El gol más famoso de Van Basten se lo inventó Quini: "El del Brujo es más difícil, aún no sabemos cómo lo hizo"
La célebre volea del holandés en la final de la Euro 88 a Rusia ya la había hecho Quini en 1979 en Vallecas: sus compañeros recuerdan aquel increíble gol, el más icónico del delantero del Sporting.
Cualquier inventario de los mejores goles en la historia de la Eurocopa presenta a Marco Van Basten en su portada: su despampanante volea en la final de la Eurocopa 88 frente a la URSS compone una de las estampas emblemáticas del torneo. El gol más reconocible de aquel delantero cuya ejecutoria en Holanda, y sobre todo con el Milan de Arrigo Sacchi, contribuyó a definir el canon del rematador que resume una época. Las imágenes de la celebración del tanto declaran el asombro de su entrenador, Rinus Michels, de los compañeros y del propio autor. Probablemente, en el mundo entero sólo hubo un lugar donde la proeza de Van Basten suscitó una reacción algo distinta: fue en Gijón. Ese mismo gol, incluso mejorado, lo había hecho Enrique Castro Quini casi diez años antes. "Y el del Brujo fue aún mejor porque era más difícil", afirman quienes lo vieron en directo sobre el mismo campo de fútbol.
Entre ellos estaba Jorge David López Fernández, conocido en sus días de futbolista como David a secas. Nacido en Turón (Asturias) fue uno de los integrantes de aquel Sporting que dejaría huella perdurable en el tiempo, entrados los años 80. David formaba en la línea medular el 21 de octubre de 1979: el día en que Quini anticipó a Van Basten y firmó un golazo que se parece casi como dos gotas de agua al de la estrella neerlandesa en la final de 1988.
El escenario de la maravilla de Quini fue mucho más prosaico: el estadio de Vallecas, en la sexta jornada de la Liga 1979-80. Ese día, el Sporting formó un once con varios clásicos imperecederos de la camiseta rojiblanca: Jesús Castro; Víctor Doria, Manolo Jiménez, Uría; David, Ciriaco, Manolo Mesa, Joaquín; Abel, Enzo Ferrero y Quini completaron la alineación de José Manuel Díaz Novoa. El Sporting ganó 1-2 y los dos goles fueron del Brujo.
El primero llegó a pase de David. Podemos llamarlo pase, aunque incluso su autor desmiente tal condición: "Fue un balón que me llegó al borde del área, le fui a pegar pero botó raro y me salió un churro. Golpeé tan mal que el balón cruzó el área sin mucha intención, los defensas dudaron y… apareció Quini". El sentido anticipatorio de las trayectorias fue siempre una de las muchas características definitorias del Brujo como delantero. Quini siempre sabía en qué esquina esperar un taxi y dónde acudir para encontrar el balón. "Tenía esa habilidad para estar en el sitio justo al que iba la pelota. Metió una infinidad de goles así", recuerda David.
"La puso Manolo Mesa y vi que el balón se iba largo, pensé que se marcharía fuera. Y de pronto aparece el Brujo y pega ese remate... Aún no sabemos cómo lo hizo"
Ex jugador del SportingPero el gol que reclamó la memoria fue el segundo: la jugada nació en un centro de Manolo Mesa desde el callejón del 10. Reconocible por su barba, la melena de cantaor jondo y ese modo de desplazarse por la banda con un tranco largo de patinador extremo, el extremo gaditano (de San Roque) era y aún es, corroboran sus compañeros, un tipo especial. Y un futbolista soberbio. En sus días lo bautizaron Siete Pulmones por su inmenso despliegue físico. Una de aquellas llegadas furibundas lo llevó a poner aquel balón pasado en el área del Rayo.
