Cuando una tilde mal puesta pone en riesgo la Eurocopa de Ozores

Donaueschingen (Alemania).- No sólo Pedri ha estado a punto de quedarse sin Eurocopa. Cientos de periodistas jugaron con fuego en esta primera semana en tierras alemanas y vieron peligrar su concurso, desde las gradas y alrededor de la U televisiva, por mucho que creyeran tener todos los flecos atados desde hace meses. Cuando tu vida depende de terceros y estos son, entre otros, funcionarios, administrativos y Policías, no está de más ser trilingüe y rezarle a San Judas Tadeo.
En las diferentes concentraciones, el tema de conversación más estrujado entre la profesión ha estado centrado estos días en los problemas con las acreditaciones. En Donaueschingen, donde vive en paz la Selección, hubo un momento en que los lesionados y el once de De la Fuente estaban en un clarísimo segundo plano. Muchos periodistas españoles, nada más aterrizar vía Zúrich o Stuttgart desde Madrid y Barcelona, recibieron la negativa oficial para retirar los pases que le permitirían acceder durante un mes a los estadios. Y ese estrés, mezclado con la angustia, fue haciéndose una bola por la que a muchos les costaba colar algún alimento. El asunto era bastante más preocupante que si Grimaldo o Cucurella.
Los motivos aportados por las autoridades y voluntarios que trabajan en esta Eurocopa eran variados, pero se centraron concretamente en dos a la hora de visitar algunos de los Centros de Acreditación distribuidos por el país: si tu nombre o apellido contenía una tilde, estabas tocado; y si además el 'name' o el 'surname' era compuesto se te empezaba a liar verdaderamente la experiencia. Un alto porcentaje de plumillas se presentaron en el primer entrenamiento de España con cara de pocos amigos tras el paso por la 'Inquisición'.
La acreditación provisional entregada por la RFEF para andar por casa, que no por los estadios, no alivió demasiado el estado de crispación, hartazgo y asombro. Servidor, con un González de la Aleja en la mochila como segundo apellido, estaba en la misma situación aunque bastante más calmado. Como mi pareja de viaje. Manu Amor Arias va limpio de tildes. La alternativa de ver la selva en vez de ir a ver otro partido más en nuestras vidas tampoco era mal plan. Historias atractivas que contar hay hasta debajo de las piedras.

Desde ese pasado domingo, el trasiego de profesionales desde el corazón de la Selva Negra hasta Stuttgart (hora y media por una carretera tercermundista) fue una constante para intentar solucionar en segunda y hasta en tercera instancia el entuerto. Nosotros imitamos al personal, más empujados que convencidos. En Berlín se solucionaría. La policía germana y los miembros de UEFA necesitaban que todos los documentos sobre los desplazados coincidieran, así que uno ya estaba obsesionado y cotejaba hasta el carnet de descuentos de Cinesa. La seriedad con la que te recibían en la frontera y la frialdad con la que te despachaban hacían que el inglés utilizado para persuadirles se trabara. Ozores podría haber sido mi apellido en ese momento. Y sin tilde, todo resuelto.
Básicamente los estrictos distribuidores de acreditaciones necesitaban para no encañonarte a las puertas del Olympiastadion una cosa clave: que si en el pasaporte con el que se validó la acreditación había mayúsculas sin tildes o nombres compuestos, que en el resto de instancias estuviera escrito todo igual. Daba lo mismo si bien o mal en esta apología intolerable de la errata. Pero que fuera una copia. Detectado el problema, y con la máxima solidaridad de UEFA y sus voluntarios, la solución pasó por volver a rellenar las solicitudes, borrar las siete diferencias encontradas y empezar de cero el proceso de acreditación que un día habían iniciado con su santa paciencia las secretarias de redacción (gracias Piriz). Un email consolador al menos te advertía a las pocas horas de que se estaba trabajando en enmendar el error. Dios debió ser redactor.
La mayoría pudo solucionar la papeleta a las pocas jornadas. De hecho no conozco (aún) a ningún colega que se haya quedado fuera del primer partido. Pero el susto queda en el cuerpo. No quiero pensar qué habrá pasado con los croatas, que tienen cedillas de esas como el Barça, tildes hacia todas las direcciones y caracteres especiales innombrables y que no detectan mi teclado. Pagar un pastizal en vuelos, desplazamientos por carretera, hoteles y manutención para luego optar a contar lo que pasa a través de un Ipad fuera de los recintos no pintaba nada bien. Por eso, varios directores de los medios de comunicación estaban más inquietos de lo habitual al otro lado del teléfono intentando tirar de contactos del pasado en busca de un salvoconducto. Más que porque su paracaidista viera buen fútbol en directo, porque la inversión realizada valiera la pena. Es tranquilizador que el mío, también calmado en las crisis, me mandara felicitaciones por los textos, ajeno a pequeños trámites fronterizos de segunda que sí o sí se iban a resolver. Pese a que por un momento lo pareció, tampoco era aquello Checkpoint Charlie.
Una vez con la vistosa 'lanyard' colgada del cuello, llegaron las bromas, los chascarrillos y los abuelos cebolletas agrandando las experiencias. El alivio desterró a la inquietud que nos tenía en vilo así que por fin cada uno fue contando a su manera a sus lectores lo sucedido. Yo, perdónenme los fieles de Relevo y la buena gente de Vocento, habré sido el último. No era una exclusiva y prefería esperar. Aún no había digerido la pérdida del pasaporte en Palma antes de poner rumbo a Alemania. Y lo más importante: peor que una tilde o un apellido compuesto mal puestos, es airear los trapos sucios de los alemanes antes de confirmar que podía pasar al primer estadio en debut triunfal de España. Si algo me quita el sueño es que me llamen al orden, por objetivo, punzante o gracioso, sin dominar el inglés como Shakespeare y Ozores.