OPINIÓN

Otra cornada para Ancelotti tras el enfado de Florentino

El Barça celebra el gol ante la mirada de Militao./GETTY
El Barça celebra el gol ante la mirada de Militao. GETTY

Nos emocionamos con la Champions como con pocas cosas en este mundo y nuestros planes en la vida giran casi siempre en torno a LaLiga. Pero aquí lo que ha cambiado el paso en el Barça y el Madrid esta temporada es una Supercopa de España y lo que va a decidir el futuro de Xavi y Ancelotti, para bien o para mal, es una semifinal de Copa.

En dos equipos alejados de su época dorada ya no se desprecia nada, ni hay ningún valiente que hable de prioridades o de esa maldita moda de las rotaciones. Cada día en sus rutinas es un Vietnam. Y a estas horas, tras una batalla deslucida y después del enfado de Florentino Pérez tras el derbi, el que lleva una buena herida abierta y necesita inmediatamente una transfusión es el bueno de Carletto.

Las bajas, las malas noticias y los dramas unen tanto como duelen. El Barça compareció en el Bernabéu sin Christensen, Pedri, Dembélé y Lewandowski. Y, que no se olvide con la emoción del resultado, jugó con un central de lateral derecho, con un lateral izquierdo de central, con un interior de extremo y con un extremo en la diana de faro y estandarte como delantero centro. Cosas del fútbol, compitió como nunca cuando amenazaba drama.

Sin brillo, porque eso se esfumó hace mucho tiempo y puede que no vuelva. Pero con una exhibición defensiva que hará sentirse orgulloso a Puyol y con el amor propio de un equipo de lo más modesto. Un verdadero homenaje a la competición de los obreros. Con todos los respetos, que se entienda, quien viera el partido en el bar con la pantalla allá a lo lejos, estaría en todo su derecho de pensar que era el Levante, otro equipo de blaugrana, el que corría ante sus ojos como un poseso. Para eso, además de piernas, hace falta humildad.

El Madrid debió apostar justo por el plan opuesto al habitual. Acostumbrado a pelear como nadie, debió poner más mimo a la tutela del balón. Pero se ha habituado tanto en esta clase de duelos a ceder la posesión que, cuando se la dan, está desentrenado. Volvió a presionar hombre a hombre como la temporada pasada, aquella tarde del 0-4, y aunque le salió mejor se desfondó sin sacar ningún botín. No tiró en todo el encuentro. Con balón le faltó frescura y les sobró Balde y Araujo. Qué manera de maniatar a Valverde y a Vinicius.

Con este Barça uno no sabe si emocionarse o echarse a llorar. Según se ponga en foco en el pasado glorioso o en el laborioso presente. De lo que no hay lugar a dudas es de que ahora mismo toca aplaudir la respuesta a las desgracias y subrayar, con rotulador de los gruesos, la manera en la que Xavi sacó lustre a la pizarra. Con tantos parches y carencias hay que reconocer cómo mantuvo a su equipo en pie. Pese a la falta de continuidad en el juego y a la evidente ausencia de calidad.

El míster supo tener al Barça concentrado desde el calentamiento como si esta ida fuese una final. Porque en realidad lo era. Por eso Busquets se remangó en el sorteo de campos, ganó el careo a Benzema, mandó al Madrid a atacar primero en la portería en la que suele rematar después de forma heroica los partidos y así, sin comerlo ni beberlo, ahuyentó de un plumazo cualquier atisbo de remontada. Hay detalles que resumen los estados de ánimo, que ganan partidos y, veremos en un mes, que incluso dictan sentencias.