El nuevo San Mamés necesita unas semifinales europeas para tener el aura del antiguo

No voy a negar que el solo hecho de que se me haya ocurrido escribir este artículo me hace sentirme un poco viejo. Como cuando te llaman señor, algo que ya me ha pasado unas cuantas veces. Pero claro, cuando vas por la calle de la mano de tu hija, peinas canas y estás más cerca de los cuarenta que de los treinta… Siempre he comparado mi edad con la de los futbolistas del Athletic. Y si me sentía mayor y empoderado cuando los de mi quinta debutaban, no hay que esconder que el anuncio de retirada de Óscar de Marcos o la marcha a Argentina de Ander Herrera, ambos nacidos en 1989, han sido señales más que evidentes de que el tiempo va pasando. Lo mismo que siento cuando hablo con jóvenes que no recuerdan el viejo San Mamés, aunque en ese caso, sobre todo, sienta pena por ellos.
El pasado domingo, antes de entrar a San Mamés, saludé a uno de mis mejores amigos, que apuraba una caña junto a su novia, sus cuñados y un sobrino que acudía a San Mamés por primera vez. No son de Bilbao, pero el 'chaval' es athleticzale. Estaba ansioso, con la camiseta del Athletic y una bufanda de Nico Williams colgando de sus hombros. Y allí, frente a la explanada, le expliqué dónde estaba situado el viejo San Mamés y lo cerca que estaba de los edificios en los que nos encontrábamos. Cuando me despedí, en el camino hacia la zona de prensa, pensé en lo especial que era aquel estadio y lo que yo sentía cuando entraba las primeras veces a aquel San Mamés. Y volví a sentirme como cuando me llaman señor.
Aunque esto suene a abuelo cebolleta, me he dado cuenta de que San Mamés necesita una gran noche europea. El nuevo escenario, lujoso, cómodo y más seguro, impresiona por su grandiosidad, pero no resuena como el viejo. De hecho, en las primeras temporadas la sensación era de que estaba virgen. Tenía todos los ingredientes para convertirse en un templo, pero faltaban experiencias. Recuerdos. Vivencias. En el fútbol, le faltan grandes noches. Esas en las que en el antiguo no se veían ni las escaleras y mirases donde mirases veías bufandas rojiblancas, banderas y caras desencajadas por la locura.
Por eso, la remontada contra la Roma reconcilió a todos esos que miran con nostalgia al viejo campo. Se han vivido noches inolvidables en la Copa del Rey, con las victorias ante el Barça, el Real Madrid o el Atlético de Madrid, pero Europa es diferente. Las historias narradas de las eliminatorias europeas en el viejo escenario, incluida una final de la Europa League ante la Juventus, la goleada en plena nevada ante el Manchester United, a quien se le volvería a ganar en 2012, el 4-1 al Milan, el duelo ante el Newcastle, la clasificación ante un Schalke capitaneado por Raúl y que venía de ser semifinalista de la Champions y, por supuesto, las semifinales ante el Sporting de Lisboa. El mejor partido que yo viví en aquel lugar.
Y todas esas historias continentales son las que necesita la nueva Catedral, que se estrenó con los cuatro graderíos con una inolvidable victoria ante el Nápoles en la previa de la Champions. Sin embargo, después ha costado ver grandes noches pese a que los bilbaínos disputaron la Europa League de forma consecutiva entre 2014 y 2018. Alcanzaron los cuartos de final en 2016 tras superar al Valencia, pero cayeron en la ida ante el Sevilla y no fueron capaces de remontar en el Sánchez-Pizjuán. En las otras tres participaciones, Torino, Apoel de Nicosia y Marsella acabaron con los sueños europeos en dieciseisavos y octavos.
Han sido más de seis años de espera. Seis temporadas de sequía continental en las que la Catedral ha ido mejorando en ambiente, ha visto nacer la Grada Popular -pese a los conflictos de este curso- y ha celebrado una Copa del Rey 40 años después. Por eso es el momento de que deguste también lo que se siente dando un golpe sobre la mesa mientras mira toda Europa. Si lo consiguen, los de Ernesto Valverde volverán a una semifinal por tercera vez en los 126 años de historia de la entidad. Trece años después de que lo consiguiesen los chicos de Marcelo Bielsa.
Entre ellos, el único superviviente es Óscar de Marcos. El capitán, que ya dijo que tiene un sueño antes de retirarse. El mismo que persigue una generación que quiere disfrutar en un torneo que vieron muy cerca bajo el mando del 'Loco'. Aún duele en la afición el puñal que supuso perder la final en 2012. Todo ello conduce a que conseguir la clasificación esta noche no solo signifique dar un paso más en ese camino hacia la final, si no también seguir acumulando recuerdos imborrables en un nuevo estadio que persigue el aura del antiguo. Ha llegado el día, San Mamés.