España no interesa... hasta que te enfrentas a la Policía

El actual estado de ánimo popular que percibo en torno a esta España de De la Fuente ni sorprende ni alerta. Es lo esperado y, más o menos, lo que ocurre siempre a estas alturas de año con el país ardiendo, la Liga y la Champions consumidas y una transición hasta la Eurocopa que no se llena con nada. Estamos tan empachados de fútbol de clubes a diario, con tantas emociones, que cuando llega el turno de las selecciones lo único que nos pone de verdad son los partidos oficiales y, si me apuran, los enfrentamientos a vida o muerte.
Todos estamos en ese valle emocional en el que necesitamos ver para creer y del que sólo nos sacará escuchar el himno el día 15 en Berlín y ver a Lamine pedir la bola. Esperar que Andorra levante pasiones y que vaya a haber reventa el sábado en Palma es conocer muy poco nuestros ritmos y costumbres. Hasta el debut de la Eurocopa no empezarán las vibraciones. Ayer hice un par de entrevistas a deportistas de primer nivel y no conocían casi la lista ni que la Roja está de amistosos. En los bares anoche nadie miraba el televisor.
Esta Selección no tiene estrellas como otros candidatos a la victoria final y ya les avanzo que con este seleccionador no habrá espacio a la polémica que nos da tanta vidilla. No nos proporcionará el chascarrillo que nunca faltaba con Luis Enrique. Y no sólo porque no vaya a deleitarnos con esas sesiones de Twitch tan seguidas en Catar. Hay más: si no ha dado aún un puñetazo en la mesa por el regateo con su contrato, no esperen que levante la voz para criticar a algún jugador o frenar a esos periodistas que pretenden organizarle la alineación. Pero de ahí a que este equipo no interese, sea un muermo y no agite los corazones, como hay quien me lo intenta hacer ver, hay un mundo. Únicamente falta que empiece lo bueno y los himnos dejen de ser la noticia más llamativa.
Creo que este estado de aletargamiento, en el que algunos se apoyan para acentuar su pachorra con la Selección, es más una justificación para airear el deporte que mejor practicamos, y que no es otro que el de la crítica, sana y desmesurada, para mantener esas sonrisas. Rajar es nuestra gasolina. Olvidando, claro, que el equipo de todos viene de ganar la Nations League ante dos de sus rivales en la fase de grupos (Italia en semis y Croacia en la final). El problema es que esta vez, salvo la mala pata de Isco y algún debate en torno a Lucas, Pau Torres, Asensio, Gerard Moreno o Sancet, no hay mucho donde rascar para avivar el guerracivilismo que tanto nos preocupa y nos mueve. Cómo estará la cosa de tranquila que, con Nacho ya a bordo, el personal no habla ni de Iago Aspas do Nascimento.
Lo mejor, para los que afronten el próximo mes de Eurocopa con pasión, es ponerse el chubasquero para que no cale el pesimismo. Un once formado con estos jugadores es poca broma: Unai; Carvajal, Le Normand, Laporte, Grimaldo; Rodrigo, Fabián o Mikel Merino, Pedri; Lamine o Nico, Morata y Olmo. Y si aun así dudan, que es tan lógico como respetable, déjense contagiar por aquellos colegas que llevan meses preparando el desembarco a Alemania para apoyar a tanta chavalería desde la grada, por los que ven con orgullo en Cubarsí al central del futuro, por los que desean que el gen ganador del Madrid pese más que el gen del rencor porque se escapara Brahim, por los que presumen de Fermín y por los que han puesto una vela para que Ayoze esté entre los elegidos y aporte su hambre.
A mí lo que me anima, por si les vale, son las experiencias. Lo que veo más que lo que escucho. Y estos días, estando en Palma de Mallorca, donde la Selección acabará su fase de preparación el sábado antes de volar al día siguiente a la concentración de la Selva Negra, me he dado cuenta de la realidad que emana del pueblo. Y todo porque he perdido el pasaporte con el que necesito retirar mi acreditación en Alemania. Apurado, acudí hace unas horas a la Jefatura Superior de la Policía Nacional para intentar obtener uno nuevo sabedor de que estos trámites, si no están debidamente justificados, pueden llevar el tiempo que no tengo porque volamos el domingo a por la cuarta Eurocopa. Y lo allí vivido, más allá de sonrojarme y de dibujarme un país tan peculiar, disolvió todas mis dudas. Vestido de corto, con gafas de sol y gorra, intenté introducir rápidamente en mi argumentario nada más llegar a la garita de información las palabras periodista, Selección y Eurocopa. Quería imponer al personal, a la desesperada, en busca del salvoconducto. Y si coló no fue por mi destreza, sino por el entusiasmo que despierta el balón.
El joven que coordinaba la aglomeración de peticiones se levantó de la mesa y, mientras me pidió que me sentara como había hecho antes con otra docena de personas, se fue hacia uno de sus jefes. Pronto, con una sonrisa cómplice, ambos me miraron desde lejos como si nos conociéramos de toda la vida y, de repente, me dieron paso saltándome a la fila. Parecía alguien con tierras. Algún voluntario, por error, había ido deslizando el rumor de que yo pertenecía a la expedición de la mismísima Selección -no se sabe si como jugador algo fondón o como el más importante de los utilleros-, pero el caso es que todos los astros se alinearon para resolver mi demanda con urgencia y poder salir de la oficina policial en volandas. Los murmullos iniciales se tornaron, con una corriente solidaria, en aplausos. "¡Suerte!", dijo un veterano cuando enfilaba la puerta de salida. "¡A por ellos!", me gritó otro adolescente a punto de pedirme un autógrafo.
Pensé que iba a salir de comisaría teniendo que telefonear a Manolo el del Bombo o a alguna alma caritativa de UEFA para que solucionase mi entuerto. Y mira por dónde, aparte de muerto de vergüenza, me fui de allí más caliente que el queso de un San Jacobo. Por eso digo que nos dejen disfrutar y que basta de repetir que esta Selección no interesa.