REAL MADRID 0 - FC BARCELONA 1

El muro del Barcelona deprime al Real Madrid

Un gol en propia puerta entre Militao y Nacho dan oro a un Barça a la defensiva. Araujo estuvo imperial y secó otra vez a Vinicius.

El Barcelona celebra el único tanto del Clásico de ida de la Copa. /EFE
El Barcelona celebra el único tanto del Clásico de ida de la Copa. EFE
Sergio Gómez

Sergio Gómez

El Real Madrid llegaba dispuesto a darle el golpe a un Barcelona flaquísimo por las bajas y con dos palos dolorosos en los lomos, pero fue él el que salió con jirones de esta ida de semifinales de Copa. El Clásico no desmayó a ningún espectador por el síndrome de Stendhal. Xavi supo defenderse como bálsamo a las ausencias en la vanguardia, levantó un muro para salir vivo y Ancelotti se estrelló contra él. Ni un tiro de puerta de los blancos se registró en el informe forense del duelo. Muy planos y sin saber escanear la defensa rival. Con centros y posesión; sin balas ni solución.

Un gol en propia puerta entre Militao y Nacho, tras fallo de Camavinga, acabó deprimiendo al Bernabéu. Por su parte, uno de los Barça menos posesivos y estéticos que se recuerdan, se marchó feliz por el resultado, conseguido a contraestilo, silbando el blues del autobús y sacando a Araujo en andas. El uruguayo es el ibuprofeno para el dolor de cabeza que siempre da Vinicius, antídoto contra la agitación. El mejor defensa pudo con el mejor atacante. Así se resume este pleito que se deberá resolver dentro de un mes en el Camp Nou. Un gol que es petróleo pero no diferencia suficiente como para asentar conclusiones. Y un mes es un mundo.

De enero a abril se habrán jugado cuatro Clásicos, pero este es un duelo que nunca muere en la monotonía y el hartazgo. Por muy malo que sea, como el que nos ocupó. Cada uno es distinto porque ambos, Real Madrid y Barcelona, siempre llegan diferentes de como se despidieron. Con otras marcas en la piel, con otro ánimo. El triunfo rotundo del Barça en la final de la Supercopa, el duelo que inauguró este carrusel, fue hace 43 días. La prehistoria.

El que más desfigurado se presentó en el Bernabéu fue el equipo de Xavi, que no es que saliera con reservas sino que lo hizo con lo que tenía. Sin alboroto (Dembélé), sin decodificador (Pedri) y sin pichichi (Lewandowski), lesionados, el técnico quiso aplicarse en defensa para compensar la delgadez del ataque. Tiró de Kounde, se vio obligado a confiarle la titularidad a Marcos Alonso porque Christensen no se recuperó a tiempo, se abrazó a Araujo para ser el cobrador del frac de Vinicius y apostó por cuatro centrocampistas, con Kessie para contener y Gavi para todo. El plan resultó mejor incluso de lo que podría esperar.

Si Xavi puso lo que pudo, Ancelotti, más sobrado de personal, alineó lo que quiso. Y eso, en partidos determinantes, siempre se escribe con Valverde como tercer delantero y cuarto centrocampista, con la historia y el oficio de Kroos y Modric y, de un tiempo a esta parte, con la energía de Camavinga, que ya le saca varios cuerpos a Tchouameni aunque sigue pecando una vez al día. El italiano asegura que no tiene titulares, pero cuando llegan las citas de campanillas pone velas prácticamente a los mismos. La idea del entrenador blanco era resolver a su favor la disputa del medio para darle carrete a Vinicius. Sin embargo, falló en el planteamiento, se enredó en la hojarasca que plantó atrás Xavi y no supo entrar en ese territorio de las alegrías que es el área. Merodeó. Porque el Madrid si no puede correr, se vuelve un polvorón incapaz de meterse en la boca del rival.

Un duelo sin pegada

Para el relato del partido sólo sirve atenernos a la secuencia natural. De entrada, sucedió lo esperado: los blancos se adueñaron pronto de la conversación con una salida gaseosa. A los 32 segundos, Modric protagonizó una carrera de juvenil, se dejó atrás a Kounde y avisó a Ter Stegen con un disparo al lateral de la red; Vinicius hizo una descarga al aire y a Benzema le anularon un gol por fuera de juego. Todo en 12 minutos. El dominio del Madrid era manifiesto con Modric manejando el volante y Vinicius intentando buscar caminos con arrancadas.

