La victoria en este Barça tiene muchos padres, pero hay uno del que casi nadie se acuerda: Mateu Alemany

Celebra y vuela el Barça, aunque sin la exuberancia previa al parón, menos genial y avasallador, igualmente competitivo y ganador. La final de Sevilla ha entrado directamente en el olimpo de triunfos culés, especialmente gozado por el rival y la manera de lograrlo, remontando y con épica, medicina tradicionalmente blanca, asumida de un tiempo a esta parte por este Barça de Flick que está a cinco partidos del triplete, tres de Champions y dos de Liga, porque ganando el Clásico de dentro de dos semanas es virtualmente campeón.
La victoria en este Barça tiene muchos padres, como es lógico en estructuras como la azulgrana. Empezando por el presidente, pasando por Deco y terminando en el entrenador, Hansi Flick, elogiado por Víctor Valdés de una manera que da que pensar. Por el camino, otro puñado de responsables: Julio Tous y Pepe Conde a los mandos de la preparación física; el departamento legal que logró que Olmo y Pau Víctor fueran inscritos; todos aquellos implicados en la captación y formación de los 'made in La Masia' que poblan y llenan de energía el vestuario; los que ayudan a la palancas; Xavi y su fe en aquellos a los que hizo debutar en su mandato... Innumerables si bajamos a detalle, porque cada grano de arena suma cuando se llega tan lejos.
En cuanto a la confección de la plantilla, no hay que remontarse tanto tiempo como para que emerja la figura de Mateu Alemany, otro gran culpable del devenir de la temporada por mucho que lleve contemplando el mundo desde Palma de Mallorca desde hace año y medio. Conectado, por supuesto, entre la pesca y el golf, a la espera de un proyecto que le valga la pena después de tener un pie dentro del Atlético y otro de la Federación. A partir de aquí, no vale cualquier despacho para volver al tajo.
Sin desviarnos más del tema, la noche de la Copa en Sevilla fue una reivindicación en diferido de 'Padremany', como se le bautizó cariñosamente cuando era el director general del Barça y hacía malabares para cuadrar cuentas a la vez que reforzar el equipo. Principalmente por tres apuestas personales suyas, inequívocamente suyas: Koundé, Iñigo Martínez y Ferran Torres. El fichaje del francés fue una batalla de Mateu para arrebatárselo al Chelsea. Irónico que esté jugando su mejor fútbol desde el lateral derecho cuando precisamente dijo no a Tuchel por no verse de 2. El de Iñigo, un movimiento marca de la casa, anticipándose y asegurándose su llegada a coste cero. Un líder para un vestuario necesitado de jerarcas. Y el de Ferran, seguramente por el que más se le criticó. El problema de Torres fue su precio (55 kilos en diciembre de 2021). Pero era una apuesta razonada por términos futbolísticos (profundo como pocos y con gol) y de juventud (tenía 21 años). Ha tardado en dar el nivel, pero la final de Copa, gigantesca en su caso, es la confirmación de un temporadón por su parte. Y por extensión, la apuesta en su día.
Más allá del rendimiento en la final de Sevilla (donde curiosamente en 2019 el Valencia de Mateu y Marcelino tumbó al Barça de Messi y Valverde), la temporada azulgrana también evidencia de que una dirección técnica como la de Flick ha elevado el rendimiento de jugadores que no lucieron con Xavi a estos niveles. Alemany también trajo a Eric García gratis del City, que aunque secundario está siendo muy necesario en momentos claves, y sobre todo a Lewandowski, cuyo traspaso de 50 millones por un delantero de 34 años tenía sus riesgos. 99 goles después nadie duda de la operación. Raphinha también llegó con él, aunque ahí los méritos son más de Deco, que sale muy reforzado de esta campaña.
A Pedri y Araujo los trajo Ramón Planes. Y Abidal a De Jong, y a Ter Stegen Zubizarreta… Más padres del Barça actual. Pero esta temporada es la constatación de que el ojo de Mateu y sus empeños estaban muy bien tirados y solo faltaba un entrenador que los optimizara. El sábado en Palma seguro que brindó por un título que tiene su sello.