Mesa mandó su pelotazo tocado con la derecha, pero tampoco mucho: uno de esos balones de comba escasa y vuelo largo, más bien frontal, por lo general destinados a perderse por el confín del terreno de juego. Cuando la pelota empezó a perder vuelo iba ya camino de la línea de fondo, donde un remate se hace casi imposible con un ángulo tan cerrado. Más aún para los diestros. Pero ocurrió lo impensable. Lo impensable sería otra forma válida de nombrar a Quini: "La puso Manolo y vi que el balón se iba largo, mi sensación era que se marcharía fuera. Y de pronto aparece el Brujo y pega ese remate: aún no sabemos cómo lo hizo".
Manfredo Álvarez, veterano periodista de SER Gijón, considera como David que el gol de Quini tiene una complejidad aún mayor que el de Van Basten. "Cuando el holandés lo marcó en la final, se le recordó a Quini el otro frente al Rayo y el Brujo decía que el suyo había sido más difícil, porque remató con mucho menos ángulo. Y yo estoy de acuerdo: cuando hace la volea está casi pegado a la línea de fondo".
La diferencia subrayada por Manfredo se explica en el origen de la jugada. Cuando el medio Arnold Muhren puso el centro que acabaría por rematar Van Basten, se encontraba en una posición más escorada que Manolo Mesa. Muhren había sido compañero de Van Basten en el Ajax, después de un pasaje entre 1982 y 1985 en la liga inglesa (Ipswich Town y Manchester United). Su pie bueno era el zurdo y eso le permitió golpear desde una posición más profunda, justo en la prolongación de la esquina del área grande. Así le dio a la pelota una curva de fuera hacia dentro, más suave y accesible que la de Mesa.
"Cuando Van Basten metió su gol, se le preguntó a Quini por el de Vallecas y el Brujo pensaba que el suyo había sido más difícil porque estaba más cerca de la línea de fondo"
Periodista de SER GijónMarco Van Basten la vio caer en el lado contrario del área. El impacto se iba a producir más lejos de la portería, eso es cierto, pero también con un mayor ángulo para el golpeo. En su aproximación hacia el remate, el ariete neerlandés tuvo un campo visual más completo que Quini: pudo acompasar su carrera sin perder de vista la portería y preparar el contacto perfecto. Concluyó con un gol imponente. "Estaba cansado, pensé en parar la pelota y ver qué podía hacer contra los defensas; pero también pensé en arriesgarme y rematar. Es una de esas cosas que a veces simplemente ocurren. Intentas hacerlo, pero necesitas mucha suerte, y en ese momento a mí se me dio esa suerte", explicaría después Van Basten.
Por contra, en el gol de Quini la trayectoria perpendicular del balón enviado por Mesa no permitió al Brujo mirar al mismo tiempo la pelota y la meta defendida por Valentí Mora, salvo de reojo. Aun así el Brujo se orientó a la perfección, ganó el balón largo antes de que se perdiera por el fondo y sacó un pelotazo memorable. En cualquier caso, hablamos de dos goles majestuosos. Esta es la comparación casi imposible entre dos genialidades: como decidir si ha sido más grande Lennon o McCartney.
Manolo Jiménez, aquel barbado defensa central del Sporting, llegó al club asturiano desde Vilagarcía de Arousa al inicio precisamente de la temporada 1979/80. Allí permaneció hasta 1991, cuando salió al Burgos para una última campaña antes de la retirada: jugó 118 partidos junto a Quini, en los dos periodos del Brujo en el club, antes y después de su paso por el FC Barcelona. Jiménez vio el asombroso gol en Vallecas desde el otro lado del campo, como era habitual. "En ese momento no lo aprecié bien del todo porque estaba lejos, claro. Pero después lo he visto muchas veces: es un gol espectacular. Quini nos tenía acostumbrados a esas cosas: que hiciera algo así lo veías de lo más normal", cuenta el exfutbolista.
Todos enfatizan una idea: la maestría de Quini en todas las suertes del delantero. "Tenía un don para el remate: era algo innato en él, algo que traía de nacimiento", destaca Jiménez. Esa condición de delantero total, capaz de hacer goles de todas las formas posibles, también la defiende David. "Cuando yo aún estaba en el Sporting B, lo veía y no me parecía para tanto. Pero cuando me subieron al primer equipo me di cuenta de su nivel: trabajaba, defendía, atacaba, metía goles. Lo hacía todo, había que verlo", pondera.
