Ocho años de calvario para un Barça que no quiso cuando podía y ahora quiere pero no puede
Desde la Champions de 2015 en Berlín, los azulgranas no han dejado de descarrilar en competiciones europeas.

No hay manera. El Barça sigue viviendo una pesadilla en Europa y el problema para el conjunto azulgrana es quela frustración va camino de cronificarse. Xavi Hernández levantó la Champions en Berlín en 2015, una escena que supondría en realidad el final de la felicidad para el culé y el inicio de un calvario que todavía dura. Año a año, el cuadro catalán se ha ido alejando de la élite hasta verse incapaz de alcanzar el éxito ni siquiera en la Europa League.
En plena era Messi, el Atlético de Simeone frustró al Barça en 2016 con un plan sencillo y que encontró en la solidaridad defensiva la fórmula del éxito. Nadie discutió tras la eliminatoria que los de Luis Enrique eran mejor equipo, pero compitieron peor. Lo mismo ocurrió en 2017, cuando los catalanes ya empezaban a transmitir claros síntomas de barriga llena. ElPSG avisó (4-1) y la Juventus remató el trabajo (3-0) anulando al todopoderoso tridente Messi, Neymar y Luis Suárez. El Barça podía, pero le faltaba hambre para mantenerse en la cima de Europa.
Ya con Valverde, la Roma de Manolas (3-0) adentró a los azulgranas en el siguiente nivel de crisis: incluso un equipo del montón podía noquear a un Barçaapalancado en las ligas nacionales pero falto de la intensidad necesaria. La debacle de Anfield (4-0), ya en 2019, supuso la certificación oficial de que solo la calidad ya no basta para ganar títulos.

En los últimos cuatro años, el Barça ya ha partido sin ningún tipo de favoritismo. Y aún así ha sido capaz de sorprender. En lo negativo, claro. El 2-8 ante el Bayern en 2020 confirmó que el pozo era mucho más hondo de lo que se creía. Al año siguiente, el PSG se paseó en el Camp Nou (1-4) frente al equipo de Koeman, un elenco sin alma, sin fútbol ni siquiera un plan. El Barça, ni quería, ni podía.
Con más corazón que nunca, pero sin la magia de antaño
La llegada de Xavi ha devuelto la profesionalidad a una plantilla muy mal acostumbrada. "Cuando ha habido normas es cuando este club ha ido bien", dijo el egarense nada más llegar. Con él, el equipo ha recuperado el amor propio. El Eintracht (2-3) puso de manifiesto que las carencias llevarían tiempo en solucionarse, y el Manchester United (2-1) no hizo más que confirmar el cambio de ciclo: los azulgranas ahora quieren pero no pueden. Se dejan el alma pero carecen de la magia de antaño. Pese a las bajas, el equipo se mostró incapaz de generar peligro, pues vivió la mayor parte del envite en su propio campo.
No puede porque, tarde o temprano, los rivales acaban sacando rédito de su falta de consistencia. No por el nivel, sino por la duración en el tiempo. Hace muchos años que el Barça no compite del minuto 1 al 96 sin interrupciones. Y ahora lo está pagando. Con Messi bastaban dos fogonazos suyos para solventar la papeleta y sestear los otros 85 minutos de encuentro.
No es casualidad que al Barça no dejen de remontarle en Europa. Por más que el acierto te lleve a ponerte por delante, la intensidad de los oponentes te pone a prueba a cada minuto. En cada duelo, en cada centro al área.
En una cosa sí tiene razón Xavi: este Barça al menos ya compite. Pero la diferencia entre competir y ganar reside en los detalles, y ahí sigue fallando el equipo. De nada sirve partirse la cara en Old Trafford si, después, un error de Kessié donde está prohibido supone el 1-1 de Fred. En Europa basta con equivocarse una vez para pagarlo muy caro.
Los fantasmas de Europa se multiplican
Al margen de lo futbolístico, lo más preocupante es el trauma psicológico. Por más que lleguen nuevos jugadores, al vestuario le siguen persiguiendo los fantasmas de Europa. Y eso pesa en forma de presión cada vez que los jugadores alzan la mirada al luminoso. No se piensa que solo quedan 20 minutos para ganar; se teme que en 20 minutos aún puede remontar el contrario.
Además, la fractura a nivel de ritmo entre LaLiga y las competiciones europeas ejerce de Kryptonita para un Barça que se siente poderoso en el campeonato doméstico. Hubo un tiempo en el que los equipos españoles marcaban los tempos, pero la realidad es que los azulgranas se han desacostumbrado a los partido de élite. Y como un pez que se muerde la cola, como menos los juegan, menos tienen el ritmo requerido. Y como menos intensidad poseen, menos capaces son de dar la talla ante los 'peces gordos'.