente alterna. Un western con más vigilancia que acción inicial y con dos planes memorizados. Los rojiblancos se organizaron alrededor de la pelota, asumiendo riesgo atrás y volcándose hacia Lino, el que más colmillo enseñaba por la banda. No obstante, circulaban con un punto de lentitud que no incomodó de entrada a un rival sin fisuras, construido sobre un 4-4-2 con un cinturón claro de seguridad, Valverde y Camavinga, y con intenciones de robo y daño. El que a punto estuvo de infligirle al Atleti Bellingham, que recibió un balón de Modric en el área, danzó en las distancias en las que se baila un chotis, le hizo un caño a Witsel y su latigazo golpeó en el larguero. Fue el presagio de otra noche grande que no acabó bajo el confeti.
Los rojiblancos no se desmayaron, siguiendo sin precipitaciones. Darle pasillos y espacios al Madrid es hacerse el harakiri. Esa asignatura la tenían aprendida. Los de Ancelotti, por su lado, se afanaban por apagar el fuego en las bandas: otra lección que le ha entrado con sangre. Aunque lo trascendental ocurría en el área de Oblak y corría a cargo de Bellingham y del dúo de Copacabana. En uno de sus habituales intercambios, los brasileños agobiaron a Oblak. Vinicius asistió con sensibilidad a Rodrygo, que a la media vuelta remató y obligó al esloveno a sacar su cuerpo a pasear. Vini, más vivo que nadie, agarró el rechace y se topó de nuevo con el guardameta.
Goles por errores
No inquietaba el Atleti más allá de algún merodeo por el área o intentos de Morata o De Paul. Todo se le quedaba a medias y con Griezmann como actor de reparto. Sólo un accidente o una imprudencia podía romper un partido y la cometió Rüdiger, cambiando el cauce que comenzaba a mostrar el derbi. El central alemán peinó (con raya y laca) un centro del propio De Paul y se lo sirvió a Lino, hasta entonces el jugador más peligroso del Cholo, para batir a Lunin. El carrilero, jugador de ida, es siempre un problema para los rivales y marcó un tanto que resultó premio importante pues el Atleti caminaba ya entre dudas y empezaba a flirtear con el sufrimiento.
El partido se desarrollaba sin reproche, con sal pero sin excesiva dureza. Hasta que se sirvió la clásica guarnición del derbi. Bellingham levantó del suelo a Lino, tendido tras recibir un manotazo involuntario del británico, y aparecieron la tangana y las chispas, con Vinicius encendido con Cuadra Fernández y señalando a la grada. El árbitro finiquitó el asunto con amarilla al brasileño. En plena caldera llegó el gol del Madrid, engendrado en otro error. Modric botó una falta cometida sobre Camavinga y Oblak se lo metió en su taquilla tras chocar con dos de sus defensas. Autogol y gasolina para Vinicius, que celebró el tanto como si llevara su autoría. Demasiada querencia por el lío...
Ahí murió la primera parte, que empezó sosa y acabó vibrante. Y así comenzó el segundo tiempo. Más por argumentos del Madrid. Porque los blancos regresaron fogosos, bravos. El Atleti se vio incapaz de frenarles de salida, engullidos por la ola física de los de Ancelotti. Vinicius y Rodrygo no paraban de ir a descubrir mundo y Bellingham trenzó una de esas jugadas que recuerdan tanto a Zidane que nos monta a todos en el DeLorean. Pero como las sensaciones van por un lado y el fútbol por el otro llegó el gol del Atlético y lo hizo por la vía más inestable, la portería. Si en Arabia 'cantó' Kepa, en el Metropolitano lo hizo Lunin. Un balón de Hermoso golpeó en Camavinga pero sin el suficiente veneno como para hacer de solista. Sin embargo, el ucraniano, entre las dudas y la mala fortuna, puso una mano blanda, el balón llegó a Morata tras tocar en Rüdiger y el segundo tanto del Atlético fue un baño de realidad. Lunin no se había mostrado seguro, templado. Lo de jugar a la ruleta sólo divierte en el Casino; en el fútbol y en bajo los palos da más de un disgusto.

Joselu y prórroga
Ancelotti reaccionó con el golpe, que el equipo acusó, y cambió la guardia. Retiró de filas a Modric, Mendy y, después, a Valverde, para introducir a Brahim, Kroos y Tchouameni, que fue un suspenso rotundo. El Atleti vivía sus mejores minutos, con Witsel como cacique y Koke empoderado, pero cometió el peor error que suelen cometer con el Madrid: no sentenciarle. Lunin se redimió del fallo del 2-1 y salvó el 3-1. Se escribió así el prólogo del empate a dos. Ese hilo le sirvió a los blancos para agarrarse a la vida con una jugada preciosa y letal. En el minuto 81, Vinicius combinó en la izquierda con Bellingham y su balón, erróneo para ser un disparo, delicado para ser un pase, lo remató de cabeza Joselu, que había entrado al césped para realizar con pericia lo que mejor sabe hacer: estar en el sitio adecuado y en el momento preciso. Para esto sirve un nueve. Para hacer enloquecer.
El derbi entró en un psiquiátrico hasta la prórroga, abrasivo. El Madrid, acostumbrado a caminar por las cornisas, se descamisó y a punto estuvo de llegar el 2-3 tras una carambola que nació de la espuela de Vinicius y acabó con Nahuel a punto de provocarse una quemadura de tercer grado. Grotesco. El partido concentró los ingredientes clásicos de los derbis, que suelen ser muchos independientemente del estado anímico y físico de los contendientes. Incluidos los roces (Vinicius también se las tuvo con Simeone). Incluida la prórroga. Un destino que se olió el Cholo, que sólo hizo dos cambios en los 90'. No era extraño pensar que iba a ser una conversación larga, ya ha jugado ocho tiempos extra ante el Madrid.
Y apareció Griezmann
Como sucedió en Arabia, aunque distinto por nervio y coraje, se nos reveló un derbi que honró la Copa e hizo disfrutar al espectador. Trepidante, sin ataduras, con alternativas, maravilloso. Como el golazo de Griezmann en 99' que hizo vibrar al Metropolitano y decantar la eliminatoria. El francés, discreto durante todo la noche, dio la razón a todos aquellos que aseguran que nunca es conveniente sustituir a las estrellas porque en algún momento habrá un destello. Se aprovechó de un mal control de Vinicius para dejar su huella en el derbi, pulsó el acelerador, dejó atrás al brasileño, apuntó hasta línea de fondo y se acomodó para lanzar una flecha con un buen golpeo con la izquierda. Grizzi, homenajeado en los minutos previos al choque por superar a Luis Aragonés como máximo goleador del Atleti, se dio su particular homenaje. Cuando la leyenda se convierte en un hecho, se escribe la leyenda.
Era un derbi con todas las palabras que se escriben en las leyes, copero, bronco. Ancelotti cerró la ventana de los cambios con Fran García y Ceballos buscando otro renacimiento; Simeone tiró de Azpilicueta, que se lesionó al poco de entrar. Y Bellingham, a lo suyo, rastreando el milagro. Lo rozó en el 108' a pase de Kroos y lo acarició en el 110', pero el gol de Ceballos tras su asistencia fue anulado por fuera de juego. No había resuello, aunque a esas alturas al Madrid ya le pesaba el cansancio de la Supercopa. Con el partido roto le puso el lazo Riquelme en el 188'. El Metropolitano es territorio minado para el Madrid, donde ha perdido los dos partidos esta temporada. El Atlético sirvió la venganza en plato caliente y se clasificó para los cuartos de final de la Copa en otro encuentro a carne viva.