El viaje de Hungría a su pasado a través del 'relacionismo' de un tuitero: así se gesta su revolución futbolística
El conjunto entrenado por Rossi es una de los equipos más atractivos de esta Eurocopa, apostando por un estilo muy asociativo.
A veces lo que sucede fuera, en el extrarradio del fútbol y en el olvido de todo cuanto es susceptible de ser noticiable, tiene un peso decisivo y revelatorio, como de premonición a la que es imposible quitar la mirada de encima. Hace siete años, un analista-tuitero conocido como Hungaro, empezó a usar el concepto de juego funcional o relacionismo, dando nombre a una forma de jugar que hasta la fecha nadie había captado de esta forma y que nacía en contraposición al estilo predominante: el juego de posición, que se extendió con mano de acero sobre todo desde el Barça de Guardiola. Desde allí el fútbol crecería calcándose, copiando un germen que en muchos sitios no nacería y en otros daría forma a nuevas ideas. Algunas como el relacionismo nacerían en contraposición con el estilo predominante. Y Hungría, que estaba en el olvido futbolístico, decidió, como una suerte de negación del cambio, regresar a su época dorada.
El pasado 29 de diciembre, la cuenta oficial de la selección de Hungría colgaba una imagen en la que se podía apreciar a siete jugadores muy juntos, casi tocándose, en la misma parcela, dejando un central, un lateral y un atacante en el lado débil. Adjuntaba un texto extenso en el que dentro se explicaba la genealogía táctica y cultural de esta imagen, que no era otra cosa que la muestra de un cambio total en la forma de entender el juego. "Aquí se puede observar una diferencia significativa con el juego posicional. A saber que, durante la organización del juego, los jugadores ocupan un área específica y prefijada. En base a esto se realiza el pase, cuyo objetivo es mover el balón frente al oponente, en ancho, creando así una ventaja posicional", rezaba el texto respecto a la foto. No solo se hablaba de una forma de jugar, sino que se marcaba una línea, una frontera respecto al modelo que predomina en Europa: el juego de posición.
Una reivindicación de lo distinto
El cambio no es táctico, o no solo táctico, sino cultural y de reconstrucción de un pasado que se creía olvidado, congelado. La Hungría de los años 50, que llegó a ser finalista en el Mundial del 54, ya practicaba un juego basado en el movimiento constante, en el abandono de las posiciones para una mayor fluidez, logrando así instalarse en la memoria colectiva de los aficionados. El actual analista del equipo, István Beregi, explicó en una larga entrevista en el medio alemán Spielverlagerung, el porqué de este cambio. "Estaba mirando un Leicester-Liverpool en pretemporada y ambos equipos, iniciando desde formaciones distintas, terminaban jugando en un 3-5-2, la misma formación. Me pareció que algo estábamos haciendo mal". Una declaración que se unía a la reflexión previa de Juanma Lillo en The Athletic, en la que el lúcido entrenador español, pieza clave del City de Pep, explicaba que "algo estamos haciendo mal cuando si cambias las camisetas de los jugadores de Brasil y de Camerún, no nos daríamos cuenta. Todo está enfocado a jugar en dos toques, el dostoquismo. " Lillo señalaba una problemática arraigada en la que se había fordizado el fútbol, la metodología y el conocimiento.
Así, Hungría ha virado y abrazado una idea que ha llevado a la cumbre el Fluminense de Díniz, que ha embalsamado con su pasado Xabi Alonso y que Ancelotti viene permitiendo germinar en su Real Madrid. Lo importante en este equipo no es tanto las posiciones como las relaciones. "Siguen habiendo puntos fijos, pero son más flexbiles, donde las funciones las describen los roles y movimientos que quieres ver de un jugador", explicaba Beregi en Spielverlagerung. Básicamente, la diferencia para Beregi reside en que mientras en el juego posicional los atacantes reciben menos, pero mejor situados, en el relacionismo reciben más, pero en peores condiciones. Es ahí donde emerge el talento, la inventiva, lo inesperado. No es más que juntar a los mejores en un ecosistema entrenado y pensado para que sus virtudes reluzcan y el rival no defienda posiciones predeterminadas, sino jugadas que nacen y mueren con cada pase.
Es el equipo de Dominik Szoboszlai, un jugador al que su técnico, Rossi, definió como "relacionista", por su capacidad para moverse y necesitar ese grado de libertad para expresar su potencial. Partiendo como un mediapunta, a Szoboszlai se le puede ver siendo el mediocentro o incluso el que saca de puerta, cayendo a ambas bandas de forma indistinta y apareciendo por distintas zonas. Para Beregi, un entrenador observa y permite que aquello que fluye, se consolide. Que si las relaciones entre dos jugadores empiezan a germinar, nada puede pesar más que eso a la hora de marcar una hoja de ruta.
Hungría responde de esta forma a una necesidad, porque el fútbol siempre funciona de la misma forma: reacciona a lo que el otro haga, dando nuevas ideas, estilos y formas de juego. Pero su forma de jugar, y sobre todo de narrársela al mundo, es también una forma de preservar una identidad futbolística y cultural única e intransferible, como diciéndole al mundo que construye Starbucks en cada ciudad y elimina cualquier atisbo de diferencia, que lo mejor es volver a las raíces. Un mensaje para toda la vida.