SELECCIÓN

Arrinconados en el búnker de la Selección en la Eurocopa: cuando la vida se convierte en una pelea por las migajas

El día a día de la prensa, entre el Barrio Rojo y el Muro de Berlín: hay contacto 15' al día (si no se cierra la puerta), ruedas de prensa en grupo, una entrevista a la semana y una zona mixta a la carrera.

Interior del Centro de Prensa habilitado por la Federación para los periodistas que cubren a la Selección. /
Interior del Centro de Prensa habilitado por la Federación para los periodistas que cubren a la Selección.
Alfredo Matilla

Alfredo Matilla

Aasen (Alemania).- Hace no demasiado tiempo, los internacionales de la Selección y los periodistas, como sucedía en los clubes, viajaban juntos por el mundo, compartían hoteles de concentración y -aunque no se lo crean y parezca disparatado- tomaban cafés juntos en un hall y hasta jugaban a las cartas. No es ciencia ficción. Hoy, después de dos semanas juntos -pero no revueltos- en torno a la Eurocopa, hacer llegar un mensaje a un futbolista, preguntar por la familia y amigos en común a un técnico y charlar de la vida dos minutos con uno de los utilleros es una tarea prácticamente imposible de ejecutar. No se sabe bien por qué. Sólo se conoce por obra y gracia de quién.

Pese a que el trato de todos los trabajadores de la Federación es exquisito con la prensa desplazada al corazón de la Selva Negra, y que De la Fuente se preocupa por conocer a todos y llamarles por su nombre con tacto y estrategia, lo cierto es que si a la plantilla le dieran a elegir hoy seguramente habría mayoría absoluta en su votación: enviar a los informadores, si es posible, aún más lejos. Y eso que, salvo alguna información que desearían no haber leído, hay bastante camaradería entre todos. Más que fobia contra algo o alguien en concreto, los futbolistas, egoístamente, no quieren ver perturbada su comodidad. Con el manido "no veo, no leo ni escucho nada", más allá de faltar a la verdad en su ejercicio de hacer de menos, se intuye la ausencia de solidaridad y las ansias de liquidación con una profesión ya de por sí debilitada.

Lo sabe todo el mundo: las estrictas normas de convivencia estos días vienen pautadas desde arriba, y dictadas por los de corto con la venia de los que les protegen como dioses, y nadie piensa llevarles la contraria ni mover un dedo por cambiar la situación. Por mucho que asuman que es disparatada. Y aunque a ojos del mundo sean irrisorias. Los más jóvenes alucinan al llegar a la Ciudad Deportiva de Aasen y poder ver al menos 15 minutos de rondos a puerta abierta. Tiran fotos y hasta las cuelgan. En Valdebebas y Can Barça ya no hay ni eso. Pero lo duro es ver resignados a esos veteranos de guerra que han dado la vuelta al mundo con La Roja desde el siglo pasado, entablando relaciones que han afianzado con el paso del tiempo. Hoy son arrinconados a la espera de migajas mientras sus empresas se han dejado un pastizal en el viaje para hacer reportajes de cómo se cocina el 'snitzel'.

El lugar de trabajo donde, una vez al día, confluyen de aquella manera las vidas de los jugadores y los periodistas transcurre en una campiña donde se escucha el silencio y la brisa es reparadora. Siendo verano, el tedio es más liviano. Después de varios días lluviosos ya hay habilitado extramuros un solarium de los buenos. De haberse disputado el campeonato en invierno, el personal igual ya se hubiera levantado en armas o, directamente, se quedaría arropado en la cama.

Carpa donde el equipo de De la Fuente trabaja a diario en la ciudad deportiva de Aasen.
Carpa donde el equipo de De la Fuente trabaja a diario en la ciudad deportiva de Aasen.

En una carpa circense se cobijan los curritos tras ver el rato permitido en el ensayo y a la espera de que un jugador, allá a lo lejos, responda vagamente una batería de preguntas variadas en la conferencia programada. Mientras tanto, sólo queda tiempo y espacio para intercambiar batallitas entre compañeros, filmar algún plano con chispa y teclear por vicio mientras al fondo, en su atalaya, en un espacio diferente como si fuera otro módulo carcelario, se escucha la música que pone a todo trapo una plantilla a la que no se ve pero se siente. Sólo queda la posibilidad de la imaginación y la resignación para esperar que, como en Alcatraz, haya una fuga o una grieta.

