OPINIÓN

Gerard Piqué necesita a alguien que le diga que deje de inventar el tenis y el fútbol

Gerard Piqué, en una rueda de prensa de la Kings League en 2025/Getty Images
Gerard Piqué, en una rueda de prensa de la Kings League en 2025 Getty Images

Decía Jonathan Swift: "Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él". La frase la rescató John Kennedy Toole para su libro "La conjura de los necios" y estoy convencido de que Piqué se siente más que identificado. La explicación que dio en el vídeo-podcast de Iker Casillas sobre el fracaso de Cosmos en la gestión de la Copa Davis es ilustrativa: al parecer, el cambio de formato no tuvo nada que ver, sino que fue todo culpa de la ITF, que se resistía a los nuevos tiempos.

Nada más lejos de la realidad. La Copa Davis de Piqué fracasó porque partía de un concepto equivocado: estaba dirigida a la gente que no veía la Copa Davis y pretendía expulsar a los que sí la veíamos. La esencia del torneo, lo que lo diferenciaba del resto y lo que había labrado su historia, era el factor cancha, las gradas llenas, la motivación del desconocido, las pistas imposibles y, sobre todo, la emoción durante tres días, cinco partidos y todos -salvo que la eliminatoria se decidiera antes- a cinco sets.

Piqué se cargó todo eso: puso una única sede -generalmente, en España-, vació las gradas salvo en los partidos del anfitrión, dejó los cinco sets en tres y los cinco partidos también en tres, que a menudo se convertían en dos. La idea era la misma que está detrás de todas las propuestas de Piqué en torno al tenis o el fútbol: a la gente le aburre el deporte. El objetivo debe ser entretener y para ello hay que recortarlo todo porque los tiempos de atención se han reducido.

El problema es que no presenta prueba alguna al respecto y el hecho mismo de mezclar ambos deportes es ya de por sí absurdo. Nadie duda de que la Copa Davis estaba en crisis antes de que la intentara rescatar Cosmos. Nadie duda de que el propio circuito ATP atraviesa un momento durísimo… pero ¿cuándo había sido más global el fútbol?, ¿cuándo se había pagado más dinero por una camiseta, una entrada, una plataforma de televisión? ¿Qué pruebas tiene Piqué de que el aficionado está dando la espalda al fútbol profesional tal y como está concebido más allá de que su hijo coja el iPad en medio de los partidos?

Cómo acabar con el tenis en dos minutos

No hay evidencia de nada de eso. Sí la hay del recorte tremendo de la capacidad de atención, pero todo es compatible: se puede organizar una Kings League y que sea un exitazo como espectáculo y a la vez disfrutar del último 0-0 de tu equipo favorito de LaLiga. Sin embargo, Piqué no puede parar de inventar y asombra la seguridad con la que propone soluciones realmente asombrosas, el convencimiento de que él puede salvar los dos deportes… pero los necios no le dejan.

Vamos con algunas de estas propuestas y empecemos por el tenis: eliminar el segundo saque y establecer un "punto de oro" cuando un juego llegue al deuce. En resumen, que los jugadores se den vida y acaben cuanto antes. Al parecer, al aficionado le gusta saber cómo acaba el partido, pero el proceso se le hace largo. Es una interpretación absurda: lo que al aficionado le gusta es la competición. Los juegos pueden ser más o menos entretenidos, pero es la competición lo que los convierte en deportes profesionales y lo que hace que la gente pague dinero por verlos.

Y la competición exige muchas cosas, pero, sobre todo, una cierta pausa, un cierto dramatismo. El dramatismo de esperar al sprint en ciclismo o a la última montaña donde se decidirá todo… y el dramatismo de la ventaja de dos puntos en cada juego o de la segunda oportunidad en el saque. Si todo fueran primeros servicios, el aburrimiento sería obsceno. Si cada juego decisivo en un gran torneo se definiera por el "punto de oro", la emoción se acabaría en seguida y pasaría exactamente lo mismo que con la Copa Davis: los que nos gusta el tenis tal y como está nos alejaríamos del deporte y nadie vendría detrás a sustituirnos.

Frases como "la gente quiere ver el punto, no el saque" demuestra una ignorancia impropia en alguien que presume de jugar al tenis, por mucho que lo compare constantemente con el pádel. El saque es parte decisiva del punto. Sin saque no hay punto, vaya. Y si solo hubiera una posibilidad, el juego sería aún más plano: bien se apostaría por el "ace" constante, bien por la seguridad de un servicio más lento que el restador devolvería sistemáticamente a ciento cincuenta kilómetros por hora, finiquitando cada punto en tres segundos.

Elogio del cero a cero

En cuanto al fútbol, en fin… Por supuesto que a todos nos gustan los goles, pero parece increíble que un futbolista profesional de la calidad y la longevidad de Piqué no haya entendido aún por qué. Nos gustan los goles porque son muy difíciles de conseguir, porque marcan un antes y un después en el partido, porque forman parte del enorme reto competitivo de ganar al adversario. "Hay que prohibir el 0-0", dice Piqué, obviando, de entrada, que los dos equipos pueden ponerse de acuerdo en marcar cada uno un gol y volver así a la situación inicial.

Pero es que, trampas aparte, no hay nada intrínsecamente malo en un 0-0. No se puede penalizar un resultado porque sí y no se puede montar un jurado presidido por Ibai Llanos para determinar si el partido ha acabado 0-0, "pero, chicos, nos hemos divertido" o ha acabado 0-0 "y vaya mazapán nos hemos tragado". A veces, se puede marcar, y a veces, no. A veces se intenta más y a veces, menos. Si nos gusta el fútbol es por la variedad de estrategias que llevan a la victoria.

¿Saben cuál es la media de goles por partido de la Premier League? No llega a tres. Se queda en 2,87, para ser exactos. ¿Se cree Piqué que medio mundo se pone a ver un partido de esa liga porque, ojo, van a marcar tres goles en noventa minutos? Obviamente, tiene que haber algo más. Las goleadas tienen que ser una excepción para que se puedan disfrutar. Parece mentira que esté tan convencido de cosas tan banales.

Alguien debería escucharle, tranquilizarle y dejarle claro que necesita darle una vuelta más a sus ideas. Que tiempo tiene para ello, que no hace falta que reinvente el tenis y el fútbol en un periquete. Que, si fuera tan fácil, obviamente, a alguien se le habría ocurrido antes. Y que, si la gente le dice que algo no tiene sentido no es porque sean unos necios, ni mucho menos porque él sea un genio.