"Quini habría sido hoy un delantero de primer nivel, como lo era entonces", opina Manfredo. "Alguien que es siete veces Pichichi y además varias en un equipo como el Sporting, es alguien especial", resume David. La baba del gol no se le acababa jamás: "En los partidos de veteranos era lo mismo. Nunca venía a entrenar, aparecía sólo para jugar y acababa metiendo todos los días cuatro o cinco goles". "Lo veías ya de mayor, cuando era delegado del Sporting, y en algunos entrenamientos se metía con los zapatos y todo en los ejercicios de remate a enseñarles a los jugadores del Sporting como se hacía, era una locura", rememora Jiménez.
El Brujo fue el máximo goleador de la Liga cinco veces en Primera (con el Sporting en la 1973/74, 1975/76 y 1979/80 y con el Barcelona en la 1980/81 y 1981/82), y dos en Segunda con el club asturiano (1969/70 y 1976/77). Dejó firmados 283 tantos en sus 541 partidos. Les agregó otros 62 en la Copa del Rey, la Copa de la Liga, la Recopa y la Copa de la UEFA. Con la Selección sumó ocho en 35 partidos. Y otros cinco con la Olímpica en dos encuentros.
"Era un cabeceador increíble, pero no pegaba los saltos de Santillana. Quini te amagaba que iba a ir a un lado, pero se iba al otro: todos los defensas lo sabían pero ninguno podía neutralizarlo"
Exjugador del SportingEl repertorio de Quini incluía todas las formas posibles del gol: desde la piedra pómez al diamante. A veces parecía un delantero poco refinado y al día siguiente mostraba indudables raptos de genialidad: sombreros a los defensas, regates de apariencia imposible, trabajosos zigzagueos, conducciones poderosas para el uno contra uno, vaselinas al portero… "No era un delantero estático -corrobora Manfredo Álvarez-. Pese a su físico, que a veces daba la sensación de estar algo pasado de peso, sus condiciones innatas y el sentido de la anticipación le permitían meter todo tipo de goles. Iba muy bien al espacio, el uno contra uno con el portero se le daba de maravilla. Y además le gustaba bajar a recibir, tocaba a un lado, a los extremos, y se iba al área a esperar el remate".
Una vez allí, los defensas a menudo tenían dificultades para detectar o prever dónde aparecería Quini. "Amagaba siempre con ir al primer palo, después se separaba e iba a su espalda. Así marcó muchísimos goles", explica David. Manfredo Álvarez recuerda que Ciriaco lo llamaba El Besugo. "Por los ojos que ponía para indicar dónde quería la pelota: les hacía un gesto abriendo los ojos y adelantando la cabeza y así se entendían", revela el periodista.
Pero había una suerte que dominaba como pocos: el Brujo cabeceaba con una potencia y una precisión mortales. "Cuando jugábamos al futvoley en los entrenamientos, todo el mundo quería ir con Quini, porque la tocaba de cabeza y era un martillo, acababa todos los puntos", recuerda divertido Manolo Jiménez. "Parecía que tuviera en la frente una placa de hierro -define Manfredo Álvarez-. Trabajaba mucho el remate. Me recordaba a aquello de Drazen Petrovic, que se quedaba después de los entrenamientos a hacer mil tiros a canasta… Quini era igual: cada día seguía en el campo probando remates de cabeza y se le hizo un auténtico callo en la frente".
La presunta falta de exuberancia atlética de Quini resultaba en verdad equívoca. Cuando conducía el balón abría los brazos como alerones y su corpachón hacía de coraza frente a los defensas. También era un falso lento: los acelerones camino del área los ganaba con frecuencia. Y se afilaba veloz en las conducciones. En el aire, la clave de sus victorias resultaba de otra paradoja: donde en realidad vencía era en el suelo, a base de movimientos evasivos entre los telones del área: "Él no pegaba los saltos de Santillana, no se elevaba tanto -explica David-. La mayoría de las veces remataba con los pies en el suelo. Amagaba al defensa que iba a un lado, se quedaba solo en el espacio y… gol". Jiménez, quien lo defendió en innumerables partidos de entrenamiento, lo sabe bien: "Nunca la disputaba arriba contigo: hacía siempre lo mismo, te engañaba con que iba a saltar, se iba para atrás y… Siempre lo mismo. Los defensas lo sabíamos pero no había forma de neutralizarlo".