A la espera de limosna

La única manera de que alguien se entere de algo es preguntando por whatsapp, que también funcionaría desde Barcelona o Madrid. La falta de perspectiva de lo que sucede alrededor del periodista es tal que, el pasado domingo, en la resaca del triunfal debut, muchos jugadores ni siquiera acudieron al lugar habitual de entrenamiento y se quedaron en el spa del hotel. Y una amplia mayoría, sin culpa, ni lo olió. Por no mencionar a Laporte y su proceso de recuperación. Si se supo que por fin hizo ejercicios suaves ayer con balón, y que hoy ya ha participado en los ejercicios de presión con el equipo, fue gracias al reportaje gráfico enviado por los miembros de comunicación de la RFEF. Hay que confiar -no queda otra- en que al menos la instantánea fuera del día en cuestión. Como las de Pedro Rocha en su visita al cuartel general el pasado jueves: vino, vio y se fotografió. Pero después ni se acercó a saludar, como le gustaba hacer a Rubiales, ni a dar las gracias porque hayamos dejado de enfocar a Las Rozas para centrarnos en la 'Comisión Del Bosque'.

Así es el espacio dedicado para la prensa en la concentración de la SelecciónRELEVO

El habitáculo donde habita la prensa, amplio y bien acondicionado, está lleno de mesas corridas de trabajo y está rodeado de cabinas especiales para dar cobijo a las radios, a las teles y a las entrevistas individualizadas. Eso sí, si no fuera por las canciones españolas que escupe el hilo musical (David Civera incluido) y por la customización azul, la estructura levantada podría confundirse perfectamente con el hormigón del Muro de Berlín: por un lado -el este-, entran y salen los jugadores al punto de encuentro; y por el otro -el oeste-, lo hacen los periodistas con la ilusión de gozar de un careo con pinta de vis a vis. Al finalizar, solucionado el rápido papeleo en el Checkpoint Charlie de turno, cada uno a su trinchera y si te he visto no me acuerdo. Los futbolistas a su hotel de lujo en Der Öschberghof y los demás, para el confortable tres estrellas.

A veces, uno ve desde su sitio a un protagonista que se cuela a hurtadillas en la cabina de la competencia, y sólo le queda la frustración de observar sin poder tocar, como si estuviera ante un escaparate de la Calle Serrano. La estrategia está diseñada a la perfección para que no haya contacto entre los reyes y la plebe. Como si el Covid fuera eterno. La única diferencia es que, el contacto es tan vago, que no hacen falta ni guantes ni mascarilla. La curiosidad es tal que recuerda a los viandantes que recorren una y otra vez, de arriba abajo, ese Barrio Rojo holandés tan colorido. El centro neurálgico del flirteo de pago en Ámsterdam donde, arrimados a las cabinas de cristal, hay más voyeurs que practicantes. A las nuestras, donde de igual manera sólo dos saben lo que pasa y los demás pipean desde fuera, se acercan unos y otros colegas de gremio para poner la oreja, catar al menos el aroma a perfume caro del crack entrevistado y chocar una mano que ya es un premio. Y luego, si es posible, encontrar algún rechace con el que poder montar una pieza que justifique la jornada. Con tal dispositivo de seguridad, dar una noticia de La Roja es un milagro en toda regla.

Menos mal que, al menos, todos los presentes -carceleros y presidiarios- saben que la crítica siempre se endulza con un estómago agradecido. La comida gratuita que se oferta en esta isla de la desinformación es una de las mejores noticias en la expedición: el rancho es de calidad, alemán como pocos, y afortunadamente de fácil digestión. A falta de noticias que echarse a la boca, bueno es conocer la gastronomía local y, ya de paso, ahorrarle unos euros al periódico aunque la ingesta tiene que ser a la hora de la caña. Hemingway, cronista de cronistas al que todos jugamos a imitar, estaría en una nube: alimentándose de gorra y viendo los toros desde la barrera. Lo que no sabemos a ciencia cierta es si otro enviado especial de renombre, de esos que de verdad se juegan la vida en la guerra, hubiera montado ya una huelga a las puertas de este búnker. O más: si se hubiera sacado un billete urgente de regreso en busca de dignidad.