OPINIÓN

Detrás de Lamine y De la Fuente se esconden trileros para una buena limpia

Albert Luque, con Francis en segundo plano, son dos de los hombres de confianza de Rubiales. /GETTY
Albert Luque, con Francis en segundo plano, son dos de los hombres de confianza de Rubiales. GETTY

La Selección no jugará hasta octubre (esperan Noruega y Escocia) así que la tregua solicitada con respeto e inteligencia por la Federación, y sólo burlada por Rubiales con sus dimisiones y sainetes televisivos, se ha acabado. Con la clasificación para la Eurocopa de Alemania algo más encarrilada, conviene volver a apartar el balón al menos hasta el próximo fin de semana. Toca reordenar las prioridades. Hay razones de peso para ello.

En esta crisis institucional sin precedentes sólo se ha echado a un lado, y empujado por el descrédito y las circunstancias, el patrón. Pero que nadie se olvide de que ahí siguen, paseando el escudo de España y su estrella, muchos de los secuaces que hasta hace nada han vitoreado al expresidente y que ahora, sin embargo, no se acuerdan de su nombre. Los mismos que han metido la cabeza bajo tierra en estos últimos veinte días, anoche, en Los Cármenes parecían haber logrado un hat-trick yendo de acá para allá por las entrañas del estadio con el pecho hinchado. Y que conste que su españolía está fuera de toda duda. Lo que sobre todo permanece en el aire es si tendrán la honradez de al menos aclararse.

Piensan que como De la Fuente se ha librado de la quema, con ellos sucederá lo mismo, así que a estas horas se fotografían felices, sin guardar ni luto por quien les puso en sus cargos, seguros de que el 1-7 de Georgia y el 6-0 a Chipre también ha sido, en parte, gracias a su esfuerzo. Se han servido de las dos goleadas de un equipo con un futuro esperanzador para coger algo de aire, jugar al despiste, camuflarse bajo su anonimato y mostrar en la concentración más compromiso que nunca con una plantilla que decidió pasar de los juegos de tronos existentes y focalizarse en su excelente rendimiento. Enviar a los presidentes de Territoriales al Hotel Saray, a unos cinco kilómetros de distancia del Palace, donde La Roja se bunquerizó, fue una jugada maestra para espantar las conspiraciones. Bastante tuvieron con ver a Pedro Rocha enfundado en su chándal dando abrazos.

Con De la Fuente, en este mismo rincón, servidor ya pidió su dimisión el mismo día de la Asamblea. Y sigo pensando que lo más honesto, al menos, hubiera sido poner su cargo a disposición de la dirección. Su comunicado posterior, lejos de arreglar las cosas, las empeoró, porque diciendo muchas verdades no expresó al cien por cien lo que piensa: que fue engañado y presionado para ir a un lugar que no es el suyo y que aplaudió -tenso, nervioso y hasta con los sentidos obstruidos- sin saber lo que hacía, como el que sonríe de repente en un funeral por no saber contener ciertas emociones o como el que canta un gol recibido por el pinganillo en plena misa. No vale con que los demás defiendan esta (su) postura. Pudo denunciarlo y no lo ha hecho.

El míster, me consta, es un buen hombre y un sabio entrenador, pero lo que de verdad ha convencido para su continuidad, hasta que el próximo presidente de la RFEF se pronuncie, es que el vestuario está con él, que la Junta le apoya y que la grada, ya sea en Las Rozas o en Granada, no le ha dicho ni mu. Ante eso, mis deseos de que pague su irresponsabilidad, como yo pago cada multa, es papel mojado. Claro está. Pero lo de Andreu Camps, Tomás González Cueto, Albert Luque, el 'pitbull' Francis, varios tiranos con alma de Goebbels -con una responsabilidad inconfundible en esta huida hacia adelante- y demás camarilla no tiene un pase. La dimisión de Rubiales tendría que conllevar un exilio en cadena. Y si no se llega a tanto, al menos que cada uno de ellos dé sus explicaciones y dejen de regatear entrevistas o de lanzar miradas que pretenden -sin éxito- ser intimidatorias.

Hay quien dentro de la Federación tiene miedo a una revolución. Por egoísmo, por temor a perder sus privilegios y porque, aunque pocos lo reconocen, la labor que hacen algunos ahí dentro (fontanería fina) no lo puede ejecutar cualquiera. Y menos algunos de los encastillados que llevan años y años paseando el nombre de la Federación por el mundo con comentarios de caverna, olor a licor y un palillo en la boca. Cuando se habla de un cambio estructural no es un capricho. Es necesidad.

Otros, sin embargo, formados, sensatos y angustiados por el sonrojo, están dispuestos a dar un paso al frente, entrar en la RFEF con los tanques, liberar a la pila de excelentes trabajadores(as) que se dejan su vida por esta institución y poner orden en lo que está a punto de convertirse en una Guerra Civil. No exagero. El aire es irrespirable y ya se distinguen tres bandos con tres tendencias claras: están los rubialistas amagados (los que silban), sus opositores (los reconocerán al llevar el cuchillo entre los dientes) y los que juegan a varias bandas (suelen llevar en la mano una baraja); esos que por la mañana pelotean a Rocha, por la tarde se reúnen con las Territoriales para preparar batalla y por la noche le hacen un resumen telefónico a Rubiales de todo lo que se cuece en la que ha sido su casa.

Menos mal que nos queda Lamine Yamal, Rodrigo, Nico, Ferran, Joselu y compañía para sonreír. Hoy, miércoles, disfruten al repasar cada una de sus jugadas. Mañana, en temas federativos, cojan un merecido día de descanso. Qué hartura. Y ya el viernes, más allá de nuevas y sonrojantes apariciones de Rubiales presumiendo de espíritu monárquico y phrasal verbs, enfoquen hacia Las Rozas. Allí se decidirá si hay elecciones a la presidencia en un mes y quién es el candidato de consenso. De su futuro y de su valentía dependen que los trileros perpetúen un régimen podrido o empiecen a abrirse las ventanas.