El gol favorito del Brujo
Curiosamente, el gol más famoso de Quini -el gemelo del anotado por Van Basten- no era su preferido. "Su favorito fue uno que le metió al Zaragoza de cabeza en El Molinón: un escorzo que hizo desde casi el borde del área", coinciden en afirmar quienes lo conocieron de cerca. Ocurrió el 17 de septiembre de 1978, en la segunda jornada de Liga. David lo recuerda bien porque fue quien le puso el balón de gol a Quini. Aunque de nuevo el exsportinguista matiza: "Centré a bulto, desde la izquierda. Digamos que me quité el balón de encima, la puse en el área y, de pronto, veo que aparece Quini: hizo un escorzo increíble con el cuerpo y la cabeceó a gol".
Aquel testarazo integra por derecho propio el profuso retablo de maravillas del Brujo. Quini retrocedió en el área para ir a buscar de frente el centro de David y encontrarse con el balón en los alrededores del punto de penalti. Primero debió agachar el cuerpo, porque la pelota venía a media altura, más propicia para intentar un control con el pie. Pero Quini la convirtió en cabezazo extraordinario con un giro tan acusado del cuello que el balón viajó al poste más lejano de otro asturiano histórico del Zaragoza, el portero Manolo Nieves.
Volviendo al remate y el golazo contra el Rayo, aquel tanto emparentado con el de Van Basten sintetiza otra de las grandes habilidades de Quini a la hora de rematar: sus voleas: "Para eso tenía una habilidad especial. Golpeaba el balón con la derecha, metiendo el empeine muy seco… y la ponía dentro". De hecho, la foto más icónica de Quini lo muestra en un acrobático remate de volea, suspendido en el aire en un espectacular escorzo en primer plano. "Mucha gente aún confunde esa foto con la del gol de Van Basten: fue también contra el Rayo pero en El Molinón… y no acabó en gol. En realidad pegó ese salto para evitar que el balón se fuera por el fondo", detalla Manfredo Álvarez.
Pese a que la volea al Rayo es su gol más famoso, Quini siempre dijo que hizo otro mejor: un cabezazo en escorzo al Real Zaragoza desde el punto de penalti
La poderosa imagen preside el espacio dedicado a la memoria de Quini en el estadio sportinguista. La tomó el fotógrafo Ubaldo Puche: "Puche contaba que Quini se le había venido encima en su salto que se echó hacia atrás y se cayó de espaldas -relata Manfredo-. Y en ese momento se le disparó la cámara y salió esa foto". La imagen muestra a Quini en un escorzo aéreo de una plástica arrebatadora, pletórico de pujanza física en el instante del remate.
En su gol al Rayo en octubre del 79 lleva a cabo un gesto algo similar, lo que explicaría la confusión, aparte de la coincidencia del rival. A diferencia de Van Basten, que dibuja su volea con los pies en tierra y el cuerpo acomodado, Quini encuentra la pelota de Mesa suspendido en el aire. Su gesto contiene el salto y el remate, en una continuidad prodigiosa. El defensa da un saltito un poco absurdo porque sabe que no llega. Quini ya ha ganado su espalda y remonta el vacío con una zancada adelante y arriba. Acaba con un trallazo portentoso, de lado a lado. En su violento trayecto, casi paralelo a la línea de fondo, la pelota pasa por encima de Mora como una luz. Después estalla contra la red lateral del poste contrario. Un gol de extrema dificultad, resuelto con una explosión de energía cautivadora, mezcla exacta de poderío y sutileza. Un gol intemporal que emparenta para siempre a dos delanteros soberbios.