No obstante, todo era ficticio. Sin profundidad, con demasiados paseos por las ramas, un ataque chato y previsible, incapaz de saltar la tapia de Xavi. Si Vinicius no tiene el día, el Madrid se encuentra en la noche. El Barça, mientras, se mostraba sosaina, con dificultad para sacar la pelota jugada, añorando el mojo picón de Pedri pero sostenido por un Kessie auxiliador y presionante y un Araujo que es un imperio. Potencia, contundencia y garra. O sea, un uruguayo.

El partido derivó a un asunto poco académico y menos vistoso, sin ajustes y con demasiado descontrol e interrupciones del juego. En estas, en el minuto 23 Vinicius despertó la atmósfera. En la disputa de un balón, De Jong y el brasileño se agarraron como si en vez de césped estuvieran en un tatami. El ippon fue para Vinicius. También la amarilla. Eso encendió al Bernabéu, en plena dinámica de sospechas. Tampoco contribuyó al ambiente que Munuera mirara hacia otro lado y perdonara dos tarjetas a Gavi y otra a Araujo. De cualquier modo, esa acción entre De Jong y Vini pareció abrir la caja de las calamidades del Madrid pues dos minutos después, en el primer ataque del Barça, llegó el gol. Y no fue algo trenzado, sino que resultó ser algo encontrado.

Dinámica de lo impensado y a trompicones. Camavinga, hasta ese momento notable, cometió un error grosero en zona de castigo. El balón acabó en los pies de Kessie tras un pase de Ferran, su remate lo despejó Courtois y entre Militao y Nacho metieron la pelota dentro de la portería. El linier señaló fuera de juego; el VAR le rectificó. Un regalo el de Camavinga, el primero que concede en el último mes, que para el Barça, hasta el momento nada expansivo, fue una serendipia porque se vio con un gol si saber cómo. Apenas había huellas de Gavi, ninguna de Ferran ni de Raphinha...

El tanto torció los renglones del Madrid, que se quedó con la cara del meme de John Travolta, mirando de lado a lado y preguntándose por qué. Todo se había disparatado y aquello no era una buena noticia para el cuadro de Chamartín. Tampoco que el Barça renunciara a su relato histórico, metiéndose atrás, sin rubor y con seriedad, guareciendo con mérito el botín. Ancelotti pareció toparse con un enigma en forma de hueso. Y para roer se requiere dentadura. Algo de lo que careció: ningún remate a puerta en los primeros 45 minutos que fueron un presagio.

Más de lo mismo

El descanso invitó al Madrid a un volver a empezar porque la historia ya se presentaba muy distinta. Con el marcador en contra, enfrente se había revelado un Barça claramente a la defensiva, parapetado. Y para abrir costuras, los blancos necesitaban menos posesión y más energía y clarividencia. Ninguna tuvo Ancelotti cuando intervino al quitar a Nacho por Rodrygo para meter a Camavinga (muy mal partido) de lateral y ubicar a Valverde en el medio junto con un Kroos y Modric que siguen siguen ofreciendo maña pero que lo suyo no es la fuerza. Ese movimiento desencuadernó tanto al equipo que en cinco minutos el Barça vio un respiradero y lanzó tres amenazas. Una de ellas, estuvo a punto de convertirse en herida mortal. Kessie remató a puerta tras pase de Ferran, más cómodo después de que Xavi le desplazara a la banda, y el recién entrado Ansu se olvidó de saltar y evitó el 0-2.

Ancelotti vio de frente el error y el terror y rectificó para equilibrar lo que desequilibró: Tchouameni, al verde por Kroos. El músculo del francés estabilizó el pulso pero todo era inane. Fue entonces cuando el Madrid comenzó con ese asedio tan frecuente en el Bernabéu hasta acabar con cuatro delanteros. No obstante, más pistolas no implica más pólvora. Sobre todo si se mojan en ese zarzal que montó el Barça, en las antípodas de su discurso. Ni siquiera volver a encomendarse al joven Álvaro Rodríguez en los últimos diez minutos le sirvió esta vez a Ancelotti. No supo leer el técnico madridista este primer Clásico copero y, después de la de la Supercopa, se lleva otra cornada cerca de la taleguilla. Desperdiciar una ocasión propicia para meterle mano a un Barça mermado volverá a activar el runrún. Xavi, por contra, apagó la caldera del Bernabéu, se llevó oro para administrarlo en el Camp Nou y obliga al Madrid a otra remontada para estar en la final de la Copa. Pero eso será dentro de un mes, dentro de un